2016/07/24

Partir de lo pequeño para repolitizar lo social

Intendentes Jorge Ferraresi (Avellaneda)
y Mario Secco (Ensenada)
Profundizar el trabajo de base y darle contención a quienes no se sienten contenidos en una estructura orgánica, deben ser tareas prioritarias para repolitizar la sociedad. La resistencia a las políticas del macrismo no pide carnet de afiliación a ningún partido específico, y sin embargo requiere la necesidad de unificación. Las gestiones municipales acordes a los lineamientos progresistas pueden ser hoy un insumo de gran valor para el planteamiento de una alternativa política.

Por Osvaldo Drozd

El escenario político que viene resulta algo imprevisible, entendiendo que cuando hagamos alusión a lo político nos estemos refiriendo a lo estrictamente electoral, a lo estrictamente institucional. Las masivas protestas que se llevaron adelante contra el incremento de las tarifas de los servicios públicos, son un indicador que muestra que al gobierno de Cambiemos no le resultará nada fácil sostener el impulso ajustador que viene llevando adelante desde diciembre. Un cierto clima de descontento social comienza  a hacerse cada vez más perceptible, aunque no aparezcan conducciones reales -ya sean sindicales o políticas- que se pongan a la cabeza de dichos reclamos.

Una defensa en abstracto de la supuesta gobernabilidad no hace otra cosa que dar legitimidad a la correlación de fuerzas existentes. Hoy un rearme del peronismo para la competición electoral, no significa necesariamente poner los intereses de los sectores populares en lo más alto de la agenda política. Podría en todo caso hasta servir para darle continuidad a lo que hoy acontece. Esto no es, sin dudas, lo que está en la cabeza de miles de militantes que apoyaron por 12 años a los gobiernos kirchneristas. La gran tarea del establishment hoy es deskirchnerizar al peronismo, quitándole cualquier épica libertaria y acondicionarlo al partidismo propio de un republicanismo abstracto, que no es otra cosa que el vaciamiento de los partidos políticos para que funcionen como agenciamientos gerenciales. La idea de la alternancia en las democracias realmente existentes no es más que mantener una cierta distancia entre la sociedad civil y la política, intentando que la primera no se inmiscuya en la segunda. Ya ni siquiera se trata de la diferencia entre partidos de masas y de cuadros, el republicanismo propugnado por el establishment  necesita partidos de técnicos y burócratas que se amolden a los principales lobbies y que conviertan a la política en un área cada vez más restringida. En una nota anterior publicada en La Tecl@ Eñe, “La política ejercida desde el mainstream”, quien escribe planteaba la dificultad que tienen los sectores populares para acceder a la esfera de la sociedad política. Dificultades de financiamiento, de la escasa posibilidad de acceder a los grandes medios y por ende ser condenados al desconocimiento. Si bien podría leerse cierto escepticismo en esas argumentaciones, habría que esbozar lo posible y necesario en un escenario adverso.  Ningún planteo en tal sentido resultaría válido si se prescindiera de profundizar el trabajo de base y el de consolidar amplias coordinaciones con los sectores que resisten a las políticas del macrismo. Esto conlleva plasmarlo territorialmente.

A modo de ejemplo

Cuando en octubre de 2013, el presidente de Bolivia Evo Morales lanzó -con un año de anticipación- la campaña electoral para las presidenciales de 2014, les pidió a sus seguidores que el triunfo debía ser por el 74% de los sufragios. En el plenario ampliado nacional realizado en Cochabamba, Evo expresó en ese momento que esa cifra implicaba aumentar en un 10% los resultados anteriores, desde su primer triunfo electoral en 2005. Este último había sido por el 54%, mientras que en 2009 fue por el 64%. Cualquier observador desprevenido podría interpretar dicho pedido como un mero resultadismo estadístico o electoralero, pero que en verdad implicaba un gran desafío en la profundización de un proyecto político que debía enraizarse mucho más en el seno de la sociedad, para cristalizar nuevas relaciones de fuerza.
No siempre los porcentajes electorales se corresponden con la acumulación de fuerzas que un proyecto puede contar a nivel social. Construir hegemonía implica de alguna forma hacer compatible ambas acumulaciones, y esto sólo es factible cuando el apoyo puede contabilizarse en la base misma de la sociedad. Porque sólo en la base es comprobable esa “adhesión orgánica entre gobernantes y gobernados, entre dirigentes y dirigidos” que al decir de Gramsci, promueve esa vida de conjunto que constituirá el “bloque histórico” (1). En tal sentido, Evo Morales cuando les proponía ese incremento del 10% a sus partidarios, les sugería a los alcaldes y cuadros locales del Mas-Ipsp de toda Bolivia, que debían ser precisamente ellos quienes debían lograr los sufragios necesarios para que esa cifra sea alcanzada. Sólo en el contacto directo con los ciudadanos y en los resultados concretos y tangibles de las gestiones locales, es posible unir los logros del gobierno central con las particularidades que hacen a la cotidianeidad, y profundizar así la acumulación política. Los locales no debían esperar una marea de votos que desde arriba hacia abajo les traccionara la buena imagen presidencial.

