Bitter Moon (1992) es una de las más importantes producciones del director polaco Roman Polanski. Allí Oscar (Peter Coyote) forma pareja con la hermosa Mimi (Emmanuelle Seigner).
La relación de ser increíblemente maravillosa, con el tiempo, se fue convirtiendo en algo sumamente tortuoso, sin dejar de mantenerse una ligazón extremadamente fuerte. Tanto que ninguno de los dos podía prescindir del otro. En un momento Oscar dice: “Me sentía como rata en una trampa. Fuera, la gente se divertía, bailaba, hacía el amor. París palpitaba con sus ritmos frenéticos”. Habla en verdad como si a pesar de la extenuante relación estuviera completamente en soledad y sin posibilidad de nada. La frase muy bien la podría decir un impotente prisionero. Lo interesante es que logra decir algo que sucede corrientemente y nadie se anima a verbalizar tan fácilmente. Decían Sabina y Páez “Dormir contigo es estar solo dos veces, es la soledad al cuadrado…”
Además de ser una libreta en la que uno guarda diferentes ideas, este blog sirve como archivo de las diferentes notas publicadas en diversos medios gráficos y digitales.
2016/12/15
2016/11/26
El lugar de la política
El planteamiento de una alternativa popular hoy no resultaría
eficaz sin la repolitización de las grandes mayorías. Todo indicaría que los
procesos políticos por arriba tocaron su fin.
Por Osvaldo Drozd*
(para La Tecl@ Eñe)
Hoy en la Argentina la cuestión política se problematiza.
Convengamos que enunciar el significante “política” puede abrirse a diversas
significaciones. La más extendida en el sentido común es la que se acerca al
escepticismo y la apatía. Viene a ser la contracara de lo que los grandes
medios de comunicación muestran como lo político. El bombardeo sobre la
corrupción aleja a los sectores populares del interés por participar, los
sumerge como espectadores pasivos de algo muy lejano a sus propias realidades.
El macrismo no se propone acumular fuerzas. A pesar del manejo del aparato
estatal no se percibe un crecimiento de fuerza propia considerable. Pareciera
que dicha falencia intentara suplirla con el crecimiento de la despolitización
e incluso con la propaganda negativa sobre el activismo y la militancia.
Los actos presidenciales no son más que puestas en escena en donde
no existen seguidores partidarios. Se lee en los comentarios de los medios
digitales que los supuestos adherentes al macrismo no van a los actos porque
tienen que trabajar, no como “los vagos que van por el chori y el tetra” y
porque les ponen micros.
Convengamos que la cultura militante hoy no está tan extendida y
que el ciudadano de a pie conoce poco sobre ello y que por ende cree en el argumento
que esbozan los propagandistas oficiales. Es la explicación más fácil. Esto
genera un cierto aislamiento de los diferentes actores populares. Por otra
parte la escena de la política institucional hoy se encuentra completamente
escindida de la cotidianeidad popular. La representación se volvió sustituismo
y gran parte de los representados en indiferentes. Sin que se produzca una
repolitización de las masas populares resulta poco probable la posibilidad de
una sociedad más justa. Hoy la construcción de una alternativa supone
incorporar las diferentes demandas sociales a partir de sus mismos interesados.
Lo que hoy ya no es posible es una revolución desde arriba. Tocó su techo e
incluso hizo crisis.
En una muy apreciable obra llamada De eso
no se habla. Organización y lucha en el lugar de trabajo (2002), el Taller de Estudios
Laborales (TEL) sostenía que el sindicalismo argentino está estructurado
principalmente en la lucha y la negociación salarial, descuidando las
reivindicaciones propias del puesto de trabajo, expresando que es justamente
ahí donde el sindicato no llega. “El lugar de trabajo sigue siendo la primera
línea de choque y la última de resistencia. Allí nace la necesidad de luchar y
se moldea en buena parte la identidad de clase. En ese conflicto, a veces
larvado y otras abierto, que se libra todos los días en el lugar de trabajo, se
templa y reconstruye el poder de los trabajadores”. El modelo esbozado por el
TEL permite diseñar políticas de base en otros ámbitos que no son los estrictamente
laborales. De igual manera se podría plantear que hay lugares de lo social a
los que la política no llega. Que el sindicato, el partido o el movimiento no
lleguen a determinados lugares, implica que esos lugares quedan vacíos y si
esas instancias no llegan significa también que en ese punto no existen fuerzas
orgánicas. Porque los diferentes sectores se organizan en relación a sus
propias problemáticas. Repolitizar a las masas populares implica abordar todos
los problemas que aquejan a dichos sectores desarrollando organización en la
base y que la misma se convierta en un interlocutor válido que ocupe el lugar
que hoy tiene la desprotección y la orfandad. El problema del transporte
público, de los servicios, de la seguridad, de la vivienda, de la basura, del
espacio público e incluso de la gestión del trabajo y la cultura debieran ser
razón suficiente para el encuentro y la organización social. No es posible
revertir la relación de fuerza adversa sin esa construcción, y cualquier
organización política identificada con los trabajadores y el pueblo que se
desentienda de esas labores está condenada al fracaso.
