2018/11/20

América Latina y el neofascismo- No todos los fachos son pardos

El uso generalizado de la categoría neofascismo para explicar el avance de la ultraderecha en América Latina, sobre todo a partir del triunfo de Bolsonaro en Brasil, lleva a confusiones teóricas que dificultan la resistencia.

Nota Socompa

Tras el triunfo electoral en Brasil de Jair Bolsonaro se puso sobre el tapete el tema del surgimiento en nuestro continente de opciones políticas de ultraderecha bajo el rótulo de neofascismo o neonazismo. En el viejo continente hace ya un tiempo que se vienen dando esta clase de movimientos que incluso cuestionan severamente la existencia de la comunidad europea.  De todas formas vale la pena poner blanco sobre negro en lo concerniente a esta clase de posiciones, ya que si nos atenemos exclusivamente a la nomenclatura podemos incurrir en errores graves de caracterización que lejos de permitir generar contrapropuestas políticas que frenen el avance derechista lo único que harán es declamación moralista o ideologista.

El nazismo alemán y el fascismo italiano si bien tuvieron diferencias entre sí, poseyeron denominadores comunes bastante claros. Ambos se desarrollaron tras la primera guerra y fueron serios causantes de la segunda. No pocos desde posiciones de izquierda, principalmente los partidos comunistas de la Tercera Internacional consideraron que la irrupción de estas posiciones representaba el avance desmedido de la reacción mundial en general y contra la Unión Soviética en particular. Si bien esto puede entenderse así, hay que ver que en primer lugar era el resultado de la feroz competencia entre potencias capitalistas del mundo de entonces. La guerra iba a ser el desencadenante natural de la puja interimperialista por los mercados y los recursos. Los proyectos nazi fascistas se sostenían en el desarrollo de una sociedad integrada corporativista que apuntaba al crecimiento industrial y militar.

En los países del Tercer Mundo, hubo tanto militares como burguesías nacionales que simpatizaron con el surgimiento del nazifascismo. Sin ir demasiado lejos en la Argentina el grupo de militares que formaban parte del GOU (Grupo Obra de Unificación) en los ’40 del que fuera parte Juan Domingo Perón, tuvieron posiciones nacionalistas. El proyecto de “comunidad organizada” representaba claramente ese ideario. Lo que nunca se dice es que esas posiciones políticas trasladadas a la periferia mundial tenían un marcado sesgo antiimperialista. La mayoría de los movimientos nacional popular llevaban esa marca.

El surgimiento reciente de una ultraderecha regional a la cual se la emparenta con el nazifascismo posee raíces que están más ligadas con la ideología de militares y civiles que en gran parte de la segunda mitad del Siglo XX fueron subordinados en la implementación del Plan Cóndor y partícipes necesarios de una guerra fría que poco afectaba a esta parte del mundo. Tal vez con el final del primer peronismo también se terminó la posibilidad de existencia de militares patrióticos. La camarilla cívico militar que encabezó la dictadura argentina entre el 76 y el 83, lejos de tener posiciones nacionalistas profundizó la dependencia. El tinte reaccionario, represivo o totalitario no es un rasgo propio del nazifascismo. En nombre de la moral occidental y democrática es posible encontrar accionares tan oscuros y perversos como los que se le atribuyen al nazifascismo. Las actuales ultraderechas están más emparentadas a esta segunda veta que a las raíces con las que se las intenta catalogar desde una mirada marcadamente liberal. Mucho más cuando las fuerzas armadas y de seguridad reciben formación y adoctrinamiento por parte de las principales agencias ligadas al complejo militar estadounidense.

Las actuales ultraderechas regionales emergentes poco tienen de nacionalismo. Se basan en tendencias existentes en el sentido común más abyecto principalmente alojadas en las clases medias.  Xenofobia, racismo y toda una gama de prejuicios muy arraigados en contra de otros sectores sociales a los cuales identifican como peligrosos. Las políticas progresistas lejos de haber trabajado correctamente esas contradicciones sociales no han hecho más que profundizarlas en nombre de posiciones que más que políticas parecen religiosas. No se trata de pedirles a unos que amen a los otros, sino de crear condiciones objetivas de convivencia. Las actuales derechas aprovechan al máximo esas falencias y reproducen permanentemente el odio estructural.