Adhesión parcial

En la Argentina, el peronismo mantuvo por décadas una acumulación histórica en el seno de los sectores populares, que comenzó a resquebrajarse durante el menemato y que nunca volvió a tener la misma densidad, y no porque esa base fuera arrebatada por otra fuerza sino por un creciente nivel de descreimiento e indiferencia hacia las estructuras políticas. La fuerza sindical comenzó a perder peso en los ’90 por el crecimiento del desempleo e incluso se produjo el nacimiento de una nueva central, la CTA que si bien en sus principios fundacionales proponía impulsar la conformación de una herramienta política de trabajadores, esta tarea nunca la llevó adelante. El desempleo fragmentó y debilitó a la columna vertebral histórica del peronismo, y su pata territorial, fundamentalmente en el conurbano bonaerense, se transformó en un aparato punteril y clientelar. Esta configuración fue seriamente alterada cuando irrumpieran en las barriadas populares los diferentes movimientos piqueteros. Si bien estos últimos mantuvieron un cierto componente asistencialista, al menos desmantelaban y les disputaban la base a las formas burocráticas y verticalistas que contaban las diferentes formaciones políticas institucionales. No era de extrañar que los tradicionales punteros del Pj en esos momentos, se quejaran de que sus conducciones no les dieran demasiadas cosas para contener a sus bases, y que éstas se fueran con los piqueteros. Pero estos movimientos nunca pudieron sobrepasar el nivel corporativo y reivindicativo, tanto por sostener posiciones extremadamente basistas o estar regidas por alguna orgánica de la izquierda. A diferencia del peronismo precedente, el kirchnerismo a partir de 2003, logró sumar a un espectro nada despreciable de todos esos movimientos. Pero  éstos ya no tuvieron el protagonismo que los había caracterizado antes de 2003, y en muchos casos quedaron subordinados en su labor política a intendentes que, a pesar del cambio de época, seguían una cultura política de la vieja usanza. Esto significa eliminar o neutralizar cualquier cosa que pueda hacerles sombra y seguir sosteniendo sus propios privilegios. Los movimientos sociales pagaron así su inexperiencia política en el plano institucional.

Si el kirchnerismo, al decir de Julio Godio, implicaba una “Revolución desde arriba”, habría que convenir que ese trazo grueso de la política, no se correspondía automáticamente con los trazos finos que necesariamente debieran tener los gobiernos provinciales y municipales para que se produzca  esa “adhesión orgánica” que suelde la diferencia entre representantes y representados, y pueda subir un escalón más en la construcción del bloque histórico. Las honrosas excepciones siempre existen y habría que subrayarlas porque pueden ser ejemplos para las construcciones venideras. Por proximidad geográfica, quien escribe nunca deja de resaltar la excelente gestión municipal del intendente de Ensenada, Mario Secco (FpV), una gestión realmente alternativa llevada adelante desde 2003 a la fecha y que logró modernizar una ciudad devastada por el impacto de la desindustrialización neoliberal. De todas formas las gestiones municipales acordes a los lineamientos progresistas podrían ser contadas con los dedos de las manos, aunque esas experiencias pueden ser hoy un insumo de gran valor para el planteamiento de una alternativa política.

