El denominado darwinismo social no deja de ser una falacia ideológica que en nombre de Darwin convierte a una profunda elaboración conceptual sostenida en la ciencia, en una burda creencia terraplanista.
El error del “darwinismo social”
Cuando Spencer (imágen) y luego ciertos ideólogos del siglo XIX acuñan la idea de “supervivencia del más fuerte” y la aplican a la sociedad humana, cometen una doble falsificación:
1. Conceptual: reducen el proceso
evolutivo —que en Darwin es un fenómeno de poblaciones, no de individuos— a una
lucha individualista.
2. Ontológica: suponen que la fuerza o la aptitud reside en un sujeto
aislado, desconectado de su medio, cuando Darwin subraya justamente lo contrario:
la aptitud es siempre relacional.
Para Darwin, una especie sobrevive no porque sus miembros sean “fuertes” en
sí mismos, sino porque logran adaptarse en conjunto a un medio cambiante. Y
“adaptarse” implica transformarse, cooperar, diversificarse, establecer
relaciones funcionales con el entorno.
De la adaptación a la Co-vitalidad
Definiendo a la Co- vitalidad como condición constitutiva de lo vivo según
la cual ninguna parte puede existir, persistir o desplegar su forma propia
fuera del entramado de relaciones que la sostiene; vivir es, siempre, vivir con
y en otros.
Si miramos la selección natural desde la perspectiva que venimos desarrollando,
el concepto de Co-vitalidad aparece como su sustrato profundo.
Ninguna especie evoluciona en el vacío. Lo hace *en relación* con otras
especies, con el ambiente, con la competencia y la cooperación.
Las adaptaciones no son propiedades intrínsecas de individuos aislados,
sino respuestas colectivas inscritas
en redes ecológicas.
Incluso la “fuerza” —si queremos seguir usando ese término— es *co-fuerza*: surge de la interacción entre organismos y medio.
Esto implica que la vida
no progresa por la eliminación del débil, sino por el tejido cada vez más
complejo de relaciones que sostienen la existencia. La diversidad, la
simbiosis, la interdependencia son expresiones de esa co-vitalidad.
La falsificación
ideológica: del organismo a la competencia
El darwinismo social, al trasladar una lectura individualista a la esfera
política y económica, convierte una descripción biológica en una ideología: la
sociedad sería un campo de lucha en el que los “más fuertes” prevalecen y los
“débiles” perecen. Pero esta imagen no
sólo no está en Darwin; es su negación.
La evolución no premia al individuo aislado sino al conjunto capaz de
generar formas colectivas de vida sostenibles.
En este sentido, una especie cooperativa puede sobrevivir mejor que una especie
compuesta de individuos egoístas.
Co-vitalidad como
principio evolutivo
Podemos ahora reformular nuestra tesis general con un matiz evolutivo:
La Co-vitalidad no es sólo condición de vida presente, sino motor de la
vida futura. Las formas vivas que logran persistir y transformarse no son las
más fuertes en sí mismas, sino las que saben inscribirse mejor en una red de
relaciones que las sostiene y con las que co-evolucionan.
Así entendida, la supervivencia no es triunfo del individuo sino persistencia del tejido relacional. La especie no es un agregado de individuos
exitosos, sino una *forma colectiva de adaptación.
Implicaciones para pensar
lo humano.
Al insertar esto en nuestra reflexión filosófica, la crítica al
individualismo moderno se vuelve más profunda: no sólo es una ficción ética o
política, sino que es evolutivamente
inviable.
El sujeto que imagina poder bastarse a sí mismo es análogo al órgano
arrancado del cuerpo.
La sociedad que celebra la competencia absoluta es análoga a una colonia de hormigas dispersas: condenada a la extinción.
En cambio, lo que asegura la continuidad —de la vida, de las especies, de
las culturas— es la capacidad de sostener relaciones de co-vitalidad cada vez
más densas, creativas y adaptativas.
Lo que persiste no es lo más fuerte ni lo más puro, sino lo que logra
tejerse mejor en una red de interdependencias dinámicas.
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