2016/12/15

La soledad al cuadrado

Bitter Moon (1992) es una de las más importantes producciones del director polaco Roman Polanski. Allí Oscar (Peter Coyote) forma pareja con la hermosa Mimi (Emmanuelle Seigner).
La relación de ser increíblemente maravillosa, con el tiempo, se fue convirtiendo en algo sumamente tortuoso, sin dejar de mantenerse una ligazón extremadamente fuerte. Tanto que ninguno de los dos podía prescindir del otro. En un momento Oscar dice: “Me sentía como rata en una trampa. Fuera, la gente se divertía, bailaba, hacía el amor. París palpitaba con sus ritmos frenéticos”. Habla en verdad como si a pesar de la extenuante relación estuviera completamente en soledad y sin posibilidad de nada. La frase muy bien la podría decir un impotente prisionero. Lo interesante es que logra decir algo que sucede corrientemente y nadie se anima a verbalizar tan fácilmente. Decían Sabina y Páez “Dormir contigo es estar solo dos veces, es la soledad al cuadrado…”

2016/11/26

El lugar de la política

El planteamiento de una alternativa popular hoy no resultaría eficaz sin la repolitización de las grandes mayorías. Todo indicaría que los procesos políticos por arriba tocaron su fin.

Por Osvaldo Drozd*

Hoy en la Argentina la cuestión política se problematiza. Convengamos que enunciar el significante “política” puede abrirse a diversas significaciones. La más extendida en el sentido común es la que se acerca al escepticismo y la apatía. Viene a ser la contracara de lo que los grandes medios de comunicación muestran como lo político. El bombardeo sobre la corrupción aleja a los sectores populares del interés por participar, los sumerge como espectadores pasivos de algo muy lejano a sus propias realidades. El macrismo no se propone acumular fuerzas. A pesar del manejo del aparato estatal no se percibe un crecimiento de fuerza propia considerable. Pareciera que dicha falencia intentara suplirla con el crecimiento de la despolitización e incluso con la propaganda negativa sobre el activismo y la militancia.

Los actos presidenciales no son más que puestas en escena en donde no existen seguidores partidarios. Se lee en los comentarios de los medios digitales que los supuestos adherentes al macrismo no van a los actos porque tienen que trabajar, no como “los vagos que van por el chori y el tetra” y porque les ponen micros.

Convengamos que la cultura militante hoy no está tan extendida y que el ciudadano de a pie conoce poco sobre ello y que por ende cree en el argumento que esbozan los propagandistas oficiales. Es la explicación más fácil. Esto genera un cierto aislamiento de los diferentes actores populares. Por otra parte la escena de la política institucional hoy se encuentra completamente escindida de la cotidianeidad popular. La representación se volvió sustituismo y gran parte de los representados en indiferentes. Sin que se produzca una repolitización de las masas populares resulta poco probable la posibilidad de una sociedad más justa. Hoy la construcción de una alternativa supone incorporar las diferentes demandas sociales a partir de sus mismos interesados. Lo que hoy ya no es posible es una revolución desde arriba. Tocó su techo e incluso hizo crisis.

En una muy apreciable obra llamada De eso no se habla. Organización y lucha en el lugar de trabajo (2002), el Taller de Estudios Laborales (TEL) sostenía que el sindicalismo argentino está estructurado principalmente en la lucha y la negociación salarial, descuidando las reivindicaciones propias del puesto de trabajo, expresando que es justamente ahí donde el sindicato no llega. “El lugar de trabajo sigue siendo la primera línea de choque y la última de resistencia. Allí nace la necesidad de luchar y se moldea en buena parte la identidad de clase. En ese conflicto, a veces larvado y otras abierto, que se libra todos los días en el lugar de trabajo, se templa y reconstruye el poder de los trabajadores”. El modelo esbozado por el TEL permite diseñar políticas de base en otros ámbitos que no son los estrictamente laborales. De igual manera se podría plantear que hay lugares de lo social a los que la política no llega. Que el sindicato, el partido o el movimiento no lleguen a determinados lugares, implica que esos lugares quedan vacíos y si esas instancias no llegan significa también que en ese punto no existen fuerzas orgánicas. Porque los diferentes sectores se organizan en relación a sus propias problemáticas. Repolitizar a las masas populares implica abordar todos los problemas que aquejan a dichos sectores desarrollando organización en la base y que la misma se convierta en un interlocutor válido que ocupe el lugar que hoy tiene la desprotección y la orfandad. El problema del transporte público, de los servicios, de la seguridad, de la vivienda, de la basura, del espacio público e incluso de la gestión del trabajo y la cultura debieran ser razón suficiente para el encuentro y la organización social. No es posible revertir la relación de fuerza adversa sin esa construcción, y cualquier organización política identificada con los trabajadores y el pueblo que se desentienda de esas labores está condenada al fracaso.

Berisso- 23 de noviembre de 2016 

*Periodista


2016/11/14

La crisis de la teoría

Marx no desarrolló su teoría revolucionaria ocupándose nada más que de sus propias ocurrencias. De forma bastante interesante Lenin en su texto Carlos Marx (1914) afirmaba que la gran labor del genio de Tréveris fue dar una lucha teórica visceral contra todas las tendencias socialistas no científicas, no proletarias. Una lucha que se producía en el seno del movimiento obrero de la 1ra Internacional y que por ende concernía a una razón bien práctica y política, la conducción del movimiento. La crítica supone una lucha despiadada de ideas que tienden a deconstruir la posición del otro, pero nunca produciendo la descalificación arbitraria. Es necesario argumentar. Lo que hoy llamamos democracia está bastante lejano a eso, se parece más a los artilugios de los viejos sofistas y a ganar a partir de cualquier vil estratagema. Por eso la crisis de la teoría. 

2016/11/07

Inseguridad y fragmentación del pueblo. La fractura social

El desarrollo de diferentes modalidades delictivas hoy va constituyendo un pequeño modo de producción que permanentemente rompe lazos sociales y solidaridades, afectando principalmente a los sectores populares.

