2011/03/18

Una nueva institucionalidad nacional y popular

Este escrito intenta dar cuenta de una nueva situación política en la Argentina, que si bien tiene como antecedente directo la crisis económico social de 2001, podríamos definir en términos relativos, como nueva, a partir del año 2010, en un proceso ininterrumpido pero sujeto a vaivenes iniciado en 2003, con la asunción de Néstor Kirchner al gobierno. Voy a citar un párrafo que da cuenta de alguna forma, de la temporalidad a la cual nos referiremos. Juan Carlos Portantiero escribía en “Clases dominantes y crisis política en la Argentina actual” del año 1973, lo siguiente: “Una nueva etapa económica supone la definición primaria de nuevos actores sociales, a la vez que determina reajustes en los campos de interés. En un primer momento los nuevos protagonistas aparecen definidos objetivamente en el nivel de las clases; su representación social y política, sin embargo, se demorará. Durante todo un período el espacio de la política estará primordialmente ocupado por núcleos residuales, fuerzas sociales y grupos políticos demorados cuyas respuestas apuntan a preguntas planteadas durante la etapa anterior y que sólo en ella podían ser satisfechas. Estos rezagos que desvían o amortiguan las nuevas líneas de conflicto social planteadas por los cambios en la economía, pueden ser, en el corto plazo, factor principal de las decisiones políticas: desautorizados históricamente en el nivel estructural, “vaciados” ya de contenido si se los observa desde el futuro, suelen manifestarse como protagonistas principales en el plano político presente.”
Más allá de los hechos acaecidos en diciembre de 2001, el 19-20 no era un acontecimiento aislado de lo que venía incubándose en la sociedad en general, sino un punto álgido de aquella situación generalizada, que contaba con un antecedente a veces subestimado, y que había sido el “Voto Bronca” en las legislativas de octubre del mismo año. La irrupción del “Que se vayan todos” era la confluencia de diferentes actores sociales, algunos con algún tiempo de desarrollo como el movimiento piquetero, y otros que irrumpían en ese mismo instante como el movimiento de fábricas recuperadas, las asambleas populares, los caceroleros, y variadas expresiones sociales que propiciaban la recuperación de espacios públicos y la construcción de centros culturales, huertas comunitarias, etc. Un ausente notorio en 2001 fue el movimiento sindical, que hasta el año 1997 había tenido un protagonismo fundamental en la resistencia al neoliberalismo, principalmente en nucleamientos como la CTA y el MTA.
A partir de entonces, la resistencia pasó a ser conducida principalmente por los movimientos sociales. Obviamente, el proceso de desindustrialización y flexibilización laboral le fueron restando poder a los sindicatos, y el principal emergente eran quienes quedaban al margen del mercado laboral, y habría que aclarar a su vez, que la resistencia de los trabajadores sindicalizados, poniendo como antecedentes la Marcha Federal del 94, pero que podríamos extender al Santiagueñazo del 93, eran principalmente expresiones de trabajadores estatales, nucleados en el CTA y la CCC, más camioneros y transportistas nucleados en el MTA.
“Que se vayan todos” fue una expresión a la cual podemos considerar lo que Gramsci denominara política negativa, es decir una respuesta política no propositiva sino en oposición pura, sin proponer nada a cambio. En este sentido la política pasó a ser cuestionada, en tanto se generaba un vacío de conducción y una marcada crisis de representación. Aquel era supuestamente el momento ideal para la construcción de una fuerza política que aglutine a todos los sectores sociales descontentos, en una alternativa de poder real que pudiera proponer la resolución de todos los problemas que había generado el neoliberalismo, e incluso pudiendo darle una perspectiva superadora, pero la crisis nos encontró sin al menos un insumo previo a la realización de dicha fuerza, y cuando la crisis se desata, si ese insumo no está desde ya presente en la lucha social, resulta tarde para construirlo en una situación crítica.