Si bien es posible demandarles a los gobernantes locales que hagan bien las cosas, como lo hiciera Evo en 2013, estas son cuestiones que no se resuelven solamente desde arriba hacia abajo, sino que necesitan simultáneamente del crecimiento subjetivo de la organización popular en la base misma, para fortalecer en un proceso dialéctico, al conjunto de la sociedad.

El problema es que cuando ya nada queda arriba, no queda otra que comenzar de abajo.

Algún tiempo atrás, se pensaba que si el kirchnerismo alguna vez llegara a ser oposición, la gobernabilidad de una fuerza de otro signo, sería muy difícil de sostener porque al previsible ajuste, la organización acumulada no lo dejaría pasar. Esa profecía -a casi 8 meses de gobierno macrista-, aún no se produjo. Muchos de los dirigentes supuestamente alineados al anterior gobierno, acordaron con el nuevo. El kirchnerismo sólo podía ser derrotado en las urnas, con la condición previa de encontrarse fragmentado; mientras que la gobernabilidad de otra fuerza política podía estar mínimamente garantizada sólo si esa fragmentación tuviera continuidad. Lo novedoso del kirchnerismo, principalmente después del conflicto con el “campo”, fue concitar la adhesión de vastos sectores de la clase media no contenidos en ninguna orgánica. Este fenómeno se puso expresamente de manifiesto con las autoconvocatorias a las plazas y espacios públicos durante los primeros meses del gobierno macrista. Estos sectores, más allá de algunas excepciones muy puntuales, no se reconocían ni en los intendentes de sus distritos, ni tampoco en los gobernadores. Esa base sólo se reconocía en su líder. Es por esta misma razón que a los dirigentes del Pj que piensan en subsistir sin ese liderazgo, esas bases no les interesan, pues también saben que de ahí mismo podrían llegar muchos cuestionamientos. Además saben que si no existe una organización que los nuclee eso se desbanda. De hecho está sucediendo. Las organizaciones políticas de raigambre estrictamente kirchnerista no pudieron suplir esas carencias de dirección, como tampoco lograron gran incidencia en los distritos bonaerenses. El peligro es que toda esa masa crítica termine apoyando a algún referente que, supuestamente alineado al anterior gobierno, o embanderado al peronismo, no haga otra cosa que venir a darle continuidad a lo iniciado por Macri.

Profundizar el trabajo de base y darle contención a todos esos “sueltos” que nunca encontraron una orgánica en la cual poder mostrar su potencial militante, debieran ser tareas prioritarias. La resistencia a las políticas del macrismo no pide carnet de afiliación a ningún partido específico, y sin embargo requieren la necesidad de unificación. En el seno del campo popular nunca existen conducciones preestablecidas, se logran poniéndolas a consideración de los que se pretende representar, a riesgo de quedar en minoría. Plantear herramientas políticas que sean capaces de acumular fuerzas desde la base misma, y que no queden ocultas en un basismo extremo o en labores estrictamente sindicales, requieren que lo acumulado se ponga a prueba en contiendas electorales, que hoy ante el repliegue político, no tienen otro sitio más propicio que los municipios. Ahí es donde también es posible que confluyan diferentes orgánicas de la izquierda social. No se pone en duda la necesidad de plantear y poner en juego una política central, pero sí la necesidad de abordar desde las particularidades mismas, esos núcleos estructurantes que son propios de lo general. La política es una herramienta para cambiar la vida colectiva, no en abstracto; tiene que ser perceptible en la cotidianeidad misma. No hay otra forma de repolitizar lo social. Porque desde lo más profundo de lo social también se percibe que a esos lugares la política pareciera no llegar. 

Nota:
Véase Antonio Gramsci (1931) Pasaje del saber al comprender, al sentir y viceversa, del sentir al comprender, al saber. 

Berisso, 17 de julio de 2016.



