2009/09/14

Semidioses

"Sin desviarse de la norma, el progreso es imposible"
Frank Zappa

La trascendencia fue un valor preponderante en la historia de la civilización humana, algo sumamente valorado. El sujeto ha atravesado una barrera invisible hasta llegar a otorgarle a la inmanencia todo su caudal La religión lo concebía a imagen y semejanza de un Dios, que era expresión del supremo bien, pero sin darnos cuenta fuimos abriéndonos a los más bajos apetitos, donde el valor del otro ya no es su reconocimiento sino la búsqueda de su sumisión, de su atropello.
Tal vez el destino de la humanidad concebida como lo fue, inexorablemente conducía a esto, tal vez otras contingencias lo hicieron de esta forma, pero lo que demuestra esta actualidad es que ese sujeto no se encontraba preparado para semejante tarea. No era el progreso para lo que estaba construido.
Hoy creo que la superación debiera ser dejar de ser humano, para inscribirse en una dimensión completamente diferente a lo que fue la humanidad, ya que esta ha fracasado. Si uno tuviera que categorizar como debiera ser esa otra dimensión, intuiría que tendría que estar a medio camino entre lo humano mismo y lo inmortal.
Tal vez el monoteísmo fue el culpable de esto y el abandono de esa intersección entre lo humano y lo divino como fue el semidiós, pero estoy casi seguro que todos los grandes personajes de la historia fueron eso.

2009/07/11

El devenir vegetal del placer

Por inducción teórica tengo que suponer que el animal tiene a diferencia del humano, un solo sentido. No es que no tenga olfato, o no vea o no escuche sonidos, sino que la fragmentación de los sentidos debe ser creo una cuestión estrictamente nuestra.
Los sentidos, esos cinco e inclusive si hubiera un sexto o tal vez un séptimo, aluden a la ausencia de un objeto determinado para la pulsión (la Trieb de Freud), a diferencia del instinto animal que engloba en una totalidad a la criatura biológica con su medio.
El homo sapiens es una carrera obstinada del animal humano por huir de su encuadre en la naturaleza. Debe ser tan intolerable la existencia del hombre que ella misma consiste en una fuga ininterrumpida de su propia condición original.
Todo esto viene a cuento como preámbulo de algo que me viene dando vuelta en la cabeza hace un tiempo y que está referido a que si bien nosotros humanos hemos perdido hace muchísimo tiempo o tal vez desde el inicio de nuestra condición, la referencia a que debiera ser lo que nos satisfaga, siempre se da que cualquier gran placer que no esté referido ni a la sexualidad, ni a la estética o al saber, siempre estará ligado inexorablemente a lo vegetal.
Las infusiones, las salsas, los perfumes, las bebidas alcohólicas, las especies aromáticas, el tabaco, las raíces energizantes, los condimentos, las hierbas estimulantes y las alucinógenas, los estupefacientes naturales, todos ellas provienen del reino clorofílico, y esto creo yo que nos debe invitar a una reflexión profunda si es que todavía podemos llegar a hacerlo.

2009/01/20

Bernardo de Monteagudo, un intelectual orgánico.


En la escuela nos enseñaron que nuestros próceres eran tipos abnegadas, valientes y honrados, y que ellos habían luchado por la emancipación americana de la corona española, pero tal vez lo más significativo de todo ello es lo que nunca aprendimos.
Bernardo de Monteagudo, nacido en Tucumán en 1789 y asesinado en Lima en 1825 fue uno de los íconos más sobresaliente de la intelectualidad sudamericana que se iría a transformar en un verdadero cuadro revolucionario. Monteagudo fue un jacobino, es decir un militante orgánico, que respondía a una organización de vanguardia.
El 25 de mayo de 1809 encabezó la rebelión de Chuquisaca, la más célebre de la gesta emancipatoria. Luego activó en Buenos Aires hasta el momento en que bajo el mando militar de José de San Martín fuera parte de las luchas por las independencias de Chile y del Perú. Fue auditor del Ejercito de los Andes y redactor de la Declaración de la Independencia Chilena. Tras la independencia del Perú, Monteagudo pasó a ser Ministro de Guerra y Marina y, más tarde, de Gobierno y Relaciones Exteriores de aquella nación liberada.
Por aquel entonces también fue colaborador de Simón Bolívar.
Monteagudo fue un verdadero ideólogo de la emancipación sudamericana, un intelectual orgánico, que nos dejó gran cantidad de escritos.
En su memoria a casi 200 años de Chuquisaca, les voy a dejar un artículo publicado en la Gaceta de Buenos Aires el 14 de febrero de 1812.