La llegada de Néstor Kirchner al gobierno en 2003, con apenas el 22 % de votos, tras el retiro de Menem a presentarse en la segunda vuelta, y mucho más, las primeras medidas adoptadas como la anulación de las leyes de impunidad y la renovación de la Corte Suprema de Justicia, sólo pueden entenderse a partir de considerar el proceso abierto a partir de las jornadas de diciembre de 2001. Kirchner llega al gobierno mediante la estructura del Partido Justicialista principalmente, y sabiendo que a partir de ahí era necesaria la construcción de una fuerza propia que ya no dependiera, ni sea condicionada por el viejo aparato, y es así como logra concitar la adhesión de un gran número de movimientos sociales y grupos políticos, que en gran mayoría habían estado anteriormente enrolados en la resistencia, confluyendo en ese fenómeno que se llamó transversalidad. Es bueno recordar que a la primer central obrera que Néstor recibió en la Rosada fue a la CTA, en sus primeros días de gobierno. El inicio de la puja por la distribución de la riqueza, y de desplazamiento de las corporaciones de las principales esferas de decisión, colocando al estado como palanca, y comenzando a recuperar sustancialmente el mundo del trabajo, hizo que el gobierno fuera ubicando cada vez más, a los enemigos a los que estaba enfrentando, y esto considero que fue determinante para el viraje que se realiza desde la concertación a un retorno a la estructura del PJ, y de la CGT liderada por Moyano, ya que históricamente estas estructuras cuentan con un mayor poder de fuego, para alcanzar una relación de fuerza favorable para enfrentar a poderes muy concentrados. La disputa por la 125 en 2008 y el enfrentamiento con las patronales agropecuarias, de alguna forma fractura al frente interno, poniendo en gran evidencia el rol de los medios hegemónicos. Si bien esta situación aparta a cierto consenso de derecha, comienza a mi entender, a sumar paulatinamente la adhesión de nuevos sectores por izquierda, que tendrían una irrupción relativa, durante las jornadas de debate y sanción de la nueva ley de medios.
El surgimiento de nuevos medios de comunicación favorables al modelo de inclusión, que en otros tiempos podíamos definir con exactitud como medios alternativos, la irrupción de las redes sociales, así como medidas de gobierno favorables a los sectores populares fue incubando un nuevo sedimento social que podemos denominar como un kirchnerismo espontáneo, principalmente juvenil, con viejos militantes de los setenta, con la adhesión de gran parte de la intelectualidad y de sectores de la contracultura, es lo nuevo que irrumpe principalmente en el 2010, con los festejos del Bicentenario, con la masiva concurrencia al velatorio del líder. Cristina el otro día en Huracán recordaba que en el acto de Ferro de 2010 por la conmemoración de aquel 11 de marzo de 1973, Néstor le había dicho que había notado la irrupción de un nuevo clima, que luego fue confirmado por los festejos de mayo.
La tarea actual más allá de la contienda electoral es como decía la Presidenta el otro día en Huracán, la profundización de la organización popular, la institucionalización del modelo nacional y popular, es decir el pasaje a la organicidad de todo ese kirchnerismo inorgánico y espontáneo, sin la mezquindad de los dirigentes, construyendo ese nuevo relato que se viene escribiendo, pero en el cual es necesario subrayar permanentemente los logros alcanzados, condición necesaria para profundizarlos.

Hoy es un lugar común en la militancia nacional y popular hablar de “profundizar el modelo”, y si bien todos intuimos más o menos de que hablamos cuando nos referimos a ello, creemos que es bueno sostener una posición que pueda inscribirse en un debate, que en el mediano plazo debiera limar ambigüedades y sostener un auténtico proyecto de emancipación.
Coincidimos con el planteo del sociólogo Julio Godio, cuando afirma que desde el año 2003, Néstor Kirchner inauguró una “revolución desde arriba” cuando se encontró con que “el poder del Estado estaba ‘vacante’, y reclamaba ser ocupado por una fuerza política renovadora” pero que él “no necesitaba contar con un partido político fuerte para ocupar ese poder vacante” ya que “Su audacia política, un equipo político experimentado y un programa nacionalista claro fueron suficientes.”
