2016/11/26

El lugar de la política

El planteamiento de una alternativa popular hoy no resultaría eficaz sin la repolitización de las grandes mayorías. Todo indicaría que los procesos políticos por arriba tocaron su fin.

Por Osvaldo Drozd*

Hoy en la Argentina la cuestión política se problematiza. Convengamos que enunciar el significante “política” puede abrirse a diversas significaciones. La más extendida en el sentido común es la que se acerca al escepticismo y la apatía. Viene a ser la contracara de lo que los grandes medios de comunicación muestran como lo político. El bombardeo sobre la corrupción aleja a los sectores populares del interés por participar, los sumerge como espectadores pasivos de algo muy lejano a sus propias realidades. El macrismo no se propone acumular fuerzas. A pesar del manejo del aparato estatal no se percibe un crecimiento de fuerza propia considerable. Pareciera que dicha falencia intentara suplirla con el crecimiento de la despolitización e incluso con la propaganda negativa sobre el activismo y la militancia.

Los actos presidenciales no son más que puestas en escena en donde no existen seguidores partidarios. Se lee en los comentarios de los medios digitales que los supuestos adherentes al macrismo no van a los actos porque tienen que trabajar, no como “los vagos que van por el chori y el tetra” y porque les ponen micros.

Convengamos que la cultura militante hoy no está tan extendida y que el ciudadano de a pie conoce poco sobre ello y que por ende cree en el argumento que esbozan los propagandistas oficiales. Es la explicación más fácil. Esto genera un cierto aislamiento de los diferentes actores populares. Por otra parte la escena de la política institucional hoy se encuentra completamente escindida de la cotidianeidad popular. La representación se volvió sustituismo y gran parte de los representados en indiferentes. Sin que se produzca una repolitización de las masas populares resulta poco probable la posibilidad de una sociedad más justa. Hoy la construcción de una alternativa supone incorporar las diferentes demandas sociales a partir de sus mismos interesados. Lo que hoy ya no es posible es una revolución desde arriba. Tocó su techo e incluso hizo crisis.

En una muy apreciable obra llamada De eso no se habla. Organización y lucha en el lugar de trabajo (2002), el Taller de Estudios Laborales (TEL) sostenía que el sindicalismo argentino está estructurado principalmente en la lucha y la negociación salarial, descuidando las reivindicaciones propias del puesto de trabajo, expresando que es justamente ahí donde el sindicato no llega. “El lugar de trabajo sigue siendo la primera línea de choque y la última de resistencia. Allí nace la necesidad de luchar y se moldea en buena parte la identidad de clase. En ese conflicto, a veces larvado y otras abierto, que se libra todos los días en el lugar de trabajo, se templa y reconstruye el poder de los trabajadores”. El modelo esbozado por el TEL permite diseñar políticas de base en otros ámbitos que no son los estrictamente laborales. De igual manera se podría plantear que hay lugares de lo social a los que la política no llega. Que el sindicato, el partido o el movimiento no lleguen a determinados lugares, implica que esos lugares quedan vacíos y si esas instancias no llegan significa también que en ese punto no existen fuerzas orgánicas. Porque los diferentes sectores se organizan en relación a sus propias problemáticas. Repolitizar a las masas populares implica abordar todos los problemas que aquejan a dichos sectores desarrollando organización en la base y que la misma se convierta en un interlocutor válido que ocupe el lugar que hoy tiene la desprotección y la orfandad. El problema del transporte público, de los servicios, de la seguridad, de la vivienda, de la basura, del espacio público e incluso de la gestión del trabajo y la cultura debieran ser razón suficiente para el encuentro y la organización social. No es posible revertir la relación de fuerza adversa sin esa construcción, y cualquier organización política identificada con los trabajadores y el pueblo que se desentienda de esas labores está condenada al fracaso.

