2025/12/26

Hipótesis provisoria sobre identificación, duplicación e ideal


La identificación humana, en tanto captura de una imagen separada de sí y del mundo, introduce una duplicación que no se limita al plano psicológico. Esta duplicación afecta el modo mismo en que lo viviente es percibido y pensado.

A diferencia de otros seres vivos, cuya relación con el entorno se organiza como integración o confluencia estésica, el humano tiende a recortar formas visibles estabilizadas, confundiéndolas con la totalidad del proceso que las produce. De este modo, un árbol puede ser tomado como el bosque, un individuo como la colectividad, una figura como el campo que la sostiene.

Esta tendencia no debe ser entendida como un error cognitivo, sino como el efecto estructural de una modalidad específica de identificación: aquella que pasa por la imagen. La imagen no sólo permite reconocerse, sino que aísla, duplica y sustancializa.

Desde esta perspectiva, el idealismo filosófico y la metafísica dualista pueden pensarse como prolongaciones conceptuales de esta duplicación originaria. La separación entre sujeto y mundo, forma y fondo, individuo y proceso, no sería un dato primero de la realidad, sino el resultado de una absolutización de la imagen.

En este marco, nociones como covitalidad y holomorfía no funcionan como alternativas teóricas externas, sino como operadores correctivos: intentos de reinscribir las formas visibles en el campo viviente y procesual que las hace posibles, sin negar su existencia pero limitando su pretensión ontológica.

Esta hipótesis no busca clausurar el problema, sino abrir un campo de exploración donde la crítica al dualismo no consista en negar la experiencia humana de la imagen, sino en comprender sus efectos y desplazarlos cuando se vuelven dominantes.

En todo lo anterior, la duplicación no puede atribuirse únicamente a la imagen. La imagen por sí sola no basta. Para que una forma se estabilice, se separe y se sostenga en el tiempo, es necesaria una trama simbólica que la nombre, la reconozca y la haga circular.

Lo simbólico funciona así como el soporte de la duplicación, no como un orden autónomo ni como una sustancia distinta de lo viviente. Es la condición que permite que la imagen deje de ser una percepción fugaz y se transforme en referencia, en identidad, en figura relativamente estable.

Desde esta perspectiva, la secuencia no es dualista sino procesual:

  • la vida fluye como covitalidad,

  • la percepción recorta formas,

  • lo simbólico fija y transmite esos recortes,

  • y la metafísica aparece cuando esa fijación se absolutiza.

La duplicación que funda el narcisismo no es, entonces, sólo imaginaria: es imaginario–simbólica. Y es precisamente esta articulación la que hace posible tanto el idealismo filosófico como sus efectos persistentes en la manera humana de pensar el mundo.

Por eso, una crítica materialista del dualismo no puede limitarse a negar la imagen ni el símbolo. Debe, más bien, reinscribirlos en el campo viviente que los produce, devolviéndolos a su función operatoria dentro de un proceso más amplio. En este sentido, conceptos como covitalidad y holomorfía no niegan lo simbólico, sino que lo sitúan: lo muestran como una formalización parcial del Uno viviente, y no como su fundamento último.

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