2025/12/01

El presente absoluto: cómo se gobierna un mundo sin futuro

En 1914 Freud escribió que las fantasías del fin del mundo nacen de movimientos extremos de la libido: retraerlo todo hacia el yo o vaciarse completamente en el objeto.

El Weltuntergang era, entonces, una escena imaginaria.

Hoy ese escenario dejó de ser una fantasía:
la catástrofe es productible, administrada a escala global.
Cambio climático, guerras permanentes, extractivismo, algoritmos que gobiernan la percepción: vivimos en un mundo que ensaya su propio final.

El efecto subjetivo es un tiempo sin horizonte.
La pregunta clásica —“¿qué harías si el mundo terminara en una semana?”— perdió sentido.
Ahora vivimos como si el mundo terminara todos los días.

Ese clima produce un inmediatismo pobre: goce frágil, consumo compulsivo, suspensión del futuro.
Pero también produce algo más grave:
lo que Naomi Klein llama el fascismo del fin de los tiempos.

Las extremas derechas ya no creen en el futuro.
No prometen nada.
Solo administran un presente violento y bunkerizado.


Los ricos construyen refugios, ciudades corporativas, colonias espaciales.
Los pobres sobreviven día a día.
Ambos polos comparten la misma matriz temporal:
un presente absoluto que se devora el mañana.

Allí nace el autoritarismo contemporáneo:
cuando no hay futuro, la política se reduce al sadismo y al espectáculo del castigo.

Frente a esto, el desafío no es volver al pasado, ni esperar milagros:
es reconstruir la idea misma de futuro como bien común, condición de toda vida compartida.

Un mundo sin mañana se vuelve ingobernable democráticamente.
Por eso defender el futuro —aunque sea mínimo, frágil, incierto— es hoy un acto profundamente
político.

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