2025/12/08

Freud y la evidencia superyoica


Hay momentos en la obra de Freud en que una idea no sólo ilumina un fenómeno clínico, sino que altera la posición misma desde donde él observa. No aparece como una construcción doctrinaria, sino como una evidencia que se impone y que transforma al propio pensador en testigo de lo que describe. Uno de esos momentos decisivos surge en la Lección XXXI, Disección de la personalidad psíquica, de sus Nuevas lecciones de introducción al psicoanálisis, Freud introduce —casi como quien tropieza con su propia sombra— la posibilidad de una instancia interior que mira y juzga al yo. Y entonces escribe:

“¿Qué pasaría si estos dementes tuvieran razón, si en todos nosotros existiera en el yo una tal instancia, vigilante y amenazadora, que en los enfermos mentales sólo se hubiera separado francamente del yo y hubiera sido erróneamente desplazada a la realidad exterior?

No sé si a vosotros os sucederá lo que a mí. Desde el momento en que, bajo la intensa impresión de este cuadro patológico, concebí la idea de que la separación de una instancia observadora del resto del yo podía ser un rasgo regular de la estructura del yo, no he podido alejarla de mí”

La observación de Freud, ese “no he podido alejarla de mí”— no es un comentario casual sino la marca de un descubrimiento que toca a quien lo formula. Allí donde el clínico cree identificar un rasgo patológico en el otro, Freud reconoce una estructura compartida: una instancia que observa, juzga y vigila al yo desde dentro. No es una hipótesis teórica sino una experiencia que, una vez advertida, ya no puede ser desmentida. Ese desdoblamiento —ese 1 en 2— aparece como el mecanismo mínimo de la subjetividad, tanto en la salud como en la locura. A partir de esa grieta inaugural del yo es que podemos pensar su arquitectura.

1. La frase como confesión teórica

Cuando Freud dice “no he podido alejarla de mí” no está simplemente admitiendo que una idea le resulta convincente. Está diciendo algo más fuerte: que la hipótesis se le adhiere, que se vuelve operativa dentro de su propio yo.

Es una frase casi performativa: la instancia observadora —eso que luego será el superyó— no sólo es conceptualizada, se manifiesta en el mismo momento en que él la piensa. Lo que el loco ve afuera, Freud lo descubre adentro como estructura. La teoría se vuelve autoexperiencia.

2. El superyó como evidencia fenomenológica

Freud no deduce el superyó por simple analogía clínica, sino porque advierte que esa duplicación —yo / instancia que mira al yo— se inscribe en el propio acto de pensar.

No es que “cree” en la hipótesis.

Es que, al formularla, la padece.

Hay un eco en su frase: la instancia vigilante no es una entidad externa, sino un efecto de torsión del yo mismo; un pliegue que, una vez visto, ya no se puede “desver”.

3. Freud tocado por su propio descubrimiento

La frase deja entrever que Freud mismo queda capturado por la escena que describe. No es sólo un hallazgo clínico: es un hallazgo que lo incluye, que “le sucede”.

El superyó no es entonces una pieza del aparato; es el nombre del hecho de que hay algo en mí que me observa.

Y al reconocerlo, Freud experimenta lo mismo que ve en los enfermos —pero sin delirio: ellos lo proyectan afuera, él lo capta adentro.

4. La conclusión fuerte

La fuerza de la frase es esta:

La teoría del superyó no nace sólo de un razonamiento o una observación clínica,  sino de una imposibilidad subjetiva: la imposibilidad de separar el pensamiento del punto que lo vigila.

La instancia observadora no es una hipótesis: es una experiencia estructural que se impone. Por eso no puede alejarla: porque no hay yo sin esa duplicación.

Esta escena se puede leer topológicamente: El yo no es una unidad, sino un nudo plegado donde una parte del yo se vuelve Otro sin dejar de ser Uno. La enfermedad no crea nada: despega lo que normalmente está adherido.

La psicosis lee afuera lo que Freud reconoce como interior.

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