2018/01/15

Los ’80: música y neoliberalismo. Tocando al compás del capital

Si las décadas de los 60 y los 70 quedaron grabadas en la historia como tiempos de profundos cambios en todos los terrenos, en los 80 la música,  que había revolucionado esos años, empezó tocar otro ritmo.

Transcurría el año 1984. Owner of a Lonely Heart de la banda británica Yes era uno de los temas más escuchados. Por entonces un éxito discográfico. En cualquier televisor encendido podía verse el videoclip o también oírlo en alguna estación radial de las novedosas FM (Radios de Frecuencia Modulada). No está de más recordar que desde el 1º de Mayo de 1980 existía oficialmente en la Argentina la TV en color. Era un tiempo en el cual -a partir del regreso de la democracia- se declamaba que todo lo valioso de la década precedente debía retornar: la música de rock o las ideas de izquierda. Pero todo lo que volvía ya no era igual. Algo había cambiado.
Yes fue conformado en 1968 en Londres. Desde sus inicios la agrupación comenzó a desarrollar un sonido característico de rock con fusiones de jazz. Es de destacar que con la llegada en 1972 del tecladista Rick Wakeman la banda lograría un sonido muy particular que alinearía al grupo junto a otros grandes exponentes del rock progresivo y sinfónico de entonces: Pink Floyd; Genesis; King Crimson; Emerson, Lake & Palmer. Wakeman había sido un pianista de música clásica que pasó a utilizar una multitud de teclados electrónicos de última generación. Con Yes incorporarían a las grabaciones a una orquesta sinfónica y un coro. Eran los tiempos de búsquedas sofisticadas y la creación de obras conceptuales. En 1972 lanzarían el álbum Close to the Edgeinspirado en el Siddhartha de Herman Hesse. Un año después tendría lugar Tales from Topographic Oceans, obra también conceptual escrita por Jon Anderson y Steve Howe. El clásico sonido progresivo de Yes llegaría hasta 1979. A partir de ahí la banda quedaría casi desarticulada y algunos de sus miembros propusieron tomarse un descanso. Wakeman y Anderson por ese entonces se inclinarían hacia la música étnica y New Age.
En 1982 los sobrevivientes de Yes alinearon al guitarrista sudafricano Trevor Rabin y allí comenzaba la nueva versión de la banda. Rabin lejos de provenir de la tradición progresiva era un virtuoso guitarrista que cultivaba el hard rock, el pop y el techno rock con lo que Yes adquiriría un sonido mucho más comercial y con llegada a un público masivo.  En octubre de 1983 la nueva formación grabaría el álbum que llevaría como nombre 90125 en alusión al número de catálogo de elepés en el registro del sello Atlantic Records. El tema Owner of a Lonely Heartllegó a ubicarse por varias semanas en el número uno de los rankings de popularidad. Por su parte el tema instrumental Cinema le permitiría al grupo recibir en 1984 el Premio Grammy que sería el único alcanzado por Yes a lo largo de toda su historia. En febrero de 1985 la banda se presentaría en la Argentina en un colmado estadio de Vélez Sarsfield.
El pasaje de un estilo sofisticado y de búsquedas a otro de tipo más bien comercial no fue una exclusividad de Yes. Hubo otros grupos como Genesis, Supertramp o Fleetwood Mac sólo por nombrar algunos que hicieron el mismo camino. Si bien es factible realizar una crítica al cambio de estilo hay que señalar que la calidad instrumental de esas bandas resultaba superlativa. Mientras en Europa se imponía un tipo de música pop rock en donde emergían bandas como The Police, U2,  Depeche Mode, Queen; en los Estados Unidos reinaba la música disco heredera del soul y el rhythm & blues. Michael Jackson era su principal exponente. La conversión al mainstream y la música pop debe entenderse como resultado de un vertiginoso cambio de época no siempre perceptible.
Las décadas del 60 y 70 son valoradas como tiempos de cambio, de revuelta y contracultura. Sobre ello se ha escrito mucho y se sigue escribiendo. Es una necesidad hacerlo. Los 90 son considerados como la etapa en la cual se impondría el neoliberalismo y el pensamiento único heredero del proclamado fin de la historia. Por su parte los años 80 pareciera que no tuvieran grandes hitos para resaltar. Fue una década casi sin épica, una vuelta al sentido común más rutinario.  Sin embargo los 80 representan un tiempo refundacional del capitalismo global. Nada de lo que hoy ocurre podría entenderse sin saber mínimamente qué representó dicho período. Si en los 90 el neoliberalismo se hace perceptible es porque sus cimientos fueron realizados un tiempo atrás. Lo social, lo económico y lo cultural se transformarían sustancialmente. Los cambios en las disciplinas artísticas responden a ese proceso, se enmarcan en él. Se produce el fin de la sociedad de masas. Se comienza a constituir lo social como el entramado complejo de círculos íntimos con lo que devienen las mayorías silenciosas.
Si bien el fenómeno mainstream es posible a partir de una difusión extremadamente masiva en la que sus instrumentos comunicacionales se revolucionarizan permanentemente cabe destacar que no apuntan a conformar  colectivos sociales sino a desmantelarlos construyendo una cultura del hedonismo individualista en la que priman los círculos reducidos, los espacios de privacidad y el resguardo de la multitud.
El fenómeno de la discoteca