Berisso- 23 de noviembre de 2016 

*Periodista


2016/11/14

La crisis de la teoría

Marx no desarrolló su teoría revolucionaria ocupándose nada más que de sus propias ocurrencias. De forma bastante interesante Lenin en su texto Carlos Marx (1914) afirmaba que la gran labor del genio de Tréveris fue dar una lucha teórica visceral contra todas las tendencias socialistas no científicas, no proletarias. Una lucha que se producía en el seno del movimiento obrero de la 1ra Internacional y que por ende concernía a una razón bien práctica y política, la conducción del movimiento. La crítica supone una lucha despiadada de ideas que tienden a deconstruir la posición del otro, pero nunca produciendo la descalificación arbitraria. Es necesario argumentar. Lo que hoy llamamos democracia está bastante lejano a eso, se parece más a los artilugios de los viejos sofistas y a ganar a partir de cualquier vil estratagema. Por eso la crisis de la teoría. 

2016/11/07

Inseguridad y fragmentación del pueblo. La fractura social

El desarrollo de diferentes modalidades delictivas hoy va constituyendo un pequeño modo de producción que permanentemente rompe lazos sociales y solidaridades, afectando principalmente a los sectores populares.

Por Osvaldo Drozd*

En una nota publicada con anterioridad en La Tecl@ Eñe quien escribe reseñaba de qué forma la inseguridad se fue transformando en uno de los flancos débiles de los gobiernos kirchneristas (2003- 2015). No tanto por no poder impedirla de manera eficaz, sino principalmente por minimizarla y permitir que los grandes medios corporativos se la endilguen permanentemente y las diversas expresiones de la oposición política se permitieran aparecer como los paladines de cómo resolverla. Los que más conocen sobre el tema siempre supieron que los planteos de las derechas lejos de poder dar atisbos de resolución a esta problemática son por lo contrario capaces de naturalizarla a pesar de la demagogia punitiva. El gobierno de Mauricio Macri en casi un año de gestión lejos de  haber propuesto soluciones, hizo que el problema se agrande aunque ya los medios no responsabilicen directamente a la gestión. Hoy la inseguridad es mayor pero el problema es de los delincuentes parecieran decir los diferentes medios.

Pareciera que para la agenda del progresismo o de las izquierdas hablar sobre la inseguridad es incurrir en un pecado capital. La inseguridad es culpa de la pobreza y condenarla es estigmatizar a los que menos tienen se escucha decir. Eso lleva a pensar que las bandas delictivas son el producto espontáneo del surgimiento de la pobreza. Lo que se piensa habitualmente es que los pibes de las villas se juntan en una esquina para drogarse y luego salen a robar. Se cree así que el delito es producto de una espontaneidad perversa que hoy habita nuestra sociedad, mientras que nadie es capaz de advertir que para el desarrollo de la criminalidad debe existir organización, y que en ésta están implicados muchos que nada tienen que ver ni con la pobreza ni con la villa. En todo caso son actores que usufructúan e instrumentalizan a sectores juveniles vulnerables.

El problema de la seguridad en verdad atañe a una realidad social, a una configuración del tejido social sobre la cual es posible llevar adelante desde arriba políticas de ajuste o por el contrario se constituye en un obstáculo para profundizar políticas inclusivas.

El desarrollo de diferentes modalidades delictivas hoy va constituyendo un pequeño modo de producción que permanentemente rompe lazos sociales y solidaridades, afectando principalmente a los sectores populares. En muy raras ocasiones el delito afecta a los miembros de las clases más poderosas, y no pocas veces -cuando eso sucede- se trata de ajustes de cuenta o mensajes mafiosos.

Allá por los últimos años de la década del ’90, cuando comenzaron a conformarse los diferentes movimientos de desocupados, un experimentado militante territorial de Ensenada le explicaba a quien escribe que, no pocas veces cuando había interesados en que los trabajos barriales se rompan, lo que hacían era introducir droga. Eso era un elemento que atomizaba cualquier iniciativa social, un potente desmovilizador. A su vez comentaba que en los barrios en los que había mucha pobreza desde el mismo activismo intentaban controlar y neutralizar a los delincuentes conocidos, porque eso jugaba en contra de la militancia y del laburo barrial. Tampoco descartaban hacer reuniones con todos los vecinos en la sociedad de fomento e invitar al comisario para advertirle que no estaban dispuestos a permitir una zona liberada. La tarea de un movimiento social en una barriada también es cuidar los intereses del almacenero, de los pequeños comerciantes y de todos aquellos que trabajando mejoran sus pertenencias familiares. Suponer que en un barrio precario la mayoría se droga, roba o se prostituye es la visión que nos quieren imponer desde las principales usinas del Establishment. Por eso el trabajo sistemático que hicieron las organizaciones piqueteras en el territorio es algo que no debe dejar de resaltarse, y principalmente porque lo hicieron a partir de un sedimento socio cultural ya existente. La existencia de redes delictivas en un territorio determinado flaco favor le hace a los movimientos sociales, le entorpecen su actividad e incluso sirven de excusa para estigmatizarlos y reprimirlos.