Por Osvaldo Drozd*

En una nota publicada con anterioridad en La Tecl@ Eñe quien escribe reseñaba de qué forma la inseguridad se fue transformando en uno de los flancos débiles de los gobiernos kirchneristas (2003- 2015). No tanto por no poder impedirla de manera eficaz, sino principalmente por minimizarla y permitir que los grandes medios corporativos se la endilguen permanentemente y las diversas expresiones de la oposición política se permitieran aparecer como los paladines de cómo resolverla. Los que más conocen sobre el tema siempre supieron que los planteos de las derechas lejos de poder dar atisbos de resolución a esta problemática son por lo contrario capaces de naturalizarla a pesar de la demagogia punitiva. El gobierno de Mauricio Macri en casi un año de gestión lejos de  haber propuesto soluciones, hizo que el problema se agrande aunque ya los medios no responsabilicen directamente a la gestión. Hoy la inseguridad es mayor pero el problema es de los delincuentes parecieran decir los diferentes medios.

Pareciera que para la agenda del progresismo o de las izquierdas hablar sobre la inseguridad es incurrir en un pecado capital. La inseguridad es culpa de la pobreza y condenarla es estigmatizar a los que menos tienen se escucha decir. Eso lleva a pensar que las bandas delictivas son el producto espontáneo del surgimiento de la pobreza. Lo que se piensa habitualmente es que los pibes de las villas se juntan en una esquina para drogarse y luego salen a robar. Se cree así que el delito es producto de una espontaneidad perversa que hoy habita nuestra sociedad, mientras que nadie es capaz de advertir que para el desarrollo de la criminalidad debe existir organización, y que en ésta están implicados muchos que nada tienen que ver ni con la pobreza ni con la villa. En todo caso son actores que usufructúan e instrumentalizan a sectores juveniles vulnerables.

El problema de la seguridad en verdad atañe a una realidad social, a una configuración del tejido social sobre la cual es posible llevar adelante desde arriba políticas de ajuste o por el contrario se constituye en un obstáculo para profundizar políticas inclusivas.

El desarrollo de diferentes modalidades delictivas hoy va constituyendo un pequeño modo de producción que permanentemente rompe lazos sociales y solidaridades, afectando principalmente a los sectores populares. En muy raras ocasiones el delito afecta a los miembros de las clases más poderosas, y no pocas veces -cuando eso sucede- se trata de ajustes de cuenta o mensajes mafiosos.

Allá por los últimos años de la década del ’90, cuando comenzaron a conformarse los diferentes movimientos de desocupados, un experimentado militante territorial de Ensenada le explicaba a quien escribe que, no pocas veces cuando había interesados en que los trabajos barriales se rompan, lo que hacían era introducir droga. Eso era un elemento que atomizaba cualquier iniciativa social, un potente desmovilizador. A su vez comentaba que en los barrios en los que había mucha pobreza desde el mismo activismo intentaban controlar y neutralizar a los delincuentes conocidos, porque eso jugaba en contra de la militancia y del laburo barrial. Tampoco descartaban hacer reuniones con todos los vecinos en la sociedad de fomento e invitar al comisario para advertirle que no estaban dispuestos a permitir una zona liberada. La tarea de un movimiento social en una barriada también es cuidar los intereses del almacenero, de los pequeños comerciantes y de todos aquellos que trabajando mejoran sus pertenencias familiares. Suponer que en un barrio precario la mayoría se droga, roba o se prostituye es la visión que nos quieren imponer desde las principales usinas del Establishment. Por eso el trabajo sistemático que hicieron las organizaciones piqueteras en el territorio es algo que no debe dejar de resaltarse, y principalmente porque lo hicieron a partir de un sedimento socio cultural ya existente. La existencia de redes delictivas en un territorio determinado flaco favor le hace a los movimientos sociales, le entorpecen su actividad e incluso sirven de excusa para estigmatizarlos y reprimirlos.

Existe hoy una caracterización muy precaria de las clases sociales existentes que dificulta ostensiblemente  el diagnóstico y por ende la labor política misma. Se habla demasiado de la “clase media” haciendo de ella un componente negativo y retrógrado que obstaculiza la labor militante y por otro lado se la enfrenta a los sectores más empobrecidos de la sociedad. La problemática de la seguridad pareciera girar imaginariamente en relación a esa contradicción. Los sectores integrantes de la denominada clase media no dejan de ser en su gran mayoría sectores populares proclives de ser ganados para el cambio social. Los trabajadores que tienen un empleo en blanco y gozan de un sindicato, los profesionales -muchos de ellos proletarizados-, y todo lo que otrora se denominaba pequeño burguesía son la clase media. Obviamente que en ella hay sectores reaccionarios de igual modo que entre los más pobres hay sectores lumpenizados. El gobierno de Cambiemos si bien se puede apoyar en esos sectores, su componente de clase es bien definida: son esos sectores tradicionales del poder terrateniente y financiero, los socios civiles de la dictadura. Construir un bloque de fuerzas que se plantee una alternativa de liberación nacional y social implica unir a la mayoría de los sectores populares para enfrentar a esa fracción dominante socia del Imperio.

La Inseguridad es un elemento que poco aporta a la unidad popular, la fractura, la corroe. Enfrenta a sectores populares entre sí, genera desconfianzas muy marcadas, prejuicios biopolíticos y rompe todas las cadenas de solidaridad. Invita a encerrarse en el propio hogar y alejarse de cualquier actividad colectiva. En términos maoístas la inseguridad exacerba las contradicciones en el seno del pueblo. En tal sentido la existencia de ese pequeño modo de producción delictivo amenaza la existencia de las organizaciones sociales y políticas y por ende favorece a los que ostentan el poder. Obviamente que no es sólo un problema argentino, es parte integrante de un capitalismo en descomposición que decidió acumular riquezas más allá de la plusvalía. Las fracciones más ricas y poderosas del planeta hoy no viven solamente de la explotación de los obreros, además acumulan con las economías sumergidas (trata, narcotráfico, esclavización, etc.) desarrollan guerras, promueven violencia, saquean riquezas naturales entre muchas otras acciones. El desarrollo del crimen organizado no puede ser ajeno a esa marea rapaz, es completamente compatible y funcional.

Hoy una alternativa progresista o de izquierda debe plantear seriamente el problema de la inseguridad. Porque es un tema sentido por gran parte de la población y que puede convertirse en un campo propicio para la lucha ideológica de los sectores populares contra el sentido común imperante. La existencia de inseguridad le permite a los sectores dominantes tener mucho más controlado el escenario social y cualquier atisbo de conflictividad. No resulta novedoso ver la eficacia de las fuerzas de seguridad en la lucha antidisturbios y la ineficacia para combatir el delito. Siempre se dirá que ganan poco que no están bien equipados pero dando palos a los manifestantes o disparando balas de goma eso no se percibe.