Berisso- 23 de noviembre de 2016
*Periodista
2016/11/14
La crisis de la teoría
Marx no desarrolló su teoría revolucionaria ocupándose nada
más que de sus propias ocurrencias. De forma bastante interesante Lenin en su
texto Carlos Marx (1914) afirmaba que la gran labor del genio de Tréveris fue dar
una lucha teórica visceral contra todas las tendencias socialistas no
científicas, no proletarias. Una lucha que se producía en el seno del
movimiento obrero de la 1ra Internacional y que por ende concernía a una razón
bien práctica y política, la conducción del movimiento. La crítica supone una
lucha despiadada de ideas que tienden a deconstruir la posición del otro, pero
nunca produciendo la descalificación arbitraria. Es necesario argumentar. Lo
que hoy llamamos democracia está bastante lejano a eso, se parece más a los
artilugios de los viejos sofistas y a ganar a partir de cualquier vil estratagema.
Por eso la crisis de la teoría.
2016/11/07
Inseguridad y fragmentación del pueblo. La fractura social
El
desarrollo de diferentes modalidades delictivas hoy va constituyendo un pequeño
modo de producción que permanentemente rompe lazos sociales y solidaridades,
afectando principalmente a los sectores populares.
Por Osvaldo Drozd*
(para La Tecl@ Eñe)
En una
nota publicada con anterioridad en La Tecl@ Eñe quien escribe reseñaba de qué
forma la inseguridad se fue transformando en uno de los flancos débiles de los
gobiernos kirchneristas (2003- 2015). No tanto por no poder impedirla de manera
eficaz, sino principalmente por minimizarla y permitir que los grandes medios
corporativos se la endilguen permanentemente y las diversas expresiones de la
oposición política se permitieran aparecer como los paladines de cómo
resolverla. Los que más conocen sobre el tema siempre supieron que los planteos
de las derechas lejos de poder dar atisbos de resolución a esta problemática
son por lo contrario capaces de naturalizarla a pesar de la demagogia punitiva.
El gobierno de Mauricio Macri en casi un año de gestión lejos de haber
propuesto soluciones, hizo que el problema se agrande aunque ya los medios no
responsabilicen directamente a la gestión. Hoy la inseguridad es mayor pero el
problema es de los delincuentes parecieran decir los diferentes medios.
Pareciera
que para la agenda del progresismo o de las izquierdas hablar sobre la
inseguridad es incurrir en un pecado capital. La inseguridad es culpa de la
pobreza y condenarla es estigmatizar a los que menos tienen se escucha decir.
Eso lleva a pensar que las bandas delictivas son el producto espontáneo del
surgimiento de la pobreza. Lo que se piensa habitualmente es que los pibes de
las villas se juntan en una esquina para drogarse y luego salen a robar. Se
cree así que el delito es producto de una espontaneidad perversa que hoy habita
nuestra sociedad, mientras que nadie es capaz de advertir que para el
desarrollo de la criminalidad debe existir organización, y que en ésta están
implicados muchos que nada tienen que ver ni con la pobreza ni con la villa. En
todo caso son actores que usufructúan e instrumentalizan a sectores juveniles
vulnerables.
El
problema de la seguridad en verdad atañe a una realidad social, a una
configuración del tejido social sobre la cual es posible llevar adelante desde
arriba políticas de ajuste o por el contrario se constituye en un obstáculo
para profundizar políticas inclusivas.
El
desarrollo de diferentes modalidades delictivas hoy va constituyendo un pequeño
modo de producción que permanentemente rompe lazos sociales y solidaridades, afectando
principalmente a los sectores populares. En muy raras ocasiones el delito
afecta a los miembros de las clases más poderosas, y no pocas veces -cuando eso
sucede- se trata de ajustes de cuenta o mensajes mafiosos.