Según Godio, Néstor “fue fiel en la práctica a la concepción de Perón sobre el carácter del partido político” ya que “En efecto, Perón se planteó a partir de 1944 construir un ‘partido de Estado’, acorde con sus convicciones políticas más profundas.” Desde este punto de vista podemos ver como se fueron produciendo algunas transformaciones sustanciales de la estructura estatal. La anulación de las leyes de impunidad marcan una ruptura sustancial con todo lo anterior, ya que es el Estado mismo quien se cuestiona a sí mismo, en su responsabilidad en delitos de Lesa Humanidad y se comienza a condenar a los responsables. Un Estado que se cuestiona a sí mismo y principalmente en sus modos de monopolizar las fuerzas de represión, sin dudas ya no es el mismo estado, sino algo nuevo que comienza a gestarse, y mucho más cuando además se renueva otro poder estatal como lo es la Corte Suprema de Justicia.
El neoliberalismo imperante en nuestro país desde principios de los noventa había instalado la idea de que el estado no debía intervenir en la economía, para dejar rienda suelta a la incursión de capitales globales, teniendo como ariete inamovible de ello a la deuda externa. Desprenderse del FMI y poner al estado como palanca de la economía, no solamente para realizar la puja distributiva, sino principalmente para generar nuevos puestos de trabajo, avanzando sustancialmente contra la desregulación laboral de la segunda década infame; a nuestro entender fueron generando el germen de una nueva institucionalidad que pudiera romper definitivamente pero de forma gradual, con la estructura estatal del capitalismo dependiente.
Coincidimos con Godio en que “la revolución desde arriba” tiene un límite, y es en ese punto donde cobran extremada vigencia tanto los pronunciamientos acerca de una revolución cultural en marcha, como la mayoría de las expresiones vertidas por la presidenta Cristina Fernández el pasado 11 de marzo en Huracán. Allí la mandataria subrayaba los modos de la construcción política, haciendo hincapié en que hoy no se trata de construir en contra de algo, sino a favor de los logros alcanzados, ubicando como interlocutores principales a los jóvenes, a los cuales les pedía que “construyan su propia historia” y “que sean ellos mismos”. Les pedía principalmente construir sobre las coincidencias, y con amor y sin odio, recordando de alguna manera aquella sentencia de Mao sobre que al odio se lo vence con amor.
En aquel escenario Cristina también enfatizaba la profundización de la organización popular, realizando una ecuación en la cual Pueblo es igual a Nación. Este modelo organizativo supone una construcción orgánica que necesariamente no puede depender exclusivamente de algunos dirigentes, a los cuales también les pidió suprimir mezquindades, para poner el acento en el desarrollo colectivo, y poder avanzar hacia la institucionalización del proyecto nacional y popular, teniendo en cuenta que esto no es el resultado de algún decreto o alguna ley, sino que ello va a ser el producto de que esto se haga carne en el pueblo. En este sentido Cristina manifestaba también la necesaria lucha contra la subordinación cultural, y la construcción de un relato que pueda dar cuenta permanentemente de los logros alcanzados, para que esto sea un piso para avanzar hacia cambios más profundos.
Si nos detuvimos en analizar aquel discurso, es porque en él encontramos muchas de las pautas principales de cómo se debiera proyectar la tan mentada profundización del modelo. Creemos que la nueva organicidad planteada debe necesariamente plantearse el desarrollo territorial del proyecto, principalmente en la base, en los municipios, en los barrios, en los puestos de trabajo, en la cotidianeidad, para que pueda vertebrarse una verdadera construcción de poder popular, que pueda articular los logros del gobierno con las bases de la sociedad en su conjunto, y a la vez que desde estas bases, puedan generarse otras políticas que se transformen en políticas de estado.