2025/12/26

Identificación o integración

 La vida se organiza siempre a partir de modos de vinculación sensible con un entorno. En los animales, estos vínculos adoptan formas de integración complejas: acoplamientos perceptivos, rítmicos y afectivos que no suponen necesariamente la constitución de una imagen separada del sí mismo. El organismo no se toma como objeto: se continúa en su campo vital.

En el ser humano, la emergencia de la imagen especular introduce una torsión particular. No inaugura simplemente una percepción más, sino una modalidad inédita de experiencia: la posibilidad de verse siendo, de vivirse a través de una forma exteriorizada. A partir de allí, la relación consigo mismo queda mediada por una imagen, y esa mediación deja huellas duraderas.

Entre estos polos no hay un corte limpio. La convivencia interespecífica —en particular con animales domesticados como perros y gatos— introduce zonas intermedias difíciles de clasificar. En estos casos, la vida animal se ve afectada por la mirada humana, por el intercambio afectivo, por el reconocimiento y la expectativa del otro. No es claro hasta qué punto estas experiencias producen algo análogo a una imagen de sí, pero sí alteran profundamente los modos de integración originarios.

Más que negar o afirmar una “identificación” animal, lo que interesa es advertir que la identificación a una imagen de sí, en sentido estricto, adquiere en lo humano una centralidad singular. Es en ese punto donde puede situarse el narcisismo, no como rasgo psicológico aislado ni como frontera ontológica rígida, sino como efecto estructural de una vida que ha incorporado la imagen como mediación constitutiva.

Desde esta perspectiva —que dialoga con la etología de Konrad Lorenz y con la elaboración psicoanalítica de Sigmund Freud y Jacques Lacan— el problema no es decidir quién “tiene” o “no tiene” identificación, sino cómo varían los modos de integración, mediación e imagen en los distintos regímenes de lo viviente.

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