Hay una diferencia en las formas de escribir que rara vez se vuelve tema.
No suele nombrarse, no se discute abiertamente, pero organiza silenciosamente el campo intelectual.
Algunos modos de escritura tienden a volver legible lo complejo.
Otros, sin proponérselo necesariamente, producen un efecto de dificultad que vuelve opaca la transmisión. No siempre hay mala intención: muchas veces se trata de hábitos, tradiciones, modos de formación o de pertenencia.
En política, la prosa de Mao tse- Tung mostró que conceptos complejos podían ser transmitidos sin empobrecimiento. En psicoanálisis, figuras como Oscar Masotta o Jacques-Alain Miller hicieron algo semejante con una obra tan exigente como la de Jacques Lacan: no la simplificaron, la hicieron decible.
Esto abre una pregunta que casi no circula:
¿la dificultad de un texto proviene del objeto o del modo de enunciación?
¿qué se gana y qué se pierde cuando la escritura se vuelve inaccesible?
¿para quién se escribe cuando no se verifica la legibilidad?
No se trata de oponer buenos y malos escritores.
Se trata de advertir que la claridad también es una práctica,
y que exige tanto trabajo como la abstracción.
Tal vez valga la pena poner esta diferencia en agenda:
no para resolverla,
sino para hacerla visible.
Porque lo que no se nombra, se naturaliza.
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