Por otra parte hay que señalar que desde hace algunos años se viene produciendo en diferentes partes del mundo, una radicalización creciente de sectores medios de la sociedad hacia posturas fascistas. Si bien el epicentro de este fenómeno se da en Europa y los Estados Unidos como reacción a la llegada de inmigrantes, esto no es ajeno a lo que mayoritariamente piensa gran porcentaje de los sectores medios argentinos con respecto a la llegada de bolivianos, paraguayos y otros pueblos suramericanos. Espontáneamente se piensa que vienen a robar o a traficar drogas, cuando se puede comprobar fehacientemente que vienen a trabajar de forma mucho más dura que nosotros mismos. En diciembre de 2010 cuando la toma del Parque Indoamericano el por entonces jefe de gobierno porteño Mauricio Macri dijo por todos los medios que la violencia era a causa de la “Inmigración descontrolada”. Ese sedimento ideológico está muy presente en las capas medias al igual que un cierto racismo con respecto a los habitantes de los barrios precarios. La frase del ministro de Educación Esteban Bullrich “Esta es la nueva Campaña del Desierto, pero sin espadas con educación” resultó bastante sugestiva. ¿Quiénes son los indios a conquistar? es la pregunta que uno se tendría que hacer.

La inseguridad como pequeño modo de producir corroe el tejido social y lo predetermina para que se lleven adelante políticas de ajuste. Sobre esa base objetiva intentar establecer políticas inclusivas o progresistas tiene un límite determinado, es el que no permite unificar al conjunto de los sectores populares para enfrentar a su verdadero enemigo. “Piquetes y cacerolas…” representó un momento muy especial, ya demasiado lejano. Lo que hay que entender es que el surgimiento del odio al diferente es producido por la suposición de que ese otro representa una amenaza. Ese odio se produce en una muy marcada escisión subjetiva. El que piensa que los bolivianos son narcotraficantes y que debieran ser deportados a su país, también va a la verdulería y se complace en ser atendido por comerciantes que lo tratan mejor que sus propios connacionales.

Unir a los diferentes sectores populares no es tarea fácil, mucho menos hoy, pero de ello depende que el futuro no sea de barbarie. Que lo sea indudablemente no es un problema para las clases poderosas. El sistema hoy no combate a la violencia, la regula para sus propios fines. 

Berisso- 1 de noviembre de 2016

*Periodista


2016/11/06

Caminito


El ruido áspero y grave llegaba desde alguna parte. No podía catalogarse como una cadencia musical, aunque por momentos pareciera pronunciarse como una melodía trastornada. 
Aunque pudiera asemejarse, no era el gemido de una vaca intentando cantar. Hacía rato que no había animales rumiantes por la zona. La urbanización estaba en marcha, aunque quedaran aún, muchos lotes vacíos. Muchos ya estaban alambrados y tenían algún galponcito en el fondo, en el que el propietario guardaba bajo candado alguna pala y alguna guadaña para bajar los pastizales cuando se volvían tupidos. 
En algunos casos, una montaña de cantos rodados indicaba que algún caminito estaba en construcción, para permitir transitar el terreno fangoso después de intensas lluvias.

Cerca de Navidad


Era principios de noviembre. Yo tendría unos seis o siete años. Trajeron al chivito y le daban leche con una mamadera. Me había encariñado con ese animal. 

Faltaban pocos días para las fiestas. Algunos ya hacían sonar la pirotecnia acumulada para el 24 a la madrugada. 

Cuando vi al chivo colgado con un gancho y sin el cuero, me puse a llorar.

2016/11/04

Año 1939.

Año 1939.
Esa noche no había nada que festejar, pero Josef abrió esa botella de vodka que tenía guardada desde hacía más o menos un año. Cuando un barco finlandés había llegado al puerto de La Plata para cargar conservas de carne, él les cambió tabaco negro del Chaco a los marineros nórdicos por bebida blanca. En un bar de la Nueva York, tras salir del frigorífico Josef se fue a tomar unos tragos y ahí conoció a Risto, marinero finlandés con el que se pusieron a hablar en ruso, mientras tomaban caña quemada. Risto le prometió una botella de vodka ruso comprado en Primorsk si Josef le conseguía tabaco. Al otro día cerraron el trato. Desde que había llegado a la Argentina por segunda vez – hacía ya unos veinticinco años- Josef no bebía vodka de su patria.
Ese día abrió la botella porque lo habían despedido del frigorífico. Tal vez pensaba que emborrachándose con un alcohol conocido podría redimirse de sus penas.

2016/10/21

La originalidad argentina

En la sociedad argentina existe un componente propio de las clases populares que no es de fácil asimilación por parte de los diferentes gobiernos. El macrismo gobierna desconociéndolo o como si ya lo hubiera extirpado.

Por Osvaldo Drozd*

En la Argentina cualquier gobierno se enfrentará indefectiblemente a lo que se podría denominar la originalidad local. Un cierto núcleo irreductible, una realidad rebelde que no resulta de fácil abordaje. Aunque la misma no fuera completamente identificada o caracterizada con rigurosidad científica, hubo gobiernos que intentaron subsanarla y otros que la quisieron erradicar de cuajo. En eso no cupieron medias tintas ya que los que la abordaron tibiamente fracasaron rotundamente. Hasta ahora todo indica que no está resuelta y que tiene un final abierto. Cualquier estrategia orgánica de poder no puede descuidarla y debe plantear una resolución efectiva ya sea para un lado o para el otro.

Si bien este núcleo irreductible es parte constitutiva de la estructura, también es histórico por lo que está sujeto a transformaciones y corresponde a un período determinado. Es el resultado de la constitución específica de determinas clases y fracciones de clases sociales que a partir de la década del 30 fueron conformando específicos campos de interés y rediseñando la sociedad argentina. Las clases sociales como soportes concretos de la estructura económica cuentan además con una tradición, con una cultura, con una manera peculiar y particular de abordar sus propios problemas emanados de su lugar específico en la formación social. En ese entramado complejo (cultural, social, económico, político) se desarrolla esa originalidad que posee ciertas propiedades cualitativas que permanecen a pesar de las modificaciones cuantitativas propias del paso del tiempo.

