Amores perros (y temores)
Hay versos que
envejecen como ruinas: no pierden fuerza, pero revelan de qué época vienen.
En “Vencedores
vencidos”, canción de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota (1985), aparece
uno de ellos:
“Leyendo diarios en un
baño turco
empañando Ray Bans,
mascando un hueso
tu perro, un perro cruel
con la costumbre de no
contentarse con los restos.
¡Ovejero que descansa en
manto negro!”
En los ‘80, ese
“perro cruel” era un ovejero alemán.
No era casual: en
la memoria urbana argentina, esa raza estaba asociada a la policía, el control,
la represión y el miedo organizado del Estado.
Un simple perro
podía condensar una escena política entera: botas, patrulleros, allanamientos.
Cuarenta años
después, esa imagen ya no tiene el mismo filo.
El ovejero se
volvió perro de familia. Su lugar simbólico como figura de amenaza fue ocupado
por otras razas —pitbulls, rottweilers, dogos— que emergieron en un contexto
social muy distinto.
En El día que el hombre encontró al perro,
Konrad Lorenz muestra que la domesticación no es un proceso neutro: las
sociedades moldean a sus animales de acuerdo a sus necesidades, miedos y formas
de organización.
No hay “perro en
abstracto”: hay perros de época.
El ovejero alemán
fue perro de Estado: parte de una maquinaria represiva jerárquica, vertical,
centralizada.
El pitbull, en
cambio —y aquí Amores perros (Iñárritu, 2000) es un símbolo cultural perfecto—
es un perro privatizado: arma personal, guardián de territorios rotos, metáfora
de la violencia individualizada.
En apenas cuatro
décadas, la figura del perro narra una mutación política profunda: del miedo
institucionalizado al miedo difuso, fragmentado, callejero.
🐶 El poder con rostro amable
Mientras tanto,
en muchas policías “civilizadas” del mundo, el perro de Estado también mutó: el
labrador retriever, el spaniel, razas amigables y menos intimidantes, ocupan
ahora tareas de vigilancia y control.
La autoridad ya
no necesita mostrarse feroz: prefiere parecer protectora, colaborativa, “soft”.
Así, en el mapa
simbólico:
el ovejero
representa la autoridad dura, el pitbull la violencia privatizada, y el
labrador la autoridad amable y tecnológica.
🪞 Lo que dice un perro
sobre nosotros
No es sólo una
historia canina: es una historia política y cultural comprimida en un signo.
Como intuía
Lorenz, cada sociedad escribe su miedo sobre el cuerpo de un perro.
Lo domestica, lo
selecciona, lo entrena, lo convierte en emblema sin necesidad de palabras.
Y así, un verso
de rock que hablaba de ovejeros puede, 40 años después, servir como fósil vivo
de una época: basta con cambiar el perro de la escena para comprender cómo el
poder y el miedo se transformaron entre nosotros.
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