2025/12/29

Fantasma, procedimiento y gramática (Notas para una precisión conceptual)


Fantasma, procedimiento y gramática

(Notas para una precisión conceptual)

En la enseñanza de Lacan, el fantasma no se sitúa en el plano de lo dicho ni puede ser reducido a un contenido reprimido que aguardaría interpretación. Sin embargo, esta afirmación exige una precisión decisiva para evitar un equívoco frecuente: el fantasma no es exterior al discurso, ni se encuentra separado de él como un compartimiento estanco. Por el contrario, el acceso clínico al fantasma se produce siempre a través del retorno de lo reprimido en el discurso, que opera como uno de sus principales señuelos.

Tal como lo subraya Jacques-Alain Miller, el fantasma fundamental no se interpreta en el sentido clásico de la hermenéutica del síntoma —no se traduce en sentido, no se descifra como un mensaje latente—, sino que se construye. Pero esta construcción no es una fabricación voluntaria ni una operación situada fuera del decir: se produce en la deriva, en lo que Lacan denomina la selva del fantasma, es decir, en el recorrido mismo del discurso, a través de sus repeticiones, desplazamientos y retornos.

Decir que el fantasma no se interpreta no equivale, entonces, a sustraerlo del campo del lenguaje. Significa más bien que no se lo reduce al sentido, aun cuando sólo se lo pueda localizar a partir de las formaciones discursivas donde lo reprimido retorna. El discurso habla; el fantasma organiza silenciosamente las condiciones de posibilidad de ese decir, fijando una lógica de posiciones allí donde el sentido tropieza.


Fantasma y construcción: vacío y cobertura

Desde esta perspectiva, el fantasma no es un relato, aunque provenga de una historia; no es una imagen, aunque pueda fijarse en imágenes; no es un símbolo pleno, aunque se sostenga en restos significantes. Su estatuto es doble y no contradictorio: el fantasma es, a la vez, un vacío estructural —el punto donde el discurso no alcanza— y la cobertura singular de ese vacío, la solución construida que permite una cierta organización del deseo.

Esta doble dimensión evita dos reducciones simétricas:
por un lado, concebir el fantasma como una escena imaginaria plena de sentido;
por otro, pensarlo como una forma lógica pura, deshabitada.
El fantasma no es ni representación cerrada ni estructura vacía: es una ausencia trabajada, una forma construida en el interior del campo significante para dar consistencia a un punto de imposibilidad.


Freud: del juego a la gramática del fantasma

Esta concepción encuentra un apoyo decisivo en Freud. En El poeta y su fantasía, Freud afirma que el poeta conserva algo del niño que juega. Pero ese llamado “procedimiento primario” no debe entenderse como anterior al lenguaje o al sentido. El juego no es pre-simbólico: es una modalidad de trabajo con el significante, aún no estabilizada en discurso narrativo, donde operan el ensayo, la repetición, la variación y el montaje.

Esta dimensión se vuelve especialmente clara en Pegan a un niño, donde Freud introduce, sin tematizarla exhaustivamente, una verdadera gramática del fantasma. Las distintas formulaciones —“pegan a un niño”, “yo pego”, “yo soy pegado”— no remiten a escenas autobiográficas distintas, sino a posiciones gramaticales del sujeto en relación con el goce y el deseo del Otro. No se trata de contenidos a interpretar, sino de transformaciones formales, de desplazamientos de persona, de voz y de lugar en la frase.

Freud no lee estas frases como recuerdos reprimidos a descifrar, sino como configuraciones lógicas que organizan una satisfacción pulsional. En este punto, la noción de gramática no es metafórica: indica que el fantasma obedece a reglas de articulación y a una sintaxis mínima, irreductible tanto al relato como a la imagen.


Discurso, retorno y fantasma: vasos comunicantes

El retorno de lo reprimido en el discurso —síntomas, lapsus, escenas, repeticiones— no es el fantasma, pero conduce hacia él. Es a partir de esos retornos que la construcción fantasmática puede despejarse. El fantasma no está detrás del discurso como una cosa en sí; se construye a partir de él, por reducción, desplazamiento y reorganización gramatical.

En este sentido, discurso y fantasma mantienen entre sí múltiples vasos comunicantes, con lugares y funciones específicas. El discurso es el campo donde lo reprimido retorna y se articula; el fantasma es la construcción que ordena esos retornos, fijando una lógica que no se deja absorber por la interpretación de sentido.


Cierre provisional

Pensar el fantasma como construcción —y no como forma originaria ni como contenido latente— permite articular sin dualismo estructura y escena, vacío y cobertura, lógica y sensibilidad. El fantasma no es lo indecible: es lo que se construyó para que algo no quedara completamente mudo, allí donde el discurso encuentra su límite.

La cuestión de su gramática, abierta por Freud y relanzada por Lacan y Miller, merece un desarrollo propio. Aquí alcanza con subrayar que el fantasma no sólo tiene una lógica, sino una sintaxis, y que es en esa sintaxis donde se juega su eficacia clínica.

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