LIBERTAD- Bernardo de Monteagudo (1812)

La LIBERTAD no es sino una propiedad inalienable e imprescriptible que goza todo hombre para discurrir, hablar y poner en obra lo que no perjudica a los derechos de otro ni se opone a la justicia, que se debe a sí mismo. Esta ley santa derivada del consejo eterno no tiene otra restricción que las necesidades del hombre y su propio interés: ambos le inspiran el respeto a los derechos de otro, para que no sean violados los suyos: ambos le dictan las obligaciones a que está ligado para con su individuo y de cuya observancia pende la verdadera LIBERTAD. Ninguno es libre si sofoca el principio activo y determinante de esa innata disposición; ninguno es libre si defrauda la LIBERTAD de sus semejantes, atropellando sus derechos: en una palabra, ninguno es libre si es injusto. Bien examinadas las necesidades del hombre se verá que todos sus deberes resultan de ellas y se dirigen a satisfacerlas o disminuirlas; y por consiguiente nunca es más libre que cuando limita por reflexión su propia LIBERTAD, mejor diré, cuando usa de ella. ¿Y podrá decirse que usa de su razón el que la contradice y se desvía de su impulso? de ningún modo. ¿Podrá decirse que usa de ella el que por seguir un capricho instantáneo se priva de satisfacer una necesidad verdadera? tampoco: pues lo mismo digo de la LIBERTAD que no es sino el ejercicio de la razón misma: aquélla se extiende por su naturaleza a todo lo que ésta alcanza, y así como la razón no conoce otros límites que lo que es imposible, bien sea por una repugnancia moral o por una contradicción física, de igual modo la LIBERTAD.sólo tiene por término lo que es capaz de destruirla o lo que .excede la esfera de lo posible. No hablo aquí de la LIBERTAD natural que ya no existe ni de ese derecho limitado que tiene el hombre a cuanto le agrada en el estado salvaje: trato sí de la LIBERTAD civil, que adquirió por sus convenciones sociales y que hablando con exactitud es en realidad más amplia que la primera. No es extraño: las fuerzas del individuo son el término de la LIBERTAD natural, y la razón nivelada por la voluntad general señala el espacio a que se extiende la LIBERTAD civil. Yo sería sin duda menos libre si en circunstancias fundase mis pretensiones en el débil recurso de mis fuerzas: cualquier hombre más robusto que yo frustraría mi justicia, y el doble vigor de sus brazos fácilmente eludiría mis más racionales esperanzas: yo no tendría propiedad segura y mi posesión sería tan precaria como el título que la fundaba. Por el contrario: mi LIBERTAD actual es tanto más firme y absoluta, cuando ella se funda en una convención recíproca que me pone a cubierto de toda violencia: sé que ningún hombre podrá atentar impunemente este derecho, porque en su misma infracción encontraría la pena de su temeridad, y desde entonces dejaría de ser libre, pues la sujeción a un impulso contrario al orden es esclavitud, y sólo el que obedece a las leyes que se prescriben en una justa convención goza de verdadera LIBERTAD. Todo derecho produce una obligación esencialmente anexa a su principio, y la existencia de ambos es de tal modo individual, que violada la obligación se destruye el derecho. Yo soy libre, sí, tengo derecho a serlo; pero también lo son todos mis semejantes, y por un deber convencional ellos respetarán mi LIBERTAD, mientras yo respete la suya: de lo contrario falto a mi primera obligación que es conservar ese derecho, pues violando el ajeno consiento en la violación del mío. Aun digo más, yo empiezo a dejar de ser libre si veo con indiferencia que un perverso oprime o se dispone a tiranizar al más infeliz de mis conciudadanos: su opresión reclama mis esfuerzos; e insensiblemente abro una brecha a mi LIBERTAD si permito, que quede impune la violencia que padece. Luego que su opresor triunfe por la primera vez él se acostumbrará a la usurpación; con el tiempo formará un sistema de tiranía y sobre las ruinas de la LIBERTAD pública elevará un altar terrible, delante del cual vendrán a postrar la rodilla cuantos