En la Argentina el fenómeno masivo de la inmigración europea a principios del siglo pasado creó un sedimento cultural en las clases populares que se integraría con la cultura autóctona y sería decisivo en la conformación de una clase trabajadora con alta tradición de lucha y organización. Por su parte, la burguesía nativa nunca pudo colocarse más que en un lugar subordinado con respecto tanto a la oligarquía terrateniente como al imperialismo de turno. Esto creó disimetrías muy marcadas en relación a las contradicciones de clase propias a la estructura nacional, lo que para cierto dogmatismo marxista siempre resultó un obstáculo, un objeto opaco que no le permitió trazar líneas de acción apropiadas y mucho menos entender la emergencia de un emblemático movimiento como el peronismo. 

En la década del ‘30 se produjo en la Argentina un incipiente pero intenso proceso de industrialización por sustitución de importaciones, o tal como lo denominaron Murmis y Portantiero, una “industrialización sin revolución industrial” (1). Un proceso en el que el rol de la incipiente burguesía no era incompatible con el predominio económico de la oligarquía terrateniente pero que sí generaba un novedoso proletariado que podía esbozar en sus reclamos los basamentos para una nueva Argentina. Si la burguesía podía conciliar con los terratenientes, la incipiente clase obrera cuestionaba objetivamente su existencia. El surgimiento de nuevas fuerzas productivas contrastaría con la estructura agroexportadora y dependiente de la formación social argentina. 

La nueva clase obrera culturalmente representaba una interesante confluencia. Integraba las mejores tradiciones de los inmigrantes europeos en relación a vetas sindicales clasistas traídas del viejo continente en su acerbo cultural, con la irrupción de grandes contingentes de población semiagraria autóctona que emigraban del campo a la ciudad y se proletarizaban rápidamente. Ambos sectores intentaban huir de la pobreza y la injusticia tanto de la Europa sumida en guerras como del campo regido por terratenientes retrógrados. Esta fusión sería la base principal de la fuerza sindical que confluiría con un sector nacionalista del Ejército proclive a impulsar un desarrollo autónomo del país. Si bien la fuerza obrera se iría a conformar durante la década del 30, sus orígenes míticos provenían de mucho antes. De figuras como Simón Radowitzky, de legendarias organizaciones como la FORA y de luchas como la Semana Trágica y la Patagonia Rebelde. Todas esas tradiciones eran parte del acerbo cultural del sindicalismo que iría a cobrar fuerza en la Década Infame. Hasta fines de esa década los sindicalistas comunistas contarían con cierto prestigio. Fueron quienes condujeron las heroicas luchas de los obreros de la Construcción en el 36, pero fueron perdiendo peso en el movimiento sindical, mientras que dirigentes de tendencias sindicalistas y anarquistas tomaron mayor protagonismo para constituirse en la base principal del movimiento que confluiría en la gran movilización del 17 de Octubre, y que conformó posteriormente el Partido Laborista que llevó a Juan Domingo Perón al gobierno en las elecciones de 1946. En ese tiempo, con la excepción de los sindicatos comunistas y algunos pocos socialistas, todo el movimiento obrero argentino fue artífice de la nueva fuerza política emergente.

En la década del 40 se constituyó en el país el más grande y poderoso movimiento sindical de Latinoamérica. Una fuerza incomparable que sería la base principal de sustentación del peronismo. Tenía razón el sociólogo Julio Godio cuando sostenía que el peronismo no tenía nada de populista porque en verdad era un movimiento nacionalista y laborista, en el cual se producía la confluencia de un grupo de militares con la clase obrera. El peronismo en el gobierno generaría con sus reformas, un plafón de derechos que los trabajadores ya no se resignarían a perder incluso hasta cuando el depuesto Perón partiera hacia el exilio. La resistencia peronista, tras el golpe del 55 y la emergencia en los 60 de numerosas organizaciones revolucionarias tanto de la izquierda como del peronismo, daban acabadas muestras de que cuando algo se pone en pie ya es muy difícil detenerlo. Desde el Cordobazo del 69 al Viborazo del 71 se produjeron incontables puebladas que hicieron inviable al gobierno militar de entonces, e hicieron que las clases dominantes tuvieran la necesidad de frenar esa oleada permitiendo el regreso del General Perón al país. La avanzada revolucionaria de los 70 representó tal vez el escalón más alto en cuanto a la intención de cómo resolver la originalidad argentina a favor de los sectores populares. Su principal antecedente habían sido los primeros dos gobiernos peronistas.

La dictadura cívico militar (1976-83) con el exterminio masivo de activistas, y el menemismo (1989-99) con la desarticulación del aparato estatal y la extensión desmesurada del desempleo a partir de la destrucción masiva de puestos de trabajo, representaron los dos momentos más profundos de cómo resolver la originalidad a favor de los sectores dominantes. Eliminar a la vanguardia política de los sectores populares e intentar diezmar a la clase trabajadora como actor económico produciendo grandes índices de marginalidad, son dos momentos diferentes pero solidarios entre sí. A pesar de ello, de los desparecidos y de los despedidos no pudieron lograrlo. Había un núcleo irreductible al que no se podía extirpar tan fácilmente.

Promediando el segundo quinquenio de los noventa surgió en la Argentina un movimiento de trabajadores desocupados que llamó la atención en todo el activismo mundial, el movimiento piquetero. No se puede entender al mismo sin saber que la larga tradición obrera argentina de lucha y organización se había trasladado al territorio donde vivían los desempleados. Militantes sociales de diferentes países vinieron al país a aprender del movimiento piquetero para llevarlo como un modelo a seguir en sus propios países en los que la desocupación también había sido grande, pero en donde los trabajadores en similar condición no tenían una iniciativa propia similar. Este hecho no es muy tenido en cuenta, e inclusive no hay trabajos sistemáticos que hablen de ello, salvo numerosos artículos de publicaciones alternativas o la propia voz de los protagonistas de entonces.

Posteriormente surgiría otro movimiento también autóctono, el de las empresas recuperadas. Los trabajadores de pequeñas fábricas -que sus patrones hacían quebrar-, haciéndose cargo de las mismas demostraban la viabilidad de unidades productivas que para el burgués argentino resultaban imposibles.