Allá
por los últimos años de la década del ’90, cuando comenzaron a conformarse los
diferentes movimientos de desocupados, un experimentado militante territorial
de Ensenada le explicaba a quien escribe que, no pocas veces cuando había
interesados en que los trabajos barriales se rompan, lo que hacían era
introducir droga. Eso era un elemento que atomizaba cualquier iniciativa
social, un potente desmovilizador. A su vez comentaba que en los barrios en los
que había mucha pobreza desde el mismo activismo intentaban controlar y
neutralizar a los delincuentes conocidos, porque eso jugaba en contra de la
militancia y del laburo barrial. Tampoco descartaban hacer reuniones con todos
los vecinos en la sociedad de fomento e invitar al comisario para advertirle
que no estaban dispuestos a permitir una zona liberada. La tarea de un
movimiento social en una barriada también es cuidar los intereses del
almacenero, de los pequeños comerciantes y de todos aquellos que trabajando
mejoran sus pertenencias familiares. Suponer que en un barrio precario la mayoría
se droga, roba o se prostituye es la visión que nos quieren imponer desde las
principales usinas del Establishment. Por eso el trabajo sistemático que
hicieron las organizaciones piqueteras en el territorio es algo que no debe
dejar de resaltarse, y principalmente porque lo hicieron a partir de un
sedimento socio cultural ya existente. La existencia de redes delictivas en un
territorio determinado flaco favor le hace a los movimientos sociales, le
entorpecen su actividad e incluso sirven de excusa para estigmatizarlos y
reprimirlos.
Existe
hoy una caracterización muy precaria de las clases sociales existentes que
dificulta ostensiblemente el diagnóstico y por ende la labor política
misma. Se habla demasiado de la “clase media” haciendo de ella un componente
negativo y retrógrado que obstaculiza la labor militante y por otro lado se la
enfrenta a los sectores más empobrecidos de la sociedad. La problemática de la
seguridad pareciera girar imaginariamente en relación a esa contradicción. Los
sectores integrantes de la denominada clase media no dejan de ser en su gran
mayoría sectores populares proclives de ser ganados para el cambio social. Los
trabajadores que tienen un empleo en blanco y gozan de un sindicato, los
profesionales -muchos de ellos proletarizados-, y todo lo que otrora se
denominaba pequeño burguesía son la clase media. Obviamente que en ella hay
sectores reaccionarios de igual modo que entre los más pobres hay sectores
lumpenizados. El gobierno de Cambiemos si bien se puede apoyar en esos sectores,
su componente de clase es bien definida: son esos sectores tradicionales del
poder terrateniente y financiero, los socios civiles de la dictadura. Construir
un bloque de fuerzas que se plantee una alternativa de liberación nacional y
social implica unir a la mayoría de los sectores populares para enfrentar a esa
fracción dominante socia del Imperio.
La
Inseguridad es un elemento que poco aporta a la unidad popular, la fractura, la
corroe. Enfrenta a sectores populares entre sí, genera desconfianzas muy
marcadas, prejuicios biopolíticos y rompe todas las cadenas de solidaridad.
Invita a encerrarse en el propio hogar y alejarse de cualquier actividad
colectiva. En términos maoístas la inseguridad exacerba las contradicciones en
el seno del pueblo. En tal sentido la existencia de ese pequeño modo de
producción delictivo amenaza la existencia de las organizaciones sociales y
políticas y por ende favorece a los que ostentan el poder. Obviamente que no es
sólo un problema argentino, es parte integrante de un capitalismo en
descomposición que decidió acumular riquezas más allá de la plusvalía. Las
fracciones más ricas y poderosas del planeta hoy no viven solamente de la
explotación de los obreros, además acumulan con las economías sumergidas
(trata, narcotráfico, esclavización, etc.) desarrollan guerras, promueven
violencia, saquean riquezas naturales entre muchas otras acciones. El
desarrollo del crimen organizado no puede ser ajeno a esa marea rapaz, es
completamente compatible y funcional.