El surgimiento del nazifascismo tuvo que ver principalmente con el malestar que se creó con la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias posteriores. En Calle de dirección única (1928), Walter Benjamin proponía un viaje por la inflación alemana en el que mostraba las incertidumbres y angustias de una nación que necesitaba salir de ese estado aunque poco podía vislumbrarse el cómo. Una temática similar se puede encontrar en el film de Ingmar Bergman El huevo en la serpiente de 1977. De todas maneras la salida a esa etapa crítica implicaba el desarrollo de nuevas fuerzas productivas y de la unidad nacional. En Metrópolis (1927) del cineasta alemán Fritz Lang es posible ver cómo la masa proletaria es sojuzgada de forma casi esclavista para producir en aras del bienestar general.  Si el nazismo surge como una opción ultra reaccionaria esto se da en el marco de una sociedad que virtualmente tiene la posibilidad de desarrollarse. En cambio las actuales opciones ultraderechistas se producen en una sociedad demasiado fragmentada y decadente que deja cada vez más intersticios libres para ser ocupados por economías sumergidas como el narcotráfico o el tráfico de personas. El neofascismo lejos de combatir estas modalidades sólo realiza demagogia punitiva. El crimen organizado no deja de ser un negocio pingüe del que sería iluso suponer que los sectores económicos más poderosos no intenten extraer ganancias.

Si en otros tiempos el fascismo se oponía al liberalismo, hoy el neofascismo va de la mano del neoliberalismo. En tanto, las organizaciones populares deben entender que si no se caracteriza correctamente a esta nueva derecha se corre el riesgo de ser un blanco predilecto de ella. De hecho ya se viene desarrollando una guerra molecular sistemática contra todo esbozo de organización. Desde la prédica mediática se emparenta a los movimientos sociales con la criminalidad y se justifica su represión. No se trata por cierto de que los medios mientan, exclusivamente. Estamos acostumbrados a suponer que en las subjetividades creadas por el capital, se da un fenómeno de transformar lo positivo en negativo. De trastocar lo bueno en malo. Los medios masivos no hacen otra cosa que exacerbar lo que ya existe en el sentido común imperante. No es otra cosa que raspar la piel para que surja ese “enano fascista” que nos habita. Síntomas de un tiempo difícil.



El rompecabezas opositor- Peronismo, izquierda y unidad

La unidad no es una flor de invernadero, tampoco un imperativo ético. En política es un proceso de construcción de acuerdos entre partes diferentes.

Nota Socompa

Hoy se escucha decir con asiduidad que para vencer al macrismo es necesaria la unidad del peronismo. Es ésta una afirmación tan general que podría aplicarse no sólo a una fuerza que proponga cambios a favor de los sectores populares sino también a un recambio sistémico que le sirva a los sectores más concentrados de la economía para proseguir con el modelo que viene implementando el actual gobierno a partir de diciembre de 2015.

Todo lo que hace a la promoción de un “peronismo responsable” o “serio y republicano” gira en torno a ésta última opción. Transformar al peronismo en una de las dos patas de un políticamente correcto bipartidismo es algo que se impulsa no sólo desde afuera de esa fuerza sino que cuenta entre sus adherentes con apóstoles iluminados como el matrimonio Duhalde o “peronólogos” como Julio Bárbaro que no se cansan de repetir que el modelo es el acuerdo Perón- Balbín. Todos ellos obviamente impulsaron la candidatura de Mauricio Macri e intentaron beneficiarse con la intervención del Partido Justicialista durante los primeros meses de este año.  Esto sin nombrar a todo un espectro de caciques como los que nuclea el denominado Peronismo Federal o el sindicalismo tradicional.

Preocupa que haya sectores que siendo parte de la movilización social y del peronismo consideren esa posibilidad como el principal ariete para contrarrestar el avance macrista. Si hoy existe en el sentido común un notable desprecio hacia la historia esto no debiera ser igual en los sectores que se movilizan y construyen a diario una determinada cultura militante. Por lo contrario debiera ser la historia misma -fundamentalmente la protagonizada por los sectores comprometidos de otrora-, una de las bases principales para profundizar las intervenciones de coyuntura, dándole perspectiva.

Desde su nacimiento allá por mediados de los ’40, el peronismo se convirtió en una fuerza de amplias mayorías en la que según su líder, la columna vertebral la constituía el movimiento obrero. Esta matriz provocó principalmente tras la caída del peronismo en el ’55 un debate importante en el seno de las organizaciones populares acerca de si un proyecto emancipador debía o no desarrollarse dentro del heterogéneo peronismo o por el contrario hacerlo desde fuera de él en una organización independiente.