Diciembre de 2001 puso sobre la mesa el hecho de que la originalidad argentina seguía sin resolverse. Sin 2001 el kirchnerismo como proyecto hubiera sido impensable. Resultaba así una respuesta política a esa implosión. Inclusive se podría decir que los diferentes gobiernos K agrandaron el abanico de demandas populares sin poder darle una resolución estructural, aunque mejoraron considerablemente ciertos daños estructurales ocasionados por las políticas neoliberales, sin poder en muchos de los casos hacer que esos reajustes se tornen irreversibles. Cuando desde un gobierno de tinte progresista se visualizan ciertas dificultades para hacer avanzar sus reformas, ya sea por la gran oposición corporativa o por la inercia de restos estructurales provenientes de coyunturas anteriores lo que no se debiera descuidar es la base social que podría ser factor determinante en un proceso de cambio, los sindicatos y los movimientos sociales ya que en ellos habita esa originalidad señalada anteriormente.

El gobierno de Mauricio Macri lleva adelante su gestión como si desconociera ese núcleo irreductible, o en todo caso, actúa como si ya lo hubiera extirpado. Lo cierto es que mientras no aparezcan en acción organizaciones sociales, sindicales y políticas que demuestren que la originalidad sigue viva, el Establishment irá ganando tiempo y terreno porque esa originalidad sólo es factible constatarla cuando es orgánica y colectiva. Tampoco es eterna.

También hay que tener en cuenta que si los principales golpes a la originalidad fueron los propiciados por la dictadura y el menemismo, habría que ver si las respuestas posteriores de los sectores populares no fueron más que los últimos reflejos de algo que está muriendo. Esa respuesta la tiene que dar la iniciativa popular.

Berisso- 17 de Octubre de 2016

*Periodista

Nota bibliográfica:

- Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero-  Estudios sobre los Orígenes del peronismo. 1971


2016/10/18

Futurismo posapocalíptico

Los escenarios de futurismo posapocalíptico no muestran la destrucción de la humanidad ni del planeta, pueden mostrar ciertas catástrofes ecológicas o ciudades destruidas, pero en lo que más se insiste es en la destrucción de la sociedad.  Un futuro distópico ya no representa una sociedad totalitaria o injusta, sino la ruptura de lo social mismo. Hordas humanas enfrentadas y alguna de ellas con el poder de esclavizar a las restantes. Ese es el sueño capitalista. Desentenderse de la razón estatal y ocuparse nada más que de su propia acumulación de riquezas a como fuere. La acumulación originaria en permanencia en una extensión desmedida del belicismo. 

2016/10/15

La venganza en lo social

En las actuales sociedades la venganza está prohibida, es antidemocrática. Sólo las fuerzas de seguridad y la Justicia pueden resarcir a las víctimas. A eso se le llama hacer Justicia. Pero la venganza opera en la sociedad de forma permanente. Sólo basta mirar cualquier film del estilo thriller, policial, gore e incluso ciencia ficción para ver que la matriz principal de cualquier trama es la realización de la venganza. Un film alcanza su clímax cuando es capaz de construir al malo. A ese personaje o suma de personajes que por sus actos realizados, cualquier espectador ya desea que caiga en la más profunda desdicha. Que muera y que sufra produciendo así la venganza de quien lo había padecido. Esto en el cine es frecuente mientras que en la realidad no está permitido. En lo social un conflicto debe ser resuelto por una instancia tercera, para que el contrato no se rompa. Pero cuando se asiste a una paulatina desintegración del tejido social y se percibe la ineficacia o ausencia estatal se hace presente la venganza como alternativa. Todos los hechos de justicia por mano propia tienen que ver con eso. Para el sistema eso no resulta un problema es integrable, forma parte de diversas pequeñas tácticas que conducen hacia una permanente destrucción del contrato social. El sistema actual tiene que demostrarles a los ciudadanos que, deben ir abandonando la idea de que una instancia tercera tiene la obligación de protegerlos, pero tampoco pueden hacerlo de forma muy transparente, ya que lo que el sistema no podría soportar es que se produzca la irrupción de colectivos sociales que busquen justicia por mano propia. Lo que en las revoluciones fue denominado justicia popular. Lo que es integrable es lo que no excede lo individual. Planteado así la venganza es una prohibición que la vuelve deseable.

2016/10/10

Una aproximación metodológica

En la actualidad, la confección de plataformas teóricas que le sirvan a los sectores populares para profundizar sus luchas enfrenta una diversidad de problemas que, si no son constatados en la práctica política cotidiana, corren el riesgo de ser elementos atomizadores y en muchos casos sólo servir como rellenos ornamentales para prácticas que en los hechos van por otros carriles. Qué deban ser verificadas en la práctica no exime que desde el terreno formal abstracto no haya que plantear ciertas objeciones de tipo epistemológico y propio de aquello que se ordena con relativa autonomía en relación a la acción concreta.

Hoy a diferencia de cuando el marxismo era la principal herramienta teórica para confrontar con la práctica, existe una proliferación de discursos y saberes que provienen de experiencias ajenas a la lucha popular. Es bueno que eso suceda y que permita romper con el doctrinarismo dogmático, pero también se debiera saber que la introducción de objetos teóricos correspondientes a otros saberes hace alusión a una realidad diferente. La utilización de conceptos propios del psicoanálisis, la lingüística, la semiótica o la física cuántica por ejemplo, sirven para modelar una experiencia ajena; y solamente tras un proceso prolongado de práctica teórica pueden convertirse en conceptos propios de la lucha popular. Bien vale subrayar al respecto que el discurso teórico no se confunde con el político. El marxismo es una herramienta científica que permite dar cuenta de la formación social, pero sólo a partir de un forzamiento se convirtió en ideología política.

Hoy se utilizan ciertas variantes del marxismo para enfrentar a otras sin contar que esas diferencias parten de un acuerdo previo. De éste último ya no se habla. En esos casos en lugar de trazar o esbozar los principales elementos conceptuales, se hace de ciertas caracterizaciones un fetiche en sí mismo que entra en competencia con otros. Lo que Gramsci denominó Revolución pasiva no es conceptualmente hablando algo diferente de lo que Lenin planteo para la Revolución de Octubre ni tampoco de lo que Mao esbozó como guerra popular prolongada.  Como señalara muy bien Ben Brewster de lo que se trata en las 3 concepciones es el problema del poder dual y no el método en sí mismo. Si bien es posible que los diferentes autores hayan utilizado diferentes nombres para nombrar algo similar, en lugar de realizar las equivalencias los autores actuales privilegian las diferencias sin siquiera esbozar la eventual ruptura entre un término y otro. La utilización de “sentido común” sin emparentarlo con “ideología” resulta paradigmática.  Qué Gramsci utilizara ese término no significa para nada que pueda emparentárselo con el desprecio foucaultiano al término ideología.  