Hoy una
alternativa progresista o de izquierda debe plantear seriamente el problema de
la inseguridad. Porque es un tema sentido por gran parte de la población y que
puede convertirse en un campo propicio para la lucha ideológica de los sectores
populares contra el sentido común imperante. La existencia de inseguridad le
permite a los sectores dominantes tener mucho más controlado el escenario
social y cualquier atisbo de conflictividad. No resulta novedoso ver la
eficacia de las fuerzas de seguridad en la lucha antidisturbios y la ineficacia
para combatir el delito. Siempre se dirá que ganan poco que no están bien
equipados pero dando palos a los manifestantes o disparando balas de goma eso
no se percibe.
Por
otra parte hay que señalar que desde hace algunos años se viene produciendo en
diferentes partes del mundo, una radicalización creciente de sectores medios de
la sociedad hacia posturas fascistas. Si bien el epicentro de este fenómeno se
da en Europa y los Estados Unidos como reacción a la llegada de inmigrantes,
esto no es ajeno a lo que mayoritariamente piensa gran porcentaje de los
sectores medios argentinos con respecto a la llegada de bolivianos, paraguayos
y otros pueblos suramericanos. Espontáneamente se piensa que vienen a robar o a
traficar drogas, cuando se puede comprobar fehacientemente que vienen a
trabajar de forma mucho más dura que nosotros mismos. En diciembre de 2010
cuando la toma del Parque Indoamericano el por entonces jefe de gobierno
porteño Mauricio Macri dijo por todos los medios que la violencia era a causa
de la “Inmigración descontrolada”. Ese sedimento ideológico está muy presente
en las capas medias al igual que un cierto racismo con respecto a los
habitantes de los barrios precarios. La frase del ministro de Educación Esteban
Bullrich “Esta es la nueva Campaña del Desierto, pero sin espadas con
educación” resultó bastante sugestiva. ¿Quiénes son los indios a conquistar? es
la pregunta que uno se tendría que hacer.
La
inseguridad como pequeño modo de producir corroe el tejido social y lo
predetermina para que se lleven adelante políticas de ajuste. Sobre esa base
objetiva intentar establecer políticas inclusivas o progresistas tiene un
límite determinado, es el que no permite unificar al conjunto de los sectores
populares para enfrentar a su verdadero enemigo. “Piquetes y cacerolas…”
representó un momento muy especial, ya demasiado lejano. Lo que hay que
entender es que el surgimiento del odio al diferente es producido por la
suposición de que ese otro representa una amenaza. Ese odio se produce en una
muy marcada escisión subjetiva. El que piensa que los bolivianos son
narcotraficantes y que debieran ser deportados a su país, también va a la
verdulería y se complace en ser atendido por comerciantes que lo tratan mejor
que sus propios connacionales.
Unir a
los diferentes sectores populares no es tarea fácil, mucho menos hoy, pero de
ello depende que el futuro no sea de barbarie. Que lo sea indudablemente no es
un problema para las clases poderosas. El sistema hoy no combate a la
violencia, la regula para sus propios fines.
Berisso-
1 de noviembre de 2016
*Periodista
2016/11/06
Caminito
El ruido áspero y grave llegaba desde alguna parte. No podía catalogarse como una cadencia musical, aunque por momentos pareciera pronunciarse como una melodía trastornada.
Aunque pudiera asemejarse, no era el gemido de una vaca intentando cantar. Hacía rato que no había animales rumiantes por la zona. La urbanización estaba en marcha, aunque quedaran aún, muchos lotes vacíos. Muchos ya estaban alambrados y tenían algún galponcito en el fondo, en el que el propietario guardaba bajo candado alguna pala y alguna guadaña para bajar los pastizales cuando se volvían tupidos.
En algunos casos, una montaña de cantos rodados indicaba que algún caminito estaba en construcción, para permitir transitar el terreno fangoso después de intensas lluvias.
Cerca de Navidad
Era principios de noviembre. Yo tendría unos seis o siete años. Trajeron al chivito y le daban leche con una mamadera. Me había encariñado con ese animal.
Faltaban pocos días para las fiestas. Algunos ya hacían sonar la pirotecnia acumulada para el 24 a la madrugada.
Cuando vi al chivo colgado con un gancho y sin el cuero, me puse a llorar.
2016/11/04
Año 1939.
Año 1939.
