2025/12/30

Hipótesis sobre la filogenética cultural (a partir de la alimentación)

Hipótesis sobre la filogenética cultural (a partir de la alimentación)

Proponer una filogenética cultural no implica recurrir a una metáfora biológica aplicada a la cultura, sino formular la hipótesis de que ciertas prácticas culturales funcionan como procesos materiales de transmisión, con efectos directos y durables sobre el cuerpo vivo. No se trata de una herencia genética, sino de una herencia práctica, reiterada, incorporada, que moldea funciones orgánicas, umbrales de tolerancia, ritmos metabólicos y modos de regulación somática.

Entre esos procesos, la alimentación ocupa un lugar central. Comer no es sólo ingerir nutrientes ni producir significaciones compartidas: es someter al organismo a una técnica cultural específica que actúa sobre la digestión, la microbiota, el metabolismo y la economía general del cuerpo. Las cocinas —entendidas como sistemas históricos de preparación, conservación y combinación de alimentos— producen cuerpos compatibles con ellas. En este sentido, la transmisión cultural comienza antes del lenguaje articulado: comienza en el aparato digestivo.

Esta perspectiva permite pensar fenómenos que suelen quedar escindidos: por ejemplo, el impacto somático que puede tener la adopción o imposición de una cocina elaborada para climas fríos (grasas densas, cocciones prolongadas, conservas salinas) en poblaciones de climas cálidos. Allí no hay sólo desplazamiento simbólico o conflicto identitario, sino desajuste fisiológico: la cultura interviene materialmente sobre la vida.

En este punto, el texto de Lo crudo y lo cocido de Claude Lévi-Strauss resulta una referencia obligada, aunque insuficiente para la hipótesis aquí planteada. Lévi-Strauss muestra con notable precisión cómo la cocina opera como mediación simbólica entre naturaleza y cultura, y cómo las oposiciones culinarias organizan el pensamiento mítico. Sin embargo, su análisis permanece en el plano estructural del sentido: la comida funciona como lenguaje, pero el cuerpo que la ingiere queda en segundo plano.

La filogenética cultural que aquí se propone desplaza el eje: no se pregunta sólo cómo la cocina significa, sino cómo transmite organización vital. No se trata de abandonar el nivel simbólico, sino de pensarlo como inseparable de una inscripción somática. La cultura no se superpone a la biología: la continúa por otros medios.

La alimentación aparece así como un operador privilegiado para investigar esta hipótesis, antes de extenderla a otros dominios —el vestido, la vivienda, la sexualidad— que también pueden ser pensados como tecnologías culturales de regulación del cuerpo vivo.

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