3. Psicofármaco y proceso primario
La acción de un psicofármaco no incide en la pulsión, ni sobre la estructura simbólica en la que esta se inscribe. Su campo de acción es la base fisiológica del proceso primario, es decir, la dimensión infraestructural de la dinámica psíquica: ritmos, intensidades, umbrales de activación y modos de circulación de la excitación.
Una buena imagen para comprender esto es la de una película proyectada a otra velocidad. El contenido narrativo no cambia, pero la percepción, la secuencia de imágenes y el modo en que el espectador la recibe se alteran. El psicofármaco modifica la velocidad y el ritmo de los procesos de base: no toca la trama simbólica directamente, pero altera el soporte donde esta se despliega.
Desde este punto de vista, su eficacia psiquiátrica se apoya en algo real:
una modificación cuantitativa (intensidad, ritmo, umbral) puede producir efectos cualitativos sobre el modo en que la experiencia psíquica se organiza.
Este es el fundamento —no metafísico, sino estrictamente técnico— de procedimientos como la cura de sueño: al modificar prolongadamente el ritmo basal del proceso primario, pueden obtenerse efectos clínicos —aunque no analíticos— sobre el curso de ciertos síntomas.
En la clínica psicoanalítica, esto tiene consecuencias directas:
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Si se altera demasiado la base excitatoria, la escena simbólica se empobrece o se vuelve inaccesible.
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La transferencia pierde tensión, la asociación se vuelve plana o inasible, el trabajo onírico se debilita.
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En adicciones, mientras domine el efecto de la sustancia, no hay campo analítico posible.
El psicofármaco no es un operador simbólico. Es un modificador infraestructural. Afecta el modo en que el proceso primario sostiene o no el despliegue de la palabra. Esa es su eficacia real y también su límite.
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