Si bien los locales a los que los jóvenes acudían para bailar música grabada tuvieron sus inicios promediando la década del 70, los mismos fueron lugares predominantes en los 80. En la Argentina los denominados boliches bailables desplazarían a los bailes populares a partir de 1976. Vuelta la democracia no habría cambios al respecto. Los lugares cerrados no sólo seguirían sino que se tornarían mucho más sofisticados.
En 1977 se crearía en Manhattan (EEUU) la célebre discoteca Studio 54. Allí se daban cita personajes famosos como Andy Warhol, Mick Jagger, Salvador Dalí, Liza Minelli, Cher, Woody Allen y Frank Sinatra. El rasgo particular de Studio 54 era que el ingreso al lugar no estaba asegurado. La gran afluencia de jóvenes podía verse en las puertas del lugar intentando ser aceptados para ingresar. Se imponía el derecho de admisión. Si bien las discotecas eran masivas, el fenómeno de las luces y la intensidad del sonido propiciaban una cierta imagen de aislamiento. El resto podía ser visto como un decorado necesario. Por esta razón se señalaba por entonces que si un grupo de amigos quería festejar como en su casa debía hacerlo en la disco.  La arquitectura de las grandes discotecas ofrecía diferentes pistas de baile y lugares reservados que sujetos a las sofisticadas iluminaciones propiciaban la ilusión de estar en un lugar no público. La música que emergía en los 80 debía adaptarse a estos nuevos lugares en los que lo social sería desplazado por una perspectiva íntima y privada. Es interesante rastrear estas características en el cine de la época. Esto se potenciaría en los 90 y hasta hoy mantiene vigencia.


2018/01/02

La cuestión de la militancia política- Es la realidad, estúpido

David Harvey y su libro
La falta de una lectura ajustada de la realidad lleva a una práctica ciega, oscura, librada al despliegue de un extremado voluntarismo que más que ser el producto de una necesidad histórica y social es el resultado de avatares individuales.