Esa noche no había nada que festejar, pero Josef abrió esa botella de vodka que tenía guardada desde hacía más o menos un año. Cuando un barco finlandés había llegado al puerto de La Plata para cargar conservas de carne, él les cambió tabaco negro del Chaco a los marineros nórdicos por bebida blanca. En un bar de la Nueva York, tras salir del frigorífico Josef se fue a tomar unos tragos y ahí conoció a Risto, marinero finlandés con el que se pusieron a hablar en ruso, mientras tomaban caña quemada. Risto le prometió una botella de vodka ruso comprado en Primorsk si Josef le conseguía tabaco. Al otro día cerraron el trato. Desde que había llegado a la Argentina por segunda vez – hacía ya unos veinticinco años- Josef no bebía vodka de su patria.
Ese día abrió la botella porque lo habían despedido del frigorífico. Tal vez pensaba que emborrachándose con un alcohol conocido podría redimirse de sus penas.
Esa noche no había nada que festejar, pero Josef abrió esa botella de vodka que tenía guardada desde hacía más o menos un año. Cuando un barco finlandés había llegado al puerto de La Plata para cargar conservas de carne, él les cambió tabaco negro del Chaco a los marineros nórdicos por bebida blanca. En un bar de la Nueva York, tras salir del frigorífico Josef se fue a tomar unos tragos y ahí conoció a Risto, marinero finlandés con el que se pusieron a hablar en ruso, mientras tomaban caña quemada. Risto le prometió una botella de vodka ruso comprado en Primorsk si Josef le conseguía tabaco. Al otro día cerraron el trato. Desde que había llegado a la Argentina por segunda vez – hacía ya unos veinticinco años- Josef no bebía vodka de su patria.
Ese día abrió la botella porque lo habían despedido del frigorífico. Tal vez pensaba que emborrachándose con un alcohol conocido podría redimirse de sus penas.
2016/10/21
La originalidad argentina
En la sociedad argentina existe
un componente propio de las clases populares que no es de fácil asimilación por
parte de los diferentes gobiernos. El macrismo gobierna desconociéndolo o como
si ya lo hubiera extirpado.
Por Osvaldo Drozd*
(para La Tecl@ Eñe)
En
la Argentina cualquier gobierno se enfrentará indefectiblemente a lo que se
podría denominar la originalidad local. Un cierto núcleo irreductible, una
realidad rebelde que no resulta de fácil abordaje. Aunque la misma no fuera
completamente identificada o caracterizada con rigurosidad científica, hubo
gobiernos que intentaron subsanarla y otros que la quisieron erradicar de
cuajo. En eso no cupieron medias tintas ya que los que la abordaron tibiamente
fracasaron rotundamente. Hasta ahora todo indica que no está resuelta y que
tiene un final abierto. Cualquier estrategia orgánica de poder no puede
descuidarla y debe plantear una resolución efectiva ya sea para un lado o para
el otro.
Si
bien este núcleo irreductible es parte constitutiva de la estructura, también
es histórico por lo que está sujeto a transformaciones y corresponde a un
período determinado. Es el resultado de la constitución específica de
determinas clases y fracciones de clases sociales que a partir de la década del
30 fueron conformando específicos campos de interés y rediseñando la sociedad
argentina. Las clases sociales como soportes concretos de la estructura
económica cuentan además con una tradición, con una cultura, con una manera
peculiar y particular de abordar sus propios problemas emanados de su lugar
específico en la formación social. En ese entramado complejo (cultural, social,
económico, político) se desarrolla esa originalidad que posee ciertas
propiedades cualitativas que permanecen a pesar de las modificaciones
cuantitativas propias del paso del tiempo.
En
la Argentina el fenómeno masivo de la inmigración europea a principios del
siglo pasado creó un sedimento cultural en las clases populares que se
integraría con la cultura autóctona y sería decisivo en la conformación de una
clase trabajadora con alta tradición de lucha y organización. Por su parte, la
burguesía nativa nunca pudo colocarse más que en un lugar subordinado con
respecto tanto a la oligarquía terrateniente como al imperialismo de turno. Esto
creó disimetrías muy marcadas en relación a las contradicciones de clase
propias a la estructura nacional, lo que para cierto dogmatismo marxista
siempre resultó un obstáculo, un objeto opaco que no le permitió trazar líneas
de acción apropiadas y mucho menos entender la emergencia de un emblemático
movimiento como el peronismo.