Existe hoy una caracterización muy precaria de las clases sociales existentes que dificulta ostensiblemente  el diagnóstico y por ende la labor política misma. Se habla demasiado de la “clase media” haciendo de ella un componente negativo y retrógrado que obstaculiza la labor militante y por otro lado se la enfrenta a los sectores más empobrecidos de la sociedad. La problemática de la seguridad pareciera girar imaginariamente en relación a esa contradicción. Los sectores integrantes de la denominada clase media no dejan de ser en su gran mayoría sectores populares proclives de ser ganados para el cambio social. Los trabajadores que tienen un empleo en blanco y gozan de un sindicato, los profesionales -muchos de ellos proletarizados-, y todo lo que otrora se denominaba pequeño burguesía son la clase media. Obviamente que en ella hay sectores reaccionarios de igual modo que entre los más pobres hay sectores lumpenizados. El gobierno de Cambiemos si bien se puede apoyar en esos sectores, su componente de clase es bien definida: son esos sectores tradicionales del poder terrateniente y financiero, los socios civiles de la dictadura. Construir un bloque de fuerzas que se plantee una alternativa de liberación nacional y social implica unir a la mayoría de los sectores populares para enfrentar a esa fracción dominante socia del Imperio.

La Inseguridad es un elemento que poco aporta a la unidad popular, la fractura, la corroe. Enfrenta a sectores populares entre sí, genera desconfianzas muy marcadas, prejuicios biopolíticos y rompe todas las cadenas de solidaridad. Invita a encerrarse en el propio hogar y alejarse de cualquier actividad colectiva. En términos maoístas la inseguridad exacerba las contradicciones en el seno del pueblo. En tal sentido la existencia de ese pequeño modo de producción delictivo amenaza la existencia de las organizaciones sociales y políticas y por ende favorece a los que ostentan el poder. Obviamente que no es sólo un problema argentino, es parte integrante de un capitalismo en descomposición que decidió acumular riquezas más allá de la plusvalía. Las fracciones más ricas y poderosas del planeta hoy no viven solamente de la explotación de los obreros, además acumulan con las economías sumergidas (trata, narcotráfico, esclavización, etc.) desarrollan guerras, promueven violencia, saquean riquezas naturales entre muchas otras acciones. El desarrollo del crimen organizado no puede ser ajeno a esa marea rapaz, es completamente compatible y funcional.

Hoy una alternativa progresista o de izquierda debe plantear seriamente el problema de la inseguridad. Porque es un tema sentido por gran parte de la población y que puede convertirse en un campo propicio para la lucha ideológica de los sectores populares contra el sentido común imperante. La existencia de inseguridad le permite a los sectores dominantes tener mucho más controlado el escenario social y cualquier atisbo de conflictividad. No resulta novedoso ver la eficacia de las fuerzas de seguridad en la lucha antidisturbios y la ineficacia para combatir el delito. Siempre se dirá que ganan poco que no están bien equipados pero dando palos a los manifestantes o disparando balas de goma eso no se percibe.

