2025/12/06

La oleada verde (una variación doméstica de una política sin sujeto)

 


(una variación doméstica de una política sin sujeto)

La temperatura del día es insoportable.
El aire no circula; el sol espesa el tiempo.
Miro hacia el fondo de la casa y descubro algo que no estaba: un avance vegetal repentino, casi agresivo, como si una oleada hubiera tomado posesión del terreno durante la noche.
Arbustos altos, malezas nuevas, brotes que no recuerdo haber visto jamás.
No es crecimiento: es irrupción.

Y, sin saber bien por qué, esa pequeña invasión me deja pensando.
Giro la vista hacia la calle: asfalto ardiente, veredas resecas, casas que parecen fatigadas por el verano.
En ese territorio árido —duro, brillante, exhausto— no crece nada.
El calor no solo se siente: parece impedir que algo pueda comenzar.

El contraste es tan brusco que una idea empieza a insinuarse:
como si, ante la falta de vida en un lado, la vegetación hubiera buscado refugio en el otro.
Como si la naturaleza ensayara, en miniatura, una respuesta al desmonte que ocurre lejos, invisible, pero persistente.
Podría ser una ilusión, lo sé.
Pero las ilusiones también son escenas donde la materia piensa.

Pienso entonces en la ley de vasos comunicantes.
No como explicación, sino como imagen: en los sistemas, la presión no se pierde; se desplaza.
Tal vez lo vivo haga algo parecido: cuando un territorio se seca, otro se vuelve inesperadamente fértil, como si la vida encontrara una hendija para seguir insistiendo.

En una jungla existen mil especies, pero ninguna puede separarse de la jungla misma.
La selva invade no porque quiera expandirse, sino porque no sabe retroceder.
Es el modo en que la vida responde a cualquier interrupción:
avanzando, ocupando, intentando otra vez.

El fondo de mi casa, de pronto, se parece un poco a eso:
un pequeño ensayo de resiliencia,
una repetición doméstica de esa lógica anónima que vimos en la colmena huérfana, en el coral que se blanquea, en las bacterias que mutan para sobrevivir.
La materia no recuerda: persiste.

Quizás no haya ninguna ley detrás de esta oleada verde.
Quizás solo sea la expresión mínima de un principio más antiguo que nosotros:
la vida no negocia su lugar.
Busca un resquicio —una baldosa rota, un fondo húmedo, un hueco en el verano—
y lo convierte en territorio.

Y mientras el asfalto del frente se quiebra bajo el sol,
en el fondo se escucha la otra voz del mundo:
esa insistencia vegetal, humilde y feroz,
que vuelve a empezar incluso cuando nadie la mira.

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