Cuando preparaba la infusión, separaba cuidadosamente las hojas más pequeñas de las más grandes y también de los pequeños tallos.
El resultado era un sabor más intenso, con un efecto
particular para calmar el dolor corporal.
Sabía perfectamente que tanto el sabor como sus efectos
estaban concentrados en las hojas pequeñas.
Lo que se descarta sólo sirve para atenuar esas
cualidades.
Ese saber lo conocía desde niño. Lo había escuchado a sus
padres y a casi todo el círculo que lo rodeaba.
Son conocimientos que se transmiten de generación en
generación y que, con el tiempo, o se perfeccionan o caen en desuso.
Alguna vez, alguien —o varios— debieron experimentar con
el sabor y los efectos, hasta alcanzar cierta certeza.
A partir de esas pruebas, las plantas mismas fueron domesticadas, para hacer de ellas un uso más preciso que el que permiten las especies silvestres.
Cuando uno recorre los bordes serranos puede ver
distintas plantas.
Muchas de ellas son utilizadas como hierbas digestivas.
¿Quién descubrió esos beneficios?
No parece verosímil pensar en un genio revelador, aunque
esa idea aún persista en algunos mitos.
Más bien, debió de tratarse de un proceso
multigeneracional de ensayo y error, con sus riesgos, sus pérdidas y sus
hallazgos.
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