2016/07/11

La política ejercida desde el mainstream- Una pequeña aproximación


Que la derecha esté hoy en el gobierno, no debería asombrar, ni tampoco que la fuerza gobernante, ni siquiera se caratule a sí misma como derecha. Hoy asistimos a una realidad desideologizada en tanto se entienda a la ideología como complemento narrativo de la política. Pero esa realidad también es ideología, es más, es el resultado de una concepción ideológico política que intenta alcanzar hegemonía. Vayamos por parte.
Definía Juan Carlos Portantiero en un artículo denominado “Clases dominantes y crisis política actual” (1973) la diferencia conceptual entre “predominio” y “hegemonía”. La primera alude en una formación social dada a las fracciones de clase que tienen la supremacía sobre los resortes de la economía que rigen a dicha sociedad. Por lo tanto, el predominio alude indefectiblemente al poder económico. La hegemonía en cambio es el resultado de un proceso político. Es la manera en que un determinado grupo social, logra imponer su propia perspectiva al conjunto, y no por la fuerza sino porque desde su propia condición es capaz de dar respuestas efectivas a las demandas de los demás sectores de la sociedad. En un texto brillante como es “Las elecciones a la Asamblea Constituyente y la Dictadura del Proletariado” (1919) Lenin daba muestras y pistas acabadas de cómo construir hegemonía. De tal manera señalaba cómo hizo el proletariado para ganarse inmediatamente a los campesinos. Era de vital importancia quitarle a la burguesía la adhesión de ese sector. Para eso debía  ganarlos –señalaba Lenin- con un “decreto sobre la tierra”, con el cual en pocas horas toda esa masa rural se pasaría a las filas de la revolución. Señalaba que “los bolcheviques victoriosos no pusieron ni una palabra suya en ese ‘decreto sobre la tierra’, sino que lo copiaron palabra por palabra de los mandatos campesinos” aclarando sí que “de los más revolucionarios, por supuesto”.

Lo importante que señalara Portantiero en dicho artículo, era que toda política orgánica de poder siempre tiende a hacer compatible la hegemonía política con el predominio económico. En la Argentina de esos años, la dictadura que estableciera Onganía en el ’66 tenía como objetivo hacer que el predominio del capital monopolista, alcance una hegemonía acorde. En base a esa premisa, vale decir que el actual gobierno de Cambiemos, no es más que la llegada a la Rosada de los sectores que en la economía del país, vienen siendo predominantes desde hace varias décadas. Nunca antes un gobierno que dice representar la novedad, se encontró tan emparentado con la pata cívica de la última dictadura (1976-83). El actual presidente argentino lleva en su apellido uno de los principales significantes  de los principales beneficiarios privados de la estatización de la deuda externa, realizada en 1982 por el entonces presidente del Banco Central, Domingo Cavallo. Esa acción de la dictadura cívico- militar (1976-83) benefició ostensiblemente a todo una fracción del empresariado argentino, transfiriendo así sus propias deudas a  la esfera del Estado. Además del grupo Socma de la familia Macri, fueron beneficiados también Celulosa Argentina, Acindar, Bridas, Alpargatas, Siderca, Sevel, Pérez Companc, Fortabat, Bulgheroni, Autopistas Argentinas, Mercedes Benz entre algunos más. Todo este sector minoritario de la sociedad argentina sumado a las principales empresas de exportación, de servicios financieros y de medios; constituyen el núcleo más poderoso y concentrado de la economía argentina. Una formación social caracterizada por la dependencia, hace que todo ese sector esté indefectiblemente enlazado a sociedades monopólicas internacionales. El predominio de ellos, nunca pudo ser alterado. Pero nunca antes había llegado al gobierno nacional de forma democrática una organización política que los presente sin mediaciones. Los socios civiles de la última dictadura, tardaron muchos años en lograr su pureza programática sin mezclarse con fuerzas heterónomas.

La pregunta que surge es cómo hicieron para ser considerados electoralmente por una porción bastante significativa de la sociedad argentina como una alternativa. Si bien el macrismo logró ganar sólo por poco más de 2 puntos porcentuales en segunda vuelta, mientras que en la primera había obtenido poco más del 34 %, es decir que aunque no haya ganado por paliza, puede afirmarse que ello obedece a una tendencia social que se fue profundizando en el sentido común, durante los últimos años. 

