En Sobre una degradación general de la vida erótica, Freud demarca la corriente cariñosa de la sensual. Las dos deberían confluir para que se produzca una relación “normal” entre hombre y mujer.
La elección del objeto sexual se produce antes de
que el sujeto esté anatómicamente apto para la sexualidad. La configuración
subjetiva se va a estructurar en torno a ese objeto; es decir, esa
configuración será la matriz de la actividad sexual del adulto.
El problema que encuentra Freud es que las dos
corrientes mencionadas casi siempre estarán mal articuladas, mal ensambladas.
Un hombre, en la búsqueda de una mujer, siempre se encontrará con una cantidad
de ellas que no están permitidas: la madre, la hermana, etc. Pero a eso también
lo va a asociar con otras mujeres que cumplen o están ubicadas en un mismo
lugar corporativo. Recordemos la ley cultural de la prohibición del incesto y,
por ende, la promoción de la exogamia.
La existencia de mujeres prohibidas es un sedimento
implícito en la elaboración freudiana. Lo que es necesario elaborar no es tanto
la prohibición como la atracción que producen, para un hombre, ciertas mujeres.
No todas, obviamente. ¿Cuál es la dialéctica entre prohibición y atracción? ¿Atrae
la permitida, uno puede preguntarse?
En lo que Freud concibe como “normal”, un hombre
debe ser atraído sexualmente por una mujer que no esté prohibida. No debe, por
tanto, atraerle una mujer prohibida; y, en esa lógica que habría que demostrar,
deberían atraerle todas las mujeres permitidas. Empíricamente hablando, esto no
es así. A un hombre no le atraen todas las mujeres, y conviene pensar que en
ello no se trata exclusivamente de una prohibición. En este sentido, el objeto
sexual no puede ser corporativo: debe cruzar ese límite.
En el texto señalado, Freud hace referencia a
cierta degradación que los hombres hacen de una mujer para que les sea apta
para su sexualidad. Freud observa que, en muchos casos, para que una mujer
se vuelva sexualmente deseable para un hombre, interviene un proceso de
degradación. Degradar significaría el intento de desplazar a una mujer de
la esfera corporativa. En base a datos que nos da la experiencia
psicoanalítica, esta degradación puede suceder en el plano del fantasma: un
hombre tiene relación con su mujer pensando en otras, y ella, para llegar al
orgasmo, debe encarnar a una mujer ligera.
El anudamiento sintomático de las dos corrientes
—cariñosa y sensual— constituiría entonces un problema casi central. La
configuración subjetiva estructurada por el objeto tiene un plano móvil, que es
la gramática del complejo de Edipo. El psicoanálisis trabaja sobre ese plano,
permitiendo que se rompa el rigor geométrico y se produzcan movimientos
topológicos.
De todas formas, en la cultura no dejan de
plantearse ciertas soluciones.
En Memorias de una geisha, su protagonista señala:
“Una geisha no es una cortesana ni una esposa.
Vendemos nuestras habilidades, no nuestros cuerpos. Creamos otro mundo secreto,
un lugar sólo de belleza. La palabra geisha significa artista. Y ser una geisha
es ser considerada como una obra de arte en movimiento.
Agonía y belleza para nosotras van de la mano. No puedes considerarte una
verdadera geisha hasta que seas capaz de detener el camino de un hombre con una
sola mirada.”
La geisha encarna una
reconciliación imposible: la unión entre la ternura y el erotismo bajo la forma
del artificio. Es la solución estética al conflicto freudiano. Allí donde el
psicoanálisis busca movimientos topológicos, la cultura produce una imagen: la
del arte convertido en erotismo, la del deseo vuelto espectáculo.
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