hayan recibido de sus manos las cadenas. Americanos en vano declamaréis contra la tiranía si contribuís o toleráis la opresión y servidumbre de los que tienen igual derecho que nosotros: sabed que no es menos tirano el que usurpa la soberanía de un pueblo que el que defrauda los derechos de un solo hombre: el que quiere restringir las opiniones racionales de otro, el que quiere limitar el ejercicio de las facultades físicas o morales que goza todo ser animado, el que quiere sofocar el derecho que a cada uno le asiste de pedir lo que es conforme a sus intereses, de facilitar el alivio de sus necesidades, de disfrutar los encantos y ventajas que la naturaleza despliega a sus ojos; el que quiere en fin degradar, abatir y aislar a sus semejantes, es un tirano. Todos los hombres son igualmente libres: el nacimiento o la fortuna, la procedencia o el domicilio, el rango del magistrado o la última esfera del pueblo no inducen la más pequeña diferencia en los derechos y prerrogativas civiles de los miembros que lo componen. Si alguno cree que_ porque preside la suerte de los demás, o porque ciñe la espada que el Estado le confió para su defensa, goza mayor LIBERTAD que el resto de los hombres, se engaña mucho, y este solo delirio es un atentado contra el pacto social. El activo labrador, el industrioso comerciante, el sedentario artista, el togado, el funcionario público, en fin, el que dicta la ley, y el que la consiente o sanciona con su sufragio, todos gozan de igual derecho, sin que haya la diferencia de un solo ápice moral: todos tienen por término de su independencia la voluntad general y su razón individual: el que lo traspasa un punto ya no es libre, y desde que se erige en tirano de otro, se hace esclavo de sí mismo. Desengañémonos: nuestra LIBERTAD jamás tendrá una: base sólida si alguna vez perdemos de vista ese gran principio de la naturaleza, que es como el germen de toda la moral: jamás hagas a otro lo que no quieras que hagan contigo. Si yo no quiero ser defraudado en mis derechos tampoco debo usurpar los de otro: la misma LIBERTAD que tengo para elegir una forma de gobierno y repudiar otra, la tiene aquel a quien trato de persuadir mi opinión si ella es justa, me da derecho a esperar que será admitida: pero la equidad me prohíbe el tiranizar a nadie. Por la misma razón yo me pregunto ¿qué pueblo tiene derecho a dictar la constitución de otro? Si todos son libres, ¿podrán sin una convención expresa y legal recibir su destino del que presuma más fuerte? ¿Habrá alguno que pueda erigirse en tutor del que reclama su mayoridad, y acaba de quejarse ante el tribunal de la razón del injusto pupilaje a que la fuerza lo había reducido? Los pueblos no conocen sus derechos: la ignorancia los precipitaría en mil errores, ¿y yo tengo derecho a abusar de su ignorancia y eludir su LIBERTAD a pretexto de que no la conocen? No. por cierto. Yo conjuro a todos los directores de la opinión, que jamás pierdan de vista los argumentos con que nosotros mismos impugnamos justamente la conducta del gobierno español con respecto a la América. Toda constitución que no lleve el sello de la voluntad general, es injusta y tiránica: no hay razón, no hay pretexto, no hay circunstancia que la autorice. Los pueblos son libres, y jamás errarán si no se les corrompe o violenta. Tengo derecho a decir, lo que pienso, y llegaré por grados a publicar lo que siento. Ojala contribuya en un ápice a la felicidad de mis semejantes, a esto se dirigen mis deseos, y yo estoy obligado a apurar mis esfuerzos. Juro por la patria, que nunca seré cómplice con mi silencio en el menor acto de tiranía, aun cuando la pusilanimidad reprenda mis discursos, y los condene la adulación. Si alguna vez me aparto de estos principios, es justo que caiga sobre mí la execración de todas las almas sensibles; y si mi celo desvía mi corazón, ruego a los que se honran con el nombre de patriotas, acrediten que aman la causa pública y, no que aborrecen a los que se desvelan por ella.

2009/01/06

Homo sapiens, una condición paradójica.

“Escepticismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”
Antonio Gramsci



El homo sapiens es un ser social, a saber, está inserto en un conglomerado histórico al cual transforma de modo ininterrumpido, transformando la naturaleza y sus derivados a partir del trabajo, del desarrollo de múltiples herramientas e inclusive portando una estructura compleja como es el lenguaje habiendo propiciado diferentes y complicadas relaciones entre si. Si bien alteró considerablemente su relación con la naturaleza subvirtiendo el orden de casi todo el esquema natural consigo mismo, para desarrollar un nuevo orden, no deja de ser simultáneamente un ser natural en tanto organismo biológico. Así mismo el hábitat del hombre no deja de ser sostenido en última instancia por las leyes de la naturaleza. La cultura ya no es naturaleza en sentido estricto, pero debemos convenir que no tiene otro desarrollo más que a partir de ella. A pesar de constituir un orden autonomizado, esta autonomía no deja de ser relativa, siendo el orden natural la determinación en última instancia. Es por esta razón que podríamos caracterizar al orden cultural como naturaleza alterada por las capacidades humanas de transformación de lo dado y es por esto mismo que el mismo hombre es el resultado de esta subversión permanente. En este proceso introduce al tiempo como temporalidad diferenciada de los ritmos biológicos y es por esta razón que la estabilización del organismo a la situación histórica resulta siempre de modo paradójico. Este hecho hace que en el viviente devenga una tensión permanente entre los tiempos de la naturaleza con respecto a los tiempos de la historia. Si bien podemos convenir que este es un proceso único que se desarrolla en una sola totalidad no podemos descuidar los elementos inerciales de cada una de sus particularidades.

Es posible que el origen de la humanidad haya tenido como causa un antagonismo creciente entre un tipo de mono con respecto a su hábitat natural. Hay especies que ante situaciones como estas, terminan sucumbiendo de forma súbita. En el caso humano se ha producido el incremento de nuevas capacidades ya contenidas virtualmente en su estructura biológica que le permitieron sobrevivir a esa crisis viéndose resignado a perder el equilibrio anterior para amoldarse a un nuevo esquema. A mi entender un aspecto de suma importancia del devenir cultura es el hecho de la transformación de los instintos o en todo caso de su desaparición como tales. Si consideramos a estos como el impulso vital para satisfacer las necesidades del organismo viviente y de los cuales depende su subsistencia debiéramos decir que para los animales hay una concordancia inexorable entre el instinto y el objeto de su satisfacción, siendo este un objeto preciso e invariable. Es por esto que un animal carnívoro no puede satisfacer el hambre con hortalizas ni un herbívoro con pescado. En cuanto a la sexualidad todo animal macho satisface su instinto sexual con cualquier hembra de su especie en un tipo de acto casi invariable, siendo la perversión un hecho improbable. El proceso de transformación de naturaleza a cultura produjo un cambio sustantivo en el proceso de satisfacción instintiva y es por esto que podemos ver en los distintos estadios de ese desarrollo, los modos de producción, un tipo de organización de la satisfacción instintiva sostenida en un tipo de organización social y política de la economía. Lo que se puede observar o deducir de los distintos modos es un tipo de relación particular de los sujetos con los objetos de satisfacción. Es por esto que considero válido incluir dentro de la teoría materialista de la sociedad, un concepto como pulsión (trieb) distinto a instinto (instikt), introducido por Freud en la teoría psicoanalítica. La pulsión viene a ser el devenir humano del instinto. Si en su animalidad o naturalidad el individuo tiene como datos fijos al objeto de la alimentación o de la sexualidad y su satisfacción implica alcanzar ese objeto predeterminado, tendríamos que decir que para la humanidad este hecho está considerablemente alterado y transformado, casi como habiéndose perdido el objeto originario. La pulsión se muestra como un impulso más bien indeterminado, aunque generalmente domesticado a las reglas sociales que construyen en el sentido común una imagen del objeto. Pero como toda domesticación en tanto parte de la dominación resulta siempre fallida en tanto ofrece resistencias ya que siempre hay fragmentos del impulso que no encuentran su satisfacción en la imposición cultural y esto por la sencilla razón de que el objeto originario en tanto transformado solo puede darse como satisfacción mítica. El objeto perdido en concreto es tan ilusorio como el paraíso terrenal, inexorablemente perdido. La cultura ofrece objetos sustitutivos presentándolos como naturales. En este sentido la satisfacción de la pulsión siempre es errónea, siempre hace alusión a una satisfacción perdida y es por esto que a su vez es insatisfacción misma. La búsqueda reiterada y fallida de esa satisfacción implica algo distinto que el placer y es en este sentido en el cual Freud pudo percatarse de la existencia de tendencias autodestructivas. A mi entender el condimento esencial de toda dominación implica la sujeción de las mayorías a este tipo de satisfacción del displacer, muchas veces exacerbado por las ideologías religiosas que hacen del sufrimiento una herramienta para ganarse la vida eterna.

