Desde hace un tiempo descubrí que todas las noches sueño lo mismo.
No es exactamente el mismo sueño, pero las diferencias
son tan leves que apenas alteran la sensación de repetición.
Ya no se trata de historias complejas ni de personajes
diversos, sino de un único escenario, un mismo espacio físico que insiste.
Ese lugar parece ser la yuxtaposición espacio-temporal de
todos los sitios donde alguna vez estuve.
Una calle —siempre la misma— en la que se condensan todos
los tiempos vividos.
En ella convive la casa que vi con ojos de niño y la
misma casa, vista más tarde, por el adulto en sus distintas etapas.
También se mezclan fragmentos de ciudades, rincones
urbanos de forma parecida, como si el sueño reconstruyera, a su manera, una
topografía de la memoria.
El espacio del sueño no imita al mundo: lo pliega.
Y en esos pliegues, el tiempo ya no transcurre, sino que
se posa.
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