La caída de los dos primeros gobiernos de Perón precipitó a partir de septiembre del ’55 el movimiento que llevó el nombre de Resistencia peronista. En términos relativos se extendió hasta entrada la década del sesenta. Con el golpe militar de 1966 se intentó frenar cualquier avance de las luchas sociales pero esto tuvo como desencadenante el surgimiento de una nueva situación política que tuvo en el Cordobazo del ’69 una expresión genuina de lo que estaba sucediendo a nivel de la base de la sociedad argentina. Mientras duró la endeble democracia el peronismo fue una fuerza proscripta. Convengamos que la fuerza de ese movimiento se expresaba fundamentalmente en los puestos de trabajo y en las barriadas populares y la predisposición a la lucha no era paradójicamente un plan orquestado por el viejo general desde Puertas de Hierro. Precisamente haber entendido que las bases obreras carecían de una conducción efectiva hizo que sectores de izquierda desencantados con el Partido Comunista, el socialismo tradicional e incluso con las variantes trotskistas existentes hizo que vieran en el peronismo una acumulación histórica que no debía desperdiciarse y que por ende había que hacerla propia.

La intención de esta nota no intenta tomar partido sobre si es correcta la entrada al peronismo o la construcción externa de otra fuerza que pretenda conducir a los sectores populares. Dirimir esa dicotomía es por lo demás bastante árido y debiera corroborase en la experiencia concreta.

La denominada izquierda peronista consideraba que el movimiento al que se acercaban tenía abierta la posibilidad de conducción. Era un estamento previo a la conformación de una verdadera alternativa liberadora. Por su parte la izquierda situada por fuera del peronismo alertaba del peligro de no hacer otra cosa que llevar agua para un molino equivocado. A riesgo de cometer una extremada simplificación vale decir que la primera opción tuvo cierta vigencia hasta la finalización del efímero paso de Héctor Cámpora por el gobierno. La segunda opción se corrobora acabadamente ante el giro derechista del gobierno de Perón en julio de 1973. De todas maneras también se podría señalar que la acción política realizada por la izquierda peronista tuvo desaciertos que de no haberse producido podrían haber logrado cumplir sus objetivos. Por eso la aridez de un debate que sólo podía resolverse en la práctica y que hoy podría considerarse anticuado. De todas maneras existen principios generales sobre la experiencia política que no debieran descuidarse.

La bendita unidad

Existen términos que repetidos hasta el hartazgo producen cierto imaginario que no se condice con la práctica concreta. Hablar de unidad sin concebir un plan para ponerla en marcha es reducir el término a una invocación, a un deseo. La unidad no es una flor de invernadero, tampoco un imperativo ético. En política es un proceso de construcción de acuerdos entre partes diferentes. Al interior de un abanico de sectores que confluyen es inevitable que no exista una dirección que termine por imponerse. El concepto de unidad es un complemento del término hegemonía. Sin esta última la unidad es abstracta.

Para ejemplificar un poco lo que se viene señalando, bien vale recordar al legendario dirigente del peronismo revolucionario Gustavo Rearte quien en un célebre artículo publicado en 1970 en el diario En Lucha, decía que: “La tarea principal es dar respuestas adecuadas, y para ello el esfuerzo fundamental debe orientarse en la búsqueda de una política que una al Peronismo Revolucionario mediante métodos organizativos que permitan estrechar sólidos vínculos con la base, aislando de ella a la dictadura y a los traidores del Movimiento, condicionando, con el fortalecimiento de la organización revolucionaria y su crecimiento interno, nuevas y más claras perspectivas. Para alcanzar este objetivo es suficiente y necesario lograr la hegemonía concreta, y ello no depende del número sino de la orientación política y de la actividad revolucionaria efectiva”. Bastante claro.

Apuntes sobre el reggae jamaiquino- Música que lucha

Nacido en Jamaica a fines de los 50, el reggae une la religiosidad y espiritualidad de los esclavos africanos con una fuerte propuesta cultural y política.

Nota Socompa

La conquista del continente americano en su conjunto tuvo como uno de sus pilares el desplazamiento de enormes contingentes de población africana para ser convertidos en fuerza esclava. Poco se sabe sobre este proceso de inmigración forzada. Lo que no se puede soslayar es la importancia étnica y cultural que tuvo y tiene lo afro en el desarrollo de nuestras sociedades.

En algunas notas precedentes -publicadas en Socompa– quien escribe hizo referencia a la influencia africana en estilos como el blues o el soul que tuvieron su desarrollo en los Estados Unidos. De todas maneras esta marca cultural afro tuvo incidencia a lo largo de todo el continente. En el Río de la Plata el candombe es un estilo que fue cultivado en ambas orillas.

