2025/10/26

Medicalización del malestar y disputa por el terreno de la cura

 6. Medicalización del malestar y disputa por el terreno de la cura

Medicar no es solo intervenir sobre la base fisiológica del proceso primario: es inscribir esa intervención en un régimen histórico. En la modernidad tardía, el sufrimiento psíquico no se trata únicamente como enigma subjetivo, sino como problema a corregir. La química se vuelve así la vía privilegiada de gestión social del malestar.

Freud, al inventar el dispositivo analítico, anuda la cura a la palabra y reclama —de modo implícito— un monopolio sobre el proceso primario: es en el terreno del sueño, del lapsus, de la formación sintomática donde el inconsciente habla y donde el análisis se legitima.
La irrupción de la psiquiatría biológica y del psicofármaco desplaza ese centro de gravedad:

  • lo que antes era enigma pasa a ser desregulación,

  • lo que antes era transferencia pasa a ser “química cerebral”,

  • lo que antes era interpretación pasa a ser ajuste de dosis.

Esto no es un simple cambio clínico: es un cambio de régimen de saber.
El discurso médico-farmacéutico ocupa el mismo terreno que el psicoanálisis, pero con otra lógica:

  • donde el análisis apuesta a la palabra,

  • la psiquiatría promete estabilización;

  • donde el análisis lee singularidad,

  • el fármaco aplica protocolos generales;

  • donde el análisis trabaja con la transferencia,

  • la farmacología trabaja con la molécula.

En esta colisión, el fármaco se impone con facilidad, no por superioridad conceptual sino por su economía política: es rápido, mensurable, protocolizable, rentable. No exige trabajo subjetivo ni transferencia. En una sociedad que demanda respuestas inmediatas y sin pérdida, esa oferta tiene un poder hegemónico.

Por eso no se trata simplemente de “convencer” a alguien de hacer análisis en lugar de medicarse: se trata de que el imaginario contemporáneo de la cura está estructurado en torno a la eficacia técnica, no a la elaboración simbólica.

La medicalización del malestar no es un error, es una forma de gobierno:

  • estabiliza conductas,

  • neutraliza el exceso subjetivo,

  • produce cuerpos adaptables y silenciosos.

Y en ese sentido, la escena clínica no es neutra: es un campo de disputa entre discursos.
El psicoanálisis ya no habla solo con el paciente: habla contra un régimen social de saber que ha colonizado el mismo terreno sobre el que se fundaba su eficacia.


Si te parece, a este desarrollo podemos sumarle un párrafo final de cierre —no como conclusión cerrada, sino como torsión final del argumento—, mostrando que la cuestión no es solo terapéutica, sino política: qué formas de subjetividad se producen cuando la base del proceso primario es gobernada químicamente.

En el fondo, lo que está en juego no es solo cómo se trata el malestar, sino quién gobierna el proceso primario. Freud lo pensaba como un terreno donde la palabra podía abrir un camino singular, irreductible a cualquier norma general. La expansión contemporánea del psicofármaco desplaza esa singularidad en favor de un control químico de la base sensible de la subjetividad. Lo que antes era un espacio de elaboración —lento, incierto, transferencial— deviene un campo de estabilización. Y ese desplazamiento no es neutro: produce modos de vida, cuerpos, silencios. No es un error médico: es una forma política de gestionar la experiencia. En esa escena, el psicoanálisis no se enfrenta solo a un tratamiento alternativo, sino a un régimen entero de saber-poder que redefine qué es un sujeto, qué es curar y quién tiene derecho a decirlo.

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