La meditación busca el “no-pienso”, pero no lo alcanza:
el significante es cuerpo, como el hierro en las lentejas.
La
meditación suele pensarse como un camino hacia el “no-pienso”, como si fuera
posible suspender por completo la cadena significante. Pero ese estado es
imposible: el significante no es algo que pueda apagarse; está anudado al
cuerpo. No se lo desprende sin afectar la trama orgánica que lo sostiene.
Sin embargo, el intento produce efectos reales. La meditación no
logra desprender el significante del cuerpo, pero sí genera una redistribución
del ruido interno. El cero no se alcanza, pero funciona como un atractor: la
pulsión no desaparece, se curva; la cadena significante no se detiene, pero
pierde insistencia. El intento de vacío —aunque fracase estructuralmente— actúa
como operación directa sobre el campo pulsional.
Algo similar ocurre con el hierro.
Para que el organismo lo absorba, debe venir en su forma orgánica: lentejas,
hígado, tejidos vivos. El hierro metálico no sirve: no se digiere, no se
incorpora.
Con el significante sucede lo mismo. Tendemos a imaginarlo como algo separado
—como sonido, palabra, sentido—, pero es material. Es cuerpo transformado en
forma simbólica. No existe por fuera de la fisiología que lo produce.
Estamos acostumbrados a
disociar al significante del cuerpo. El significante que sale de nuestra boca o
entra por nuestros oídos no es una entidad separada. Es como el hierro de las
lentejas. Es orgánico. Existe en el cuerpo.
El sueño, por ejemplo, no es una
decisión: es una función biológica que acontece. El insomne sufre porque, en
él, algo trabaja contra esa función. Lo mismo en la bulimia o en la anorexia:
aparece un empuje que desarma el ritmo natural de la necesidad. Freud nombró
ese empuje como pulsión de muerte: la tendencia del viviente a ir más allá de
su propio bienestar.
Cuando decimos que el insomne o el
anoréxico “se oponen a la fisiología”, no hablamos de una elección. Son sujetos
que desearían dejar de sufrir, pero están atrapados en una torsión que no
dominan. La fuerza que los lleva más allá de la necesidad no proviene de la
voluntad, sino del modo en que está organizado su campo pulsional.

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