También en relación a la concepción esbozada por Foucault en relación al poder, no se puede utilizarla indiscriminadamente en cualquier lugar donde se aluda al mismo significante. La preocupación foucaultiana nunca fue la política y por ese motivo ni siquiera  formuló la posibilidad misma de un sujeto. Que se puedan utilizar conceptos de ese autor en la práctica política no significa que, se pueda hacer de todo su armazón conceptual un todo unificado que tenga el derecho de interpelar a las diferentes prácticas en su conjunto. Qué el poder foucaultiano no se pueda tomar, no significa que el poder tal como se lo señala en política no sea accesible. De hecho los que plantean que el poder se ejerce o se construye también escapan a la lógica del filósofo francés. 

2016/10/06

El “No” en Colombia es además una decisión geopolítica

Las conversaciones por la Paz en Colombia iniciadas por el presidente Santos y la guerrilla de las Farc a finales de 2012  en La Habana representaron siempre una muy buena noticia para la región. El conflicto armado que data de más de 50 años siempre le fue útil al Imperio para inmiscuirse en temas soberanos y sabotear cualquier intento emancipatorio. Hoy ante el viraje hacia la derecha que se está produciendo en el continente el triunfo del No colombiano le resulta a los sectores dominantes un dato invalorable.

Por Osvaldo Drozd

El triunfo del No en el plebiscito realizado el domingo en Colombia acerca de la convalidación o el rechazo de los acuerdos de Paz firmados por el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC en La Habana, cuenta con diversas aristas por las que se lo pudiera abordar analíticamente. La legitimidad de un acto eleccionario en el que el ausentismo fue de  más del 62 % de los posibles sufragantes y que la opción ganadora lo hiciera por escaso margen, es un punto que no debiera descuidarse. El retorno de la figura del ex presidente Álvaro Uribe Vélez como figura emblemática de la derecha más retrógrada no sólo en Colombia sino en toda la región, tampoco es un dato a menospreciar. Mucho menos teniendo en cuenta el viraje hacia la derecha que se está produciendo en el continente ya sea por triunfos electorales o por movimientos destituyentes de gran envergadura en los que prevalecen como principales actores los grandes medios concentrados y las corporaciones judiciales. Convengamos de antemano que el signo político del presidente Santos no se caracteriza precisamente por ser el del progresismo y que su alineamiento principal es en la Alianza del Pacífico. Sin embargo, Santos siempre fue proclive a respetar la integración regional y valorar el juego que pueden producir bloques como son la Unasur o la Celac. A partir de asumir su primera presidencia en 2010 restableció relaciones diplomáticas primero con Venezuela y después con Ecuador que estaban seriamente alteradas por el gobierno de Uribe.

Un conflicto armado de larga data

Desde el surgimiento de la insurgencia colombiana en 1964 –principalmente como organismos de autodefensa campesina- se puede observar un despliegue en el tiempo y el espacio de un conflicto en permanencia que se iría complejizando al incorporar a múltiples actores y que en diferentes coyunturas aunque intentase resolverse siempre sería por andariveles unilaterales, mientras los restantes bregarían por su prosecución. Con el plebiscito del pasado domingo eso queda a las claras. Hay un sector propio del conflicto que se niega a que el mismo acabe. Y lo más interesante de todo esto es que la prosecución o no de este largo proceso de enfrentamientos, si bien favorece a un sector dominante del país neogranadino, también afecta a la región en su conjunto en cuanto a su integración y por ende una parte sumamente interesada en ello -como lo es el Imperio- no es indiferente.

El largo conflicto armado no sólo hizo que la guerrilla se propagara por diferentes regiones del país, principalmente rurales, tanto de la selva como de la montaña; sino que generó movimientos contrarios a ella como fueron las diferentes organizaciones paramilitares. En una geografía resquebrajada estos grupos armados se fueron combinando con diferentes carteles del narcotráfico generando así un entramado complejo. Las organizaciones armadas de derecha supuestamente se formaban para combatir a la guerrilla, pero en ese movimiento se emparentaban con los narcos y además le servían a la oligarquía terrateniente para desplazar campesinos y apropiarse de más tierras. Como veremos Uribe es parte de ese sector de la sociedad que siempre recibió apoyo logístico, militar y económico de los EEUU y que su principal interés objetivo es mantener esa formación social retardataria y emparentada a la barbarie.

Santos, Uribe y los intereses imperiales

En una nota escrita para el portal Rebelión, el analista colombiano Fernando Dorado sostenía que el conflicto entre Santos y Uribe responde a diferentes intereses en tanto son parte de fracciones diferentes de las clases dominantes colombianas. El actual presidente pertenece a la burguesía transnacionalizada urbana, gran financiera, gran industrial y agroindustrial, que intenta mantener su autonomía de las políticas más derechistas de la inteligencia estadounidense planteándose la posibilidad de iniciar un nuevo camino frente al problema de las drogas, como a su vez ser parte de “un bloque latinoamericano que les permita utilizar las contradicciones y tensiones que se presentan en los mercados globales”.

Dorado señalaba en 2010 que “Uribe representa una parte del campesinado rico antioqueño venido a más por su alianza con el narcotráfico” que desde finales de los ’70 “se convirtieron en grandes latifundistas con un inmenso poder territorial y económico en esa región de Colombia”, desplazando a campesinos e indígenas. “La lucha contra la guerrilla los colocó a la cabeza de los terratenientes de todo el país, especialmente de la Costa Caribe (Atlántica). Así, un poder surgido a la sombra del narcotráfico organizó un ejército propio –las Autodefensas Campesinas–, y mediante la estrategia paramilitar cooptó al aparato estatal y puso a su servicio a las fuerzas armadas”.

En una entrevista realizada por El País de España, el historiador colombiano Marco Palacios expresó que “las raíces de la continuidad del conflicto son la desigualdad básica que se expresa en el cierre social que implica el latifundio en una sociedad que apenas empieza a urbanizarse”. Según Palacios esto se expresa como “el fracaso de la consolidación del Estado colombiano”. Una tarea inconclusa que el sector al cual Santos pertenece intenta revertir mientras que el resquebrajamiento estatal le es funcional a la oligarquía paisa a la cual Uribe pertenece. Por esto, no es casualidad que el gobierno de Santos haya aceptado debatir el tema del “desarrollo rural” y el problema de la tierra como primer punto en la agenda de debate con la guerrilla iniciado a finales de 2012, y que en esa mesa –por primera vez– no estén representados los grandes latifundistas y ganaderos colombianos.