Las ideologías sólo existen a condición de ocultar su existencia. Los discursos ideológicos siempre se presentan como realidad, y ahí radican sus eficacias. Para entender un poco qué ha sucedido con el universo de la política, en las últimas décadas, principalmente desde el advenimiento del neoliberalismo, hay que ver qué operaciones ideológicas se fueron realizando. Cuando Marx pensaba la totalidad social como un edificio, en el segundo piso ubicaba a la uberbau, la superestructura en la cual ubicaba a su vez dos niveles diferenciados: la superestructura jurídico- política por un lado y la ideología propiamente dicha por el otro. Es en esta última donde se desarrollan las diferentes concepciones que rigen y organizan la vida cotidiana. Los tradicionales aparatos ideológicos de Estado (Iglesia y Escuela) descritos por  Althusser fueron perdiendo eficacia y en su lugar se fue desarrollando algo nuevo, que rompió o intenta romper la solidaridad entre los dos niveles de la superestructura. Lo nuevo intenta escindir mucho más lo jurídico- político de las concepciones de la vida cotidiana, porque de hecho esa escisión es constitutiva. Lo político siempre fue un aspecto escindido de lo social. Lo nuevo se propuso deslegitimar lo político en el seno de la sociedad. Tiene razón la psicoanalista brasileña Suely Rolnik cuando en una entrevista realizada por el Colectivo Situaciones expresara que el mito del sistema actual consiste en una promesa imposible de paraíso, que se convierte así en una enfermedad, y que explica incluso la delincuencia. En esa entrevista ella señalaba que “Mauricio Lazzaratto plantea muy bien en su libro Políticas del Acontecimiento (Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2006) la idea de que el capital financiero no fabrica mercancías como lo hace el capital industrial, sino que fabrica mundos. ¿Qué mundos son esos? Mundos de signos a través de la publicidad y la cultura de masas” por lo que “Hoy se sabe que más de la mitad de los beneficios de las trasnacionales se dedican a la publicidad, actividad que es anterior a la fabricación de productos y mercancías. En las campañas publicitarias se crean imágenes de mundos con las que el consumidor se va a identificar y luego va a desear”.

La maquinaria de donde emerge la oferta realizada por el marketing y la publicidad es quien tal vez se haya constituido hoy como el principal aparato ideológico, y el mainstream en la ideología dominante. Esto es lo que viene a interponerse entre los ciudadanos y sus representantes. La política en sentido tradicional de esta forma cae bajo toda una telaraña que la transforma en contracultural de baja estofa. Por eso lo “correcto” será desde ese ideario, plantear la política sólo desde el mainstream. Lo otro pasa a convertirse en perimido, ya en desuso, desactualizado, o en el peor de los casos criminalizado como se hace con los temas de corrupción. La “nueva política” ya no interpela a los ciudadanos como tales, los interpela como consumidores, como los receptores de una oferta que promete mercancías intangibles, que serán el resultado de una gestión exitosa.  Los logros van a depender exclusivamente de la “confianza” y el “esfuerzo” de los receptores del mensaje, mientras que los vendedores ya no podrán ofrecer ninguna garantía de lo ofrecido.
El viejo sistema de la política, las formas de desarrollarla, de financiarla, de conseguir una personería, no cambia a pesar del descrédito, porque para que la “nueva política” funcione lo viejo debe permanecer intacto.  Las burocracias políticas necesitan de fuertes aportes monetarios, y eso no pude tocarse. Lo que no se puede permitir es que el sistema político sea accesible a los sectores populares, y que desde ahí se conformen nuevas organizaciones. La falta de legitimidad de la política por parte de la ciudadanía, también se sostiene en esa imposibilidad. Incontables veces, el kirchnerismo se preció de haber repolitizado a un gran porcentaje de la población, especialmente a los jóvenes. Lo que no pudo tocar fue al régimen político existente, y su peor derrota no fue perder con Mauricio Macri en las elecciones del año pasado. La peor derrota fue tener que llevar como candidato presidencial a una figura del mainstream.