Alguna vez el célebre etnólogo Claude Lévi- Strauss dijo que las actuales sociedades se corresponden con máquinas termodinámicas que van mutando permanentemente. Las denominaba sociedades calientes. En ellas los hábitos culturales y las certezas sufren una metamorfosis que si son vistos no mucho tiempo después resultan anodinos. Esta velocidad se ha incrementado en las últimas décadas y pareciera ir en aumento. Con ello todos los valores de utilidad –no solamente comerciales- quedan subsumidos en las modas. De esta forma un bien cultural o social que puede considerarse de importancia es dejado de lado por atribuirle condición de “viejo” y por ende catalogarlo como agotado. Esta supuesta caducidad no siempre coincide con las necesidades, ya que en la mayoría de los casos es decretada a través de operaciones ideológicas que intentan sepultar todo aquello que no pegue con las ideas dominantes de un determinado tiempo histórico. Ideas que también mutan muy rápido.
Resulta bastante curiosa la imposición de nuevas modas intelectuales que van degradando y desprestigiando en muchas casos construcciones teóricas rigurosas por considerarlas hechas para otros tiempos. De esta manera aparecen nuevos pensadores que si rescatan a algún teórico del pasado manifiestan haberlo aggiornado.  Así es posible que se produzca el retorno de alguien para enfrentarlo o superponerlo a otros de su tiempo. Antonio Gramsci en los ’80 fue utilizado para contraponerlo a la tradición marxista, fundamentalmente leninista, resaltando de él aspectos tanto autonomistas como socialdemócratas. A estas maniobras de manipulación de la teoría en otros tiempos se las denominaba “revisionismo”, un término que también fue eliminado del vocabulario militante por considerarlo caduco.
Realizar una profunda crítica al igual que un inventario de todas las revisiones llevaría un enorme trabajo que solamente podría ser realizado por un colectivo de intelectuales comprometidos. Esto le proporcionaría al activismo una batería de herramientas conceptuales que potenciarían su labor militante.  A veces determinados silencios podrían ser considerados como resultado de cierta miopía, aunque la mayoría de las veces sean intencionales, producto de cambios en los modos de abordar y percibir la realidad. Cambios que sin duda van degradando incluso al pensamiento crítico.
Saber dónde estamos parados

Todos aquellos que militaron en los ’70 deben extrañar la caracterización de la etapa en la que desarrollaban su labor. Realizar un análisis de situación no era sólo el patrimonio de las izquierdas marxistas, también lo hacían las diferentes organizaciones del peronismo revolucionario. Si la actividad política no representa un pasatiempo, un lugar para expiar culpas ni tampoco una oportunidad para acceder al poder para saciar apetitos individuales lo primero que se debiera conocer es la realidad que se pretende transformar. Carecer de ese conocimiento lleva a una práctica ciega, oscura, librada al despliegue de un extremado voluntarismo que más que ser el producto de una necesidad histórica y social es el resultado de avatares individuales.
Por esta razón habita en el sentido común la idea de que enrolarse en el cambio social es sólo para los jóvenes que, una vez envejecidos, deben retirarse a hacer otras cosas. “De joven se es revolucionario y de viejo conservador”, dice un dicho popular. Si bien algo de todo eso sucede en la sociedad, no se puede concebir un proceso de transformaciones exclusivamente como la exteriorización de subjetividades. Las mismas son necesarias e inevitables pero se apoyan en procesos materiales y objetivos mucho más complejos que, resulta necesario conocer. Hoy se impone la posverdad con lo cual un gobierno como el de Macri afirma un montón de cosas que uno percibe que son falsedades pero no hay quien a través de datos reales pueda rebatirlos y poder informar correctamente a la población, ya que no alcanza con decir que los medios mienten.
Del análisis de situación que propicia una caracterización correcta de la realidad surge la línea de acción, la línea política, el quehacer militante. El actual y muy recomendable  marxista británico David Harvey sostiene en la introducción a su libro Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo (2014) que; “Las interpretaciones erróneas conducen casi siempre a políticas erróneas cuyo resultado será profundizar más que aliviar las crisis de acumulación y la miseria social que se derivan de ellas”.  En referencia al movimiento anticapitalista ahora en formación, Harvey señala que resulta “crucial no sólo entender mejor el funcionamiento de su antagonista (el capital) para oponerse al mismo, sino también para articular una clara argumentación sobre por qué tiene sentido en nuestra época un movimiento de este tipo y por qué es tan necesario tal movimiento en los difíciles años que nos esperan para que el conjunto de la humanidad pueda vivir una vida decente”.
Conocer la realidad además permite saber quiénes son nuestros amigos y medir la envergadura de a quién nos oponemos. No se trata de un caminante ciego que por casualidad encontró su lazarillo, se trata de caminantes que en la experiencia de caminar van conociendo y haciendo el camino.