En un muy interesante artículo escrito por el analista brasileño José Luís Fiori que lleva el título “EUA, América del Sur y Brasil: seis tópicos para una discusión” publicado por el portal Amersur en septiembre de 2009, el autor señalaba que es interesante recordar y reflexionar sobre los grandes principios que orientaron la política externa de Estados Unidos con relación a América Latina en la segunda mitad del siglo XX. Estos principios fueron formulados por uno de los principales geoestrategas  estadounidenses del siglo XX, el holandés Nicholas Spykman, quien en los dos libros que escribió sobre política externa norteamericana, America’s Strategy in World Politics, publicado en 1942 y The Geography of the Peace, publicado un año después de su muerte, en 1944; delinearía en ellos la piedra angular del pensamiento estratégico estadounidense de toda la segunda mitad del siglo XX y del inicio del siglo XXI. Llama la atención según resalta Fiori, el gran espacio dedicado a la discusión de América Latina y en particular, a la “lucha por América del Sur”. Spykman parte de una separación radical entre la América anglosajona y la América de los latinos. En sus palabras, “las tierras situadas al sur del Río Grande constituyen un mundo diferente a Canadá y Estados Unidos. Y es desafortunado que las partes de habla inglesa y latina del continente se llamen ambas América, evocando una similitud entre ellas que de hecho no existe”, para rápidamente proponer dividir el “mundo latino” en dos Regiones, desde el punto de vista de la estrategia norteamericana, en el subcontinente: una primera, “mediterránea”, que incluiría a México, América Central y el Caribe, además de Colombia y Venezuela; y una segunda, que incluiría a toda América del Sur al sur de Colombia y Venezuela. Hecha esta separación geopolítica, Spykman define a “América Mediterránea como una zona en la que la supremacía de Estados Unidos no puede ser cuestionada. En cualquier circunstancia se trata de un mar cerrado cuyas llaves pertenecen a Estados Unidos, lo que significa que México, Colombia y Venezuela (por ser incapaces de transformarse en grandes potencias), estarán siempre en una posición de absoluta dependencia de Estados Unidos”. En consecuencia, cualquier amenaza a la hegemonía americana en América Latina vendrá del sur, en particular de Argentina, Brasil y Chile, la “Región del ABC”. En palabras del propio Spykman: “para nuestros vecinos al sur del Río Grande, los norteamericanos seremos siempre el “Coloso del Norte”, lo que significa un peligro, en el mundo del poder político. Por esto, los países situados fuera de nuestra zona inmediata de supremacía, o sea, los grandes Estados de América del Sur (Argentina, Brasil y Chile) pueden intentar contrabalancear nuestro poder a través de una acción común o a través del uso de influencias externas al hemisferio”. En este caso, concluye: “una amenaza a la hegemonía americana en esta Región del hemisferio (la Región del ABC) tendrá que ser contestada a través de la guerra”. Lo más interesante según Fiori “es que si estos análisis, previsiones y advertencias no hubiesen sido hechos por Nicholas Spykman, parecerían fanfarronadas de alguno de estos populistas latinoamericanos que inventan enemigos externos y que se multiplican como hongos, según la idiotez conservadora”.

Si las previsiones de Spykman aún mantienen vigencia no resulta descabellado sostener, como lo hiciera Hugo Chávez primero y hoy Nicolás Maduro, que el ex presidente colombiano Álvaro Uribe es el principal conspirador contra el gobierno legítimo de Venezuela en tanto la republica bolivariana hoy esté cuestionando la existencia de esa zona de influencia preestablecida por Spykman. El acuerdo de paz también lo afectaría, ya que Colombia se ha convertido durante las últimas décadas en la puerta de entrada del Imperio a la región y la propuesta de instalación de siete bases militares en dicho país no es ajena a ese objetivo. Pero si no existiera en Colombia ni el narcotráfico ni la guerrilla, o como a Uribe le gusta llamarlo el “narcoterrorismo castrochavista”, no habría ninguna razón para intervenir logística y militarmente en ese territorio.

El proceso de Paz iniciado en Colombia a finales de 2012 por el presidente Juan Manuel Santos respondía principalmente a una nueva configuración regional en la que primaban la integración y la relativa autonomía. No es casual que tras el fallecimiento del primer secretario general de la Unasur, Néstor Kirchner, el gobierno de Colombia haya designado primero a María Emma Mejía y hoy al ex presidente Ernesto Samper al frente del bloque regional que por otra parte fue siempre uno de los organismos más comprometidos con el acuerdo por la paz colombiana.

Con el viraje hacia la derecha que se está produciendo en Suramérica y por ende proclive a la subordinación imperial, el No colombiano se encuadra a la perfección. 

Berisso 3 de octubre de 2016 

2016/09/27

La proyección geopolítica del continente. ¿Hacia dónde?

(para La Tecl@ Eñe)


Mientras el gobierno de Cambiemos celebra las buenas relaciones con los Estados Unidos como si eso representara un avance civilizatorio y de posibilidades de desarrollo económico, los principales ideólogos norteamericanos como Zwigniew Brzezinski avizoran que la superpotencia está en un momento de declive y que sólo necesitan al patio trasero para dirimir sus principales tensiones actuales.

Con la llegada de Mauricio Macri al gobierno argentino el pasado diciembre, y el viraje que se comenzó a producir en la región suramericana en cuanto a los alineamientos globales, habría que señalar que la nueva configuración emergente aún no es demasiado clara y que tampoco le resultará demasiado fácil acomodarse a un tablero regional en el que no existen liderazgos definidos e inamovibles. La existencia por más de una década de expresiones mayoritariamente enroladas en una agenda con pretensión de autonomía resulta un indicador muy claro de ello. Porque contrariamente a lo que se tiende a pensar, los diferentes gobiernos progresistas no expresan (o expresaron) más que la punta de un iceberg que no alcanzó demasiado desarrollo. Obviamente hay diferencias -a veces pronunciadas- entre las diferentes expresiones y sería muy saludable que países como Bolivia o Ecuador pudieran profundizar lo ya realizado a pesar de enfrentar un contexto regional hoy bastante desfavorable.

