Cuando nos referimos al término narcisismo, nos inclinamos más a tildarlo como un atributo o cualidad que a concebirlo como sustantivo. De esta forma lo colocamos más en un sitio subjetivo, de mala aprehensión de la realidad, que como matriz o estructura constitutiva del sujeto humano.
No entraremos aquí en la trama presente en el mito griego
que de forma simultánea posee otras implicancias de gran interés, como la
presencia de la ninfa Eco. Sólo nos interesa en el mito el momento en que el
personaje queda atrapado en la imagen que le devuelve el agua del estanque. La
belleza de Narciso y el rechazo a las mujeres que se le acercaban, no dejan de
ser eslabones narrativos para presentar la escena del estanque. La mirada que
devuelve la superficie inmóvil acuática se transformará así en un dispositivo
espacial que se aísla del conjunto, y que encapsula la mirada de Narciso. A
partir de ahí no podrá salir nunca de ese pequeño universo. De Eco sólo podrá
escuchar su voz.
Todo universo por más pequeño que sea siempre será infinito.
Eso es una trampa estructural.
Para entender la inmovilidad de Narciso ante la imagen
acuática, ya no es necesario considerarlo bello y es por eso que el mito nos
muestra así una matriz en la que cualquier humano queda siempre atrapado. Es
reconocerse en una percepción exterior, en una duplicación de nuestra
autopercepción.
El espejo —o el estanque del mito— no es un simple
reflejo, sino un dispositivo topológico que corta un fragmento del mundo y lo
vuelve infinito.
Esa operación no depende de la belleza de Narciso ni del
contenido de la imagen: depende del corte. Cuando un fragmento del mundo se
desprende del continuo perceptivo y se organiza como unidad autosuficiente,
nace el espacio del Yo. Esa infinitud no es cuantitativa: es estructural. Un
pequeño recorte deviene absoluto porque, al cerrarse sobre sí, no ofrece
exterior: es todo para el sujeto que queda capturado allí.
El narcisismo, así entendido, no es identificarse con una
imagen; es quedar atrapado en la infinitud producida por el corte perceptivo que
aísla una figura del resto del mundo. Esto vuelve al narcisismo una estructura
anterior a cualquier contenido: no importa qué se vea, sino que algo se vea
como unidad.
En los animales, el perceptum organiza la presencia:
viven en la inmediatez del mundo, atrapados en la forma que emerge del
estímulo. Esa captura no duplica nada: es presencia pura, continuidad sensorial
sin escena.
En los humanos, en cambio, el perceptum se duplica. La
presencia no se vive directamente: se representa. La matriz narcisista
introduce una segunda faz donde el viviente se ve a sí mismo desde afuera, como
figura, como imagen, como unidad. Lo que en el animal es simple captura
perceptiva, en el humano deviene corte topológico que produce un “sí mismo”
representado.
Mientras que el animal queda dentro de la forma que
percibe; el humano queda fuera de sí al verse como forma.

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