En la mayoría de los estilos surgidos es posible encontrar una gran densidad rítmica, cierta religiosidad y una marcada espiritualidad atormentada por la opresión, pero lo que no es tan común es la existencia de un género como el reggae jamaiquino en el que las cualidades señaladas se complementan con una fuerte propuesta cultural y por qué no política en la que ya no se tratará sólo de la situación particular de los jamaiquinos sino de la emancipación de todo el continente africano y de su población migrada hacia otros sitios.

El reggae es un estilo musical surgido en Jamaica a fines de los ’50 principios de los ’60. Su impronta está íntimamente ligada al rastafarismo. Musicalmente hablando es el resultado de una fusión de ritmos caribeños, soul, jazz y una singular base rítmica de procedencia africana. Vendrá a ser así un desarrollo de otras músicas de la isla como fueran el rocksteady y el ska.

Coincide además con el surgimiento de la industria discográfica en Jamaica y la independencia del Reino Unido en 1962. El movimiento rastafari surgió promediando la década del ’20 en los suburbios marginales de Kingston y zonas rurales en donde vivía la población afrodescendiente.

Tuvo gran importancia en ello el predicador Marcus Garvey quien desde la Asociación Universal para la Mejora del Hombre Negro (UNIA, por sus siglas en inglés) fue quien acercó la idea de emancipación ligada a la llegada al trono del imperio de Etiopía del primer rey negro africano, Haile Selassie I, quien en el rastafarismo vendrá  a ser un heredero de la divinidad y a su vez el guía que conducirá a todos los africanos dispersos por el mundo hacia la tierra prometida que es naturalmente África.

De tal manera los hombres negros de los barrios pobres sostendrán la idea de acercarse espiritualmente a la idea de liberación que encarna el legendario emperador etíope. La música de reggae será parte sustantiva de la praxis emacipatoria.

Roots, rock, reggae

Se podría afirmar con una aproximación cercana a lo certero que el nacimiento del reggae coincide con la irrupción de la cultura rock que integrándose a estilos musicales, propios de Jamaica y el Caribe, le darán a la música rastafari un estilo bien particular.

Si existe alguna figura descollante del género éste será sin dudas Bob Marley. Nacido en Nine Mile, Saint Ann, Jamaica el 6 de febrero de 1945, a principios de los ’60 se verá influenciado principalmente por la música proveniente de los EEUU como el rock y el R&B.  Tras sumergirse profundamente en la cultura rastafari Marley junto a Bunny Wailer y Peter Tosh conformaron la banda The Wailers y arrancaron con el estilo característico que hizo conocer mundialmente la propuesta jamaiquina.

De gran interés sería rastrear las letras de las composiciones de Marley, pues allí uno podrá encontrar el sentido que le dio a su producción y que hizo que lo nombren como el “sumo pontífice del reggae” y difusor del rastafarismo por fuera de Jamaica. En Africa unite expresará el deseo de unidad de los africanos dispersos por el mundo para juntos encaminarse hacia la tierra prometida. En la terminología rastafari Zion representa ese lugar mientras que Babylon será el mundo en el que prima una vida alienada estructurada principalmente por las formas que emanan del capitalismo. Zion no será en tal sentido sólo un terruño sino un estado subjetivo en el que prime la dignidad.

Muy pronto el reggae sería bienvenido entre los íconos del rock, tanto es así que figuras como Eric Clapton, Mick Jagger o Stevie Winwood grabarían temas de este estilo musical. En el caso del vocalista de los Rolling Stones cabe señalar que junto al wailer Peter Tosh harían el tema Walk and dont look back. Desde finales de los ’70 cuando el reggae se internacionalizó hizo que su propuesta musical y cultural fuera adoptada en distintos países. En el Reino Unido surgieron bandas como Steel Pulse y UB40. Tendrían ellas un gran impacto comercial e irían consolidado en Europa un público específico para el reggae. La inmigración creciente de africanos a Europa fue creando un basamento sólido para el desarrollo de esta música en el viejo continente.

El desarrollo del reggae en lugares alejados de Jamaica se dio en tanto este género pudo franquear limitaciones tanto geográficas como idiomáticas. A diferencia del rock que se expandió por el mundo casi sin transgredir su enunciación en lengua inglesa –salvo excepciones notables como la del rock argentino- el género jamaiquino logró generar adeptos que hicieron esa música en idiomas diversos.

Abundan expresiones musicales que cantan este estilo en lengua francesa o española. Existen además expresiones muy interesantes que surgieron en diferentes países africanos que combinan nuevos ritmos y entonación en lenguas nativas. Hoy se podría considerar al género como una parte importante del desarrollo de la world music, y como uno de los estilos más emparentados a los movimientos antiglobalización.