En primer lugar hay que señalar que lo acontecido en la región a partir del amanecer del nuevo siglo no es ni el declive ni la culminación del capitalismo. Aunque parezca una perogrullada decirlo, conviene aclararlo. Los gobiernos progresistas venían a desarrollar –tal como alguna vez escuchó quien escribe - la revolución inconclusa de 200 años antes. No se trata de realizar juicios de valor acerca de si está bien o no alterar el régimen de propiedad de los medios de producción sino solamente señalar que lo llevado adelante en primer lugar representó (o representa) más que una socialización de la economía un intento por romper con la estructura dependiente para lanzar un capitalismo autónomo. Que ello produzca mejores condiciones sociales para los sectores populares y principalmente para los trabajadores es harina de otro costal.

La estructura del capitalismo a nivel global tiene un patrón de desarrollo que es desigual, combinado y a saltos por lo que existen extensas zonas del planeta empobrecidas aunque sean ellas las principales productoras de riquezas naturales, contrastadas con regiones altamente industrializadas. Esto significa que un país no se desarrolla porque quiere sino por encontrarse inscripto en una muy rigurosa e injusta división internacional del trabajo.

La posibilidad de saltar de una matriz productiva a otra sólo es posible a partir de los momentos críticos del mundo desarrollado. Los períodos comprendidos durante las dos grandes guerras mundiales, por ejemplo. Pero también fueron las revoluciones socialistas las que alteraron ese patrón de expansión desigual por lo que naciones de escaso desarrollo industrial, como lo eran tanto Rusia como China, pudieron romper en sus límites con un patrón universal. Vale también señalar que estos países abandonaron después de un tiempo la construcción socialista para desarrollar un capitalismo que, bien vale decirlo, sin las revoluciones acontecidas hubiera sido imposible poner en pie economías como las que hoy se exhiben en el concierto mundial.

Esta característica les permitió a esas dos grandes potencias de Eurasia convertirse en nuevos actores globales de relevancia, y mucho más a partir de su accionar al interior del emergente clúster geoeconómico denominado con el acrónimo BRICS.  Consideremos que esta nueva realidad internacional no es para nada ajena al intento de los progresismos latinoamericanos, es verdaderamente constitutiva del mismo. No tenerlo en cuenta podría producir equívocos en el diseño de lo que viene y sobre todo en relación a la incidencia de los EEUU en la región.

Suponer que el denominado “Regreso al Mundo” del que habla el gobierno argentino es idéntico a lo que en los ’90 se llamaron las “relaciones carnales”, nos llevaría a cierto equívoco. Porque el mundo ya no es el mismo e incluso el predominio global de los EEUU hoy no implica algo que pueda garantizarse en el tiempo; pero fundamentalmente porque el alineamiento a la potencia del Norte hoy conlleva mucho mayor peligro que antes. Vayamos por parte.

En los ’90, tras el derrumbe de la Unión Soviética, Zbigniew Brzezinski  afirmaba en su libro “El gran tablero mundial: la primacía americana y sus imperativos geoestratégicos” (1997) que los EEUU coronaban su dominancia planetaria en tanto quien controlara a Eurasia tenía asegurado el poder global. En ese caso un dominio externo a ese prominente y gigantesco continente. Los últimos años parecen indicar que eso no era así  y el estratega geopolítico parece haberlo advertido. Los pergaminos con los que cuenta Brzezinski en el ámbito de la Seguridad de los EEUU son indudables. Este politólogo nacido en Polonia en 1928, desde 1966 formó parte del Departamento de Estado y además de ser la principal consulta del presidente Barack Obama en tema de geostrategia,  fue siempre uno de los más encarnizados diseñadores de la expansión imperial a lo largo y ancho del planeta.

Según expresara el analista y periodista Mike Whitney especializado en temas geopolíticos, Brzezinski “principal arquitecto del plan de Washington para dominar el mundo ha abandonado el esquema y ha pedido la creación de vínculos con Rusia y China”. Esto lo afirma el analista a partir de un artículo publicado en abril de este año por el geoestratega polaco en el periódico The American Interest  y que lleva el nombre de Toward a Global Realignment (Rumbo al realineamiento global).

Según Brzezinski, la irrupción económica de Rusia y China en Eurasia sumada la expansión del terrorismo en los países musulmanes, desbarató la pretendida hegemonía estadounidense en toda esa región. “A medida que termina su era de dominación global, los Estados Unidos tienen que tomar la iniciativa para reajustar la arquitectura del poder global” dice en el artículo, agregando que “Cinco hechos básicos relativos a la redistribución del poder político emergente global y al despertar político violento en el Oriente Medio están mostrando el inicio de un nuevo reajuste global. El primero de estos hechos es que los Estados Unidos continúan siendo la potencia mundial política, económica y militarmente más poderosa. No obstante, teniendo en cuenta las mudanzas geopolíticas complejas en los equilibrios regionales, el país ya no es más el poder imperial global”.

La cautela que expresa hoy Brzezinski, según Whitney -y que seguramente no será acompañada por un virtual gobierno de Hillary Clinton- responde en primer lugar a que ante la posibilidad concreta del surgimiento de un sistema bancario alternativo como podría ser un Banco de los BRICS, ello haría que EEUU corra el riesgo cierto de que se pierda un sistema financiero basado exclusivamente en el dólar.

Hoy la política internacional de los EEUU se mueve en el seno de cierto eclipsamiento de su poderío, lo que no la hace más accesible. Al contrario la vuelve mucho más peligrosa.

La búsqueda de realineamientos en la región que intenta hoy el imperio norteamericano es más bien un apuntalamiento geoestratégico militar y financiero que impida estrechar lazos con los nuevos actores globales. También la promoción de economías sumergidas. El golpe institucional producido en Brasil responde, sin lugar a dudas, a esa línea de acción. Debilitar al Mercosur impidiendo que Venezuela asuma la presidencia pro témpore es otra muestra de ello, pero principalmente imponiendo unilateralmente en nuestros países su agenda contra el terrorismo y el narcotráfico que no hace más que entregar el control de las fuerzas de seguridad a su completa tutela. Para decirlo de forma simple, a los EEUU no les importa venir a invertir en producción sino venir a insertar a la DEA dentro de las policías y controlar la agenda de Seguridad.

Berisso, 21 de septiembre de 2016