Por otra parte hay que señalar que desde hace algunos años se viene produciendo en diferentes partes del mundo, una radicalización creciente de sectores medios de la sociedad hacia posturas fascistas. Si bien el epicentro de este fenómeno se da en Europa y los Estados Unidos como reacción a la llegada de inmigrantes, esto no es ajeno a lo que mayoritariamente piensa gran porcentaje de los sectores medios argentinos con respecto a la llegada de bolivianos, paraguayos y otros pueblos suramericanos. Espontáneamente se piensa que vienen a robar o a traficar drogas, cuando se puede comprobar fehacientemente que vienen a trabajar de forma mucho más dura que nosotros mismos. En diciembre de 2010 cuando la toma del Parque Indoamericano el por entonces jefe de gobierno porteño Mauricio Macri dijo por todos los medios que la violencia era a causa de la “Inmigración descontrolada”. Ese sedimento ideológico está muy presente en las capas medias al igual que un cierto racismo con respecto a los habitantes de los barrios precarios. La frase del ministro de Educación Esteban Bullrich “Esta es la nueva Campaña del Desierto, pero sin espadas con educación” resultó bastante sugestiva. ¿Quiénes son los indios a conquistar? es la pregunta que uno se tendría que hacer.

La inseguridad como pequeño modo de producir corroe el tejido social y lo predetermina para que se lleven adelante políticas de ajuste. Sobre esa base objetiva intentar establecer políticas inclusivas o progresistas tiene un límite determinado, es el que no permite unificar al conjunto de los sectores populares para enfrentar a su verdadero enemigo. “Piquetes y cacerolas…” representó un momento muy especial, ya demasiado lejano. Lo que hay que entender es que el surgimiento del odio al diferente es producido por la suposición de que ese otro representa una amenaza. Ese odio se produce en una muy marcada escisión subjetiva. El que piensa que los bolivianos son narcotraficantes y que debieran ser deportados a su país, también va a la verdulería y se complace en ser atendido por comerciantes que lo tratan mejor que sus propios connacionales.

Unir a los diferentes sectores populares no es tarea fácil, mucho menos hoy, pero de ello depende que el futuro no sea de barbarie. Que lo sea indudablemente no es un problema para las clases poderosas. El sistema hoy no combate a la violencia, la regula para sus propios fines. 

Berisso- 1 de noviembre de 2016

*Periodista


2016/11/06

Caminito


El ruido áspero y grave llegaba desde alguna parte. No podía catalogarse como una cadencia musical, aunque por momentos pareciera pronunciarse como una melodía trastornada. 
Aunque pudiera asemejarse, no era el gemido de una vaca intentando cantar. Hacía rato que no había animales rumiantes por la zona. La urbanización estaba en marcha, aunque quedaran aún, muchos lotes vacíos. Muchos ya estaban alambrados y tenían algún galponcito en el fondo, en el que el propietario guardaba bajo candado alguna pala y alguna guadaña para bajar los pastizales cuando se volvían tupidos. 
En algunos casos, una montaña de cantos rodados indicaba que algún caminito estaba en construcción, para permitir transitar el terreno fangoso después de intensas lluvias.

Cerca de Navidad


Era principios de noviembre. Yo tendría unos seis o siete años. Trajeron al chivito y le daban leche con una mamadera. Me había encariñado con ese animal. 

Faltaban pocos días para las fiestas. Algunos ya hacían sonar la pirotecnia acumulada para el 24 a la madrugada. 

Cuando vi al chivo colgado con un gancho y sin el cuero, me puse a llorar.

2016/11/04

Año 1939.

Año 1939.
Esa noche no había nada que festejar, pero Josef abrió esa botella de vodka que tenía guardada desde hacía más o menos un año. Cuando un barco finlandés había llegado al puerto de La Plata para cargar conservas de carne, él les cambió tabaco negro del Chaco a los marineros nórdicos por bebida blanca. En un bar de la Nueva York, tras salir del frigorífico Josef se fue a tomar unos tragos y ahí conoció a Risto, marinero finlandés con el que se pusieron a hablar en ruso, mientras tomaban caña quemada. Risto le prometió una botella de vodka ruso comprado en Primorsk si Josef le conseguía tabaco. Al otro día cerraron el trato. Desde que había llegado a la Argentina por segunda vez – hacía ya unos veinticinco años- Josef no bebía vodka de su patria.
Ese día abrió la botella porque lo habían despedido del frigorífico. Tal vez pensaba que emborrachándose con un alcohol conocido podría redimirse de sus penas.