2025/12/24

Ciencia y psicoanálisis II

 

Psicoanálisis, ciencia y real

Una parte significativa del psicoanálisis contemporáneo insiste en afirmar que el psicoanálisis no es una ciencia, que se despliega exclusivamente de lo particular a lo particular y que todo aquello que Freud elaboró —cuando habló de antropología, arte, neurología o cultura— no haría más que decir algo de la experiencia analítica misma.
Esa posición, presentada muchas veces como prudente o rigurosa, encierra sin embargo una renuncia: la renuncia a interrogar el estatuto científico de los conceptos freudianos y, con ello, su relación con lo real.

Es cierto que el psicoanálisis no constituye una ciencia positiva en el sentido clásico ni una Weltanschauung autosuficiente. Pero de ello no se sigue que carezca de cientificidad. Del mismo modo que la medicina no es una ciencia “pura” sino una práctica clínica apoyada en la biología, la fisiología y otras disciplinas, el psicoanálisis es una práctica clínica sostenida por una construcción conceptual rigurosa, elaborada para dar cuenta de un real específico: el inconsciente y sus efectos.

Las teorías freudianas de la pulsión, la sexualidad, el superyó, los procesos primarios o el trabajo del sueño no son metáforas clínicas ni recursos narrativos. Son conceptos operatorios, construidos para formalizar regularidades, transformaciones y efectos que se imponen en la experiencia. En ese sentido, constituyen una verdadera arquitectura científica, aun cuando su objeto no preexistiera como tal antes de su formalización.

Reducir esos conceptos al interior exclusivo del “discurso analítico” empobrece su alcance. No porque el psicoanálisis deba disolverse en otras disciplinas, sino porque esos conceptos tocan zonas de lo real que desbordan la clínica sin abandonarla: la articulación entre lo biológico y lo simbólico, entre el cuerpo y el lenguaje, entre la historia individual y las formaciones colectivas. Lejos de clausurar el diálogo con otros saberes, los conceptos freudianos lo exigen.

Sigmund Freud fue explícito al respecto: el psicoanálisis no funda una concepción del mundo propia; si debe inscribirse en alguna, es en la de la ciencia. Esta afirmación no expresa modestia sino método. Freud no pretende descifrar directamente las leyes internas de la biología ni las de la cultura, pero introduce un concepto límite —la pulsión— que hace visible su articulación. No hay aquí separación de campos, sino un punto de torsión donde un mismo proceso se presenta bajo dos vertientes.

Toda ciencia construye su objeto. Freud no hereda el inconsciente: lo produce. Y al hacerlo, produce también un campo conceptual que no puede ser reducido ni a la hermenéutica ni a la sugestión. Negar la cientificidad del psicoanálisis no lo vuelve más cuidadoso ni más ético: lo desliga de la exigencia de formalización y lo expone a la arbitrariedad.

El psicoanálisis no es magia, ni creencia, ni puro relato singular. Es una práctica clínica sostenida por conceptos científicos que nacen de la coacción de lo real. Renunciar a ese estatuto no es una ganancia epistemológica: es una pérdida teórica.

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