4. Desfetichización de la sustancia (versión ampliada)
El fetichismo de la sustancia consiste en atribuirle por sí sola un poder revelador, transformador o incluso destructivo. Esta operación está muy extendida: la droga es presentada como causa de iluminaciones, de crímenes, de delirios o de actos vandálicos, según el discurso que la enmarque.
Pero la sustancia no produce significación ni conducta por sí misma. Lo que la vuelve “reveladora” o “peligrosa” es el encuadre simbólico que rodea su uso. En contextos tradicionales —como el de Castaneda y el peyote— ese encuadre es ritualizado: delimita, regula, produce sentido compartido. La sustancia es un elemento subordinado a una estructura simbólica mayor.
En nuestras sociedades contemporáneas, ese uso no ordinario se ha vuelto ordinario. Las sustancias circulan en mercados ilegales o legales, sin dispositivos rituales, sin marcos narrativos, sin sostén simbólico colectivo. Esta desancladura produce un doble efecto:
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la significación se proyecta sobre la sustancia misma,
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y los fenómenos sociales que la rodean (violencia, vandalismo, compulsión) se atribuyen a la droga, cuando en realidad son efectos del encuadre social de su circulación y consumo.
La molécula no explica la escena. Lo que explica la escena es el modo en que una sociedad organiza su relación con la sustancia. Fetichizar la droga es invisibilizar esa organización.
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