Aunque nadie lo diga, hay que admitir que el desprestigio de la política existe también dentro de las mismas organizaciones y movimientos, principalmente entre las bases provenientes de los sectores más humildes. Las promesas son para los que participan, no para los que se quedan en sus casas. Dentro del peronismo existe una masa nada desdeñable de militantes y activistas sociales, con ciertas capacidades, pero que saben que para hacer política es necesario que alguien ponga la plata. La subordinación se torna indefectible. Los que ponen la plata lo saben y hacen usufructo de ello. La paradoja es que los vecinos del militante de base también lo saben, pero se niegan a participar aunque algunos créditos le den a quien conocen desde siempre. Pero la legitimidad así quedará carcomida.
Por eso no hay que echarle la culpa a la gente, como hacen los más conscientes. Dentro de este encuadre es muy difícil cambiar las cosas y siempre se termina jugando para vaya a saber quiénes. El mensaje de los medios hegemónicos es precisamente ése. “Ellos se enriquecen y ustedes siguen ahí”. El macrismo esto lo llevó a sus límites amparándose en que ellos no vienen a robar porque ya tienen mucho dinero. Aunque convengamos que lo que el vecino de a pie, mide no es lo que se pueden haber llevado Báez o López, sino lo que pueden constatar porque lo tienen en su cercanía. Por eso una alternativa política que no construya fuertes lazos en la cotidianeidad de sus municipios, por ejemplo, tiende a disociarse.

Entonces, entre medio de los ciudadanos y el régimen político se encuentra ubicada una ideología que tiende a disociarlos cada vez más; y que intenta subsanarse con el marketing y con el intento de ocultar sus verdaderos propósitos. Construir una alternativa política que privilegie los derechos de los sectores populares, en estas condiciones pareciera partir más de la buena voluntad de alguien preocupado por ellos, que de la iniciativa misma de esos sectores. Lo que no se puede obviar en esta coyuntura es el hecho de que se está produciendo un empeoramiento progresivo del conjunto social, y que la paciencia del pueblo argentino no es igual a la que tienen otros pueblos. Hay una tradición de rebeldías muy marcada, que puede rastrearse desde la Semana Trágica hasta la actualidad, y que no es comparable a otros lugares del mundo. En esto no influye el mainstream, porque es justo ahí en donde la representación cae.  Como reza el subtítulo de la nota esta es nada más que una pequeña aproximación.

Berisso- 29 de junio de 2016



2016/07/08

Los mejores días...


“Los mejores días fueron y son peronistas” Como berissense e hijo de esa raigambre de eso no me caben las menores dudas, pero también sé que los “peores días” también son de ese palo. Los que transcurrieron durante el gobierno del innombrable o los previos al golpe del ’76. También aquellos que por no haber hecho lo que corresponde habilitaron lo peor. Los que le siguieron a septiembre del ’55, a marzo del ’76 o los de hoy. La única esperanza que me cabe es que el futuro de ese enunciado: “los mejores días” alguna vez vuelva a existir, y tenga el color político que el pueblo les quiera poner…

¿Poder?

La parte más formal de la superestructura descrita por Marx, es sin dudas la que comprende la formación jurídico- política, es la que hace a la forma en que una parte de la sociedad gobierna al conjunto. Que gobernar sea “una tarea imposible” como diría Freud no significa que no se lo intente. En ese intento se muestra la forma más descarnada de la belicosidad y agresividad de los que a toda costa intentan dominar para su propio beneficio al conjunto de cualquier formación social. El poder de tal forma no es algo que emerja como resultado de vaya a saber qué oscura condición humana. El poder existe para la dominación concreta. Hoy ante mucha lectura foucaultiana, o nietzscheana, en el seno de los movimientos populares, habría que señalar que el poder no puede ser una institución metafísica, porque su propia función es tremendamente material, y acorde a la producción y reproducción de determinados  estándares de la vida social. Jean Baudrillard discrepaba con Foucault en cuanto a cómo interpretar la visión del poder en Nietzsche. El poder en verdad es una perspectiva, es un simulacro que deviene de la seducción ineludible que produce el hecho de que el poder desafíe a la muerte. El poder así es nada –obviamente que no lo es-, y eso hace que valga quien puede proponer una opción para enfrentarlo a sabiendas de que detrás no hay omnipotencia. Marx descubrió en la formación social capitalista, que a pesar del poder reinante había un sujeto potencialmente superior, el proletariado, que podía tomar las riendas de la sociedad y llevarla a un destino de excelencia. Es conocida la frase de Mao cuando aseveraba que los imperialistas eran tigres de papel.  Ni Marx ni Mao lo dijeron pensando que ello no era verdad, o en todo caso como un discurso para hacer ganar confianza, lo dijeron porque vieron en las fuerzas en las que apoyaban sus tesis que derrotar a los poderosos era posible. Por eso el poder puede ser permeable.