Freud, Lacan y el Yo adaptado
El llamado “Retorno a Freud” que Lacan emprende en la década del cincuenta no fue un gesto arqueológico, sino una operación teórica de restitución. Lo que debía ser restituido era el estatuto del inconsciente frente a su degradación adaptativa en la Ego Psychology. La escuela americana —Hartmann, Kris, Loewenstein— pretendió transformar la experiencia freudiana en una psicología del equilibrio, donde el Yo se constituye como instancia autónoma, capaz de mediar entre las demandas pulsionales y las exigencias del mundo. Esa torsión doctrinal no fue inocente: tradujo la clínica en moral, el conflicto en desajuste, y el deseo en desadaptación.
Lacan advirtió que el Yo nunca puede ser el lugar de la verdad del sujeto. Su lectura de la fórmula freudiana Wo Es war, soll Ich werden restituye el movimiento del advenimiento: “Donde Ello es, el Yo debe advenir”, no como conquista ni desplazamiento, sino como pasaje, torsión o transducción del Ello en palabra. La lectura americana, en cambio, reifica las instancias —Yo, Ello, Superyó— como entidades separables, borrando la simultaneidad que Freud había dispuesto entre las dos tópicas. Allí donde Freud buscaba formalizar una experiencia, la Ego Psychology instituye una ontología de compartimientos estancos.
El Yo adaptado se convierte así en la figura clínica de la ideología liberal: un sujeto que debe fortalecerse para sobrevivir, triunfar y dominar. La transferencia, que en Freud y Lacan implica la co-producción del inconsciente, se disuelve en una relación de entrenamiento moral. El analista ocupa el lugar del Superyó: orienta, refuerza, corrige. De la experiencia de la palabra se pasa al coaching del éxito. En ese tránsito, el inconsciente deja de ser un proceso de escritura compartida para volverse una disfunción corregible.
Freud nunca concibió el psiquismo como aparato individual. El inconsciente freudiano es una superficie de doble faz, un campo de intersección —como la banda de Moebius— donde lo psíquico y lo biológico, lo imaginario y lo simbólico, se implican mutuamente. Definir la pulsión como “concepto límite entre lo somático y lo psíquico” fue su forma de impedir toda recaída dualista. La pulsión no es fuerza natural reprimida: es inscripción simbólica en el cuerpo. Por eso la clínica no trata de fortalecer un Yo, sino de atravesar el fantasma, ese montaje donde se anudan las huellas pulsionales y las formas del deseo.
El legado del Freud de Lacan consiste en reponer la topología del campo analítico: las dos tópicas, el analista incluido, forman un solo dispositivo. No hay inconsciente sin transferencia, ni cuerpo sin lenguaje. La Ego Psychology, en cambio, eleva el Yo a entidad autárquica, rompiendo la continuidad entre lo biológico y lo simbólico. Su error teórico reproduce el error ideológico del capitalismo tardío: convertir la vida en gestión.

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