La existencia del flujo histórico produce dos efectos subjetivos contrapuestos pero unidos a una misma matriz, a saber, la imposibilidad de permanencia del presente. Uno es suponer que el futuro será mejor, que el desarrollo de la historia va a suprimir automáticamente todos los malestares actuales y que a su vez estos son menores que los del pasado. Este efecto dio lugar a la idea de progreso. El otro es suponer lo contrario, a saber que todo empeorará y esto deviene en el escepticismo y el pesimismo. Por otro existe una posición que implica la renegación del cambio, que supone que nada se transforma, que todo siempre es lo mismo. Implica un mecanismo de supresión del factor sorpresa estando presente en casi todas las religiones y principalmente en la metafísica. De todas formas tanto el pesimismo como el optimismo radicales también se alojan en posiciones metafísicas. Si partimos del hecho anteriormente esbozado de que la existencia humana es resultado de un desajuste originario que devino en historia, prescindiríamos entonces de la metafísica pero de hecho no tomaríamos partido por ninguna de las dos posiciones anunciadas anteriormente. Desde un punto de vista pesimista se podría llegar a decir que la irrupción de la cultura es ya la desaparición lenta pero segura de la humanidad que tarde o temprano llegará. La existencia humana sería la terapia intensiva del eslabón perdido. El optimismo ve por lo contrario un desarrollo ilimitado de la potencialidad humana obviando sus contradicciones. En los hechos las dos posiciones reniegan de la transformación como hecho voluntario y consciente, a saber, ven a la transformación casi como un hecho natural que no necesita para ello de ningún sujeto que la lleve adelante. Pensar que todo se transforma al margen de nuestra voluntad es hacer propaganda invertida de: “si no me pienso, soy pensado”. Digo invertida ya que su revés sería: “ni me pienso, ni soy pensado por nadie”. Saber que hay un sujeto de la transformación es dar por sentado que hay quienes la llevan adelante desde el poder pretendiendo que el resto lo acepte como hecho natural. Es decir que todos crean que nadie piensa mientras son pensados por los que tienen la iniciativa, sin ofrecer resistencia a ello. Es verdad que hay efectos que escapan a la voluntad y que si la inteligencia no logra detectarlos es posible que generen un ámbito autónomo difícil de revertir, pero siempre la transformación surge de iniciativas conscientes determinadas por factores que se ubican muchas veces al margen de la conciencia. Es la existencia de esos factores los que producen efectos de autonomía de lo voluntario, en la medida que no son detectados. Hacer un absoluto de esos factores y de esas autonomías es caer en el pesimismo, haciendo alarde del la imposibilidad del conocimiento en tanto vehículo que pueda detectarlos. Por otro lado prescindir u obviar eso factores es caer en el optimismo ilimitado. Es creer que la voluntad humana es producto de si misma y no parte de la condición estructural del humano con su medio. El pensamiento humano siempre prescindió de las particularidades desarrollando alguna de ellas como ámbito autónomo, es decir no interrelacionado con la totalidad.

Es esta existencia paradójica de la condición humana la que hace de la revolución el hecho princeps para revertir ciertas tendencias autodestructivas que produzcan desde ahí un nuevo equilibrio en el los sujetos puedan pensarse a si mismos como constructores del futuro, de un futuro donde acontezca un desaceleramiento paulatino de aquellas tendencias para iniciarse algo radicalmente nuevo. Eso inevitablemente está supeditado al desarrollo del conocimiento científico como herramienta que permita avizorar la realidad más allá de optimismos y pesimismos fundamentalistas.

Berisso- 2003