Volver sobre las intuiciones del Proyecto de psicología para neurólogos no es un gesto arqueológico. Es, más bien, una forma de leer de otro modo toda la obra posterior de Freud, como si en aquellas hipótesis iniciales —tan pronto abandonadas por la ortodoxia— permaneciera latente un horizonte que nunca dejó de operar en la arquitectura de su pensamiento. Esa insistencia de lo primero en lo último no se trata de un simple residuo, sino de un hilo de continuidad que permite repensar cuestiones que a menudo se presentan como inconexas: la pulsión, el proceso primario, la transferencia, la teoría del sueño o incluso la introducción tardía de la pulsión de muerte.
La célebre frase de Schreber resuena aquí con toda su fuerza:
“El alma humana está contenida en los nervios del cuerpo; como profano que soy, no puedo decir más sobre su naturaleza física; tan solo que son formaciones de una finura extraordinaria —comparables a los hilos de seda más tenues—, y la vida espiritual del hombre en su conjunto reposa en la facultad que los nervios tienen de ser excitados por impresiones de origen externo.”
Esta imagen —la vida psíquica como un sistema de excitaciones, delicado y tensional, que se inscribe en la trama misma del cuerpo— puede ser leída hoy menos como un arcaísmo fisiológico que como la anticipación de un modelo estructural: el psiquismo no como una entidad separada, sino como un campo de inscripciones donde lo interno y lo externo, lo orgánico y lo simbólico, se interpenetran en múltiples niveles.
Si aceptamos este punto de partida, la idea freudiana de represión cobra un espesor distinto. Lacan señaló con razón que represión y retorno de lo reprimido son lo mismo: no dos momentos sucesivos, sino las dos caras de un mismo trabajo del significante. Desde esta perspectiva, resulta especialmente sugerente que Freud haya considerado la represión como uno de los posibles destinos de la pulsión: no como un desvío, sino como parte constitutiva de su dinámica. En lugar de concebirla como mera contención, la represión aparece como un modo particular de circulación, de transformación y de retorno dentro del aparato.
Lo que este marco permite vislumbrar es la posibilidad de pensar el aparato psíquico no como una serie de compartimentos estancos, sino como una estructura en la que cada elemento porta la huella del conjunto. Cada síntoma, cada sueño, cada formación del inconsciente condensa en sí mismo la totalidad de la dinámica pulsional y significante. Del mismo modo, el sujeto no emerge aislado de su contexto, sino en continuidad con las tramas discursivas, afectivas y corporales que lo atraviesan y con las que co-evoluciona.
Este doble movimiento —la presencia de la totalidad en cada parte, y la constitución del sujeto en relación con lo que lo rodea— no es todavía un concepto, sino quizá la forma embrionaria de un modelo. Uno que permitiría leer a Freud desde sus intuiciones más radicales sin renunciar a su especificidad: entender la represión no como obstáculo, sino como forma; el síntoma no como fragmento, sino como condensación de un campo; la transferencia no como relación dual, sino como momento en el que la lógica del aparato se actualiza en el lazo.
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