2025/12/30

La Naranja mecánica y la genética cultural

 


La idea de genética cultural no surge aquí de la biología como metáfora erudita, sino de una experiencia de reconocimiento inmediato. Hace poco, al ver jugar al AFC Ajax, fue imposible no advertir algo que persistía más allá de los nombres, los títulos o la potencia económica: un modo de jugar reconocible en segundos. Rotaciones, ocupación de espacios, circulación constante del balón. No era nostalgia: era continuidad.

Ese estilo se consolidó en los años setenta con el llamado fútbol total, cuyo emblema fue Johan Cruyff. Más tarde, ya como técnico, Cruyff trasladó ese principio de juego al FC Barcelona, donde se volvió sistema, escuela y método de formación. Con el tiempo, ese mismo estilo terminó impregnando a la Selección de fútbol de España, hasta convertirse en una marca reconocible a nivel mundial.

Lo interesante es que el Ajax dejó de ser una potencia dominante. Sus jugadores actuales no tienen, en promedio, el talento excepcional de otras épocas. Sin embargo, siguen intentando jugar del mismo modo. El estilo persiste incluso cuando ya no garantiza el triunfo. Eso indica algo decisivo: no se trata de individuos, sino de transmisión.


Ahí aparece con fuerza la noción de genética cultural. No como “gen” en sentido biológico, sino como principio de organización que se transmite por formación, repetición y práctica, especialmente en las divisiones inferiores. No se enseña una jugada; se forma una percepción del juego, una relación con el espacio, con el compañero y con el riesgo. El cuerpo aprende antes que la conciencia: moverse, ofrecerse, rotar, insistir.

Ese “gen futbolístico” no está en la sangre, pero se inscribe en el cuerpo. Sobrevive a los fracasos, atraviesa generaciones, se adapta sin perder su núcleo. Y puede reconocerse del mismo modo que reconocemos un acento o una cadencia al hablar.

Este ejemplo permite introducir la hipótesis general:
la cultura no sólo transmite significados o valores, sino modos de organización práctica que producen cuerpos capaces de ciertas acciones y no de otras. En el fútbol, eso se ve en el juego; en otros ámbitos —como la alimentación, el vestido o la vivienda— se verá en el metabolismo, la postura, el descanso.

La genética cultural nombra, entonces, esa herencia no genética que persiste sin necesidad de ser formulada, que se aprende haciendo, y que define estilos de vida tanto como estilos de juego.

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