En
la década del ‘30 se produjo en la Argentina un incipiente pero intenso proceso
de industrialización por sustitución de importaciones, o tal como lo
denominaron Murmis y Portantiero, una “industrialización sin revolución
industrial” (1). Un proceso en el que el rol de la incipiente burguesía no era
incompatible con el predominio económico de la oligarquía terrateniente pero
que sí generaba un novedoso proletariado que podía esbozar en sus reclamos los
basamentos para una nueva Argentina. Si la burguesía podía conciliar con los
terratenientes, la incipiente clase obrera cuestionaba objetivamente su
existencia. El surgimiento de nuevas fuerzas productivas contrastaría con la estructura
agroexportadora y dependiente de la formación social argentina.
La
nueva clase obrera culturalmente representaba una interesante confluencia.
Integraba las mejores tradiciones de los inmigrantes europeos en relación a
vetas sindicales clasistas traídas del viejo continente en su acerbo cultural,
con la irrupción de grandes contingentes de población semiagraria autóctona que
emigraban del campo a la ciudad y se proletarizaban rápidamente. Ambos sectores
intentaban huir de la pobreza y la injusticia tanto de la Europa sumida en
guerras como del campo regido por terratenientes retrógrados. Esta fusión sería
la base principal de la fuerza sindical que confluiría con un sector
nacionalista del Ejército proclive a impulsar un desarrollo autónomo del país.
Si bien la fuerza obrera se iría a conformar durante la década del 30, sus
orígenes míticos provenían de mucho antes. De figuras como Simón Radowitzky, de
legendarias organizaciones como la FORA y de luchas como la Semana Trágica
y la Patagonia Rebelde. Todas esas tradiciones eran parte del acerbo cultural
del sindicalismo que iría a cobrar fuerza en la Década Infame. Hasta fines de
esa década los sindicalistas comunistas contarían con cierto prestigio. Fueron
quienes condujeron las heroicas luchas de los obreros de la Construcción en el
36, pero fueron perdiendo peso en el movimiento sindical, mientras que
dirigentes de tendencias sindicalistas y anarquistas tomaron mayor
protagonismo para constituirse en la base principal del movimiento que confluiría en la gran
movilización del 17 de Octubre, y que conformó posteriormente
el Partido Laborista que llevó a Juan Domingo Perón al gobierno en las
elecciones de 1946. En ese tiempo, con la excepción de los sindicatos
comunistas y algunos pocos socialistas, todo el movimiento obrero argentino fue
artífice de la nueva fuerza política emergente.
En
la década del 40 se constituyó en el país el más grande y poderoso movimiento
sindical de Latinoamérica. Una fuerza incomparable que sería la base principal
de sustentación del peronismo. Tenía razón el sociólogo Julio Godio cuando
sostenía que el peronismo no tenía nada de populista porque en verdad era un
movimiento nacionalista y laborista, en el cual se producía la confluencia de
un grupo de militares con la clase obrera. El peronismo en el gobierno
generaría con sus reformas, un plafón de derechos que los trabajadores ya
no se resignarían a perder incluso hasta cuando el depuesto Perón partiera
hacia el exilio. La resistencia peronista, tras el golpe del 55 y la emergencia
en los 60 de numerosas organizaciones revolucionarias tanto de la izquierda
como del peronismo, daban acabadas muestras de que cuando algo se pone en pie
ya es muy difícil detenerlo. Desde el Cordobazo del 69 al Viborazo del 71 se produjeron
incontables puebladas que hicieron inviable al gobierno militar de entonces, e
hicieron que las clases dominantes tuvieran la necesidad de frenar esa oleada
permitiendo el regreso del General Perón al país. La avanzada revolucionaria de
los 70 representó tal vez el escalón más alto en cuanto a la intención de cómo
resolver la originalidad argentina a favor de los sectores populares. Su
principal antecedente habían sido los primeros dos gobiernos peronistas.
La
dictadura cívico militar (1976-83) con el exterminio masivo de activistas, y el
menemismo (1989-99) con la desarticulación del aparato estatal y la extensión
desmesurada del desempleo a partir de la destrucción masiva de puestos de
trabajo, representaron los dos momentos más profundos de cómo resolver la
originalidad a favor de los sectores dominantes. Eliminar a la vanguardia
política de los sectores populares e intentar diezmar a la clase trabajadora
como actor económico produciendo grandes índices de marginalidad, son dos
momentos diferentes pero solidarios entre sí. A pesar de ello, de los
desparecidos y de los despedidos no pudieron lograrlo. Había un núcleo
irreductible al que no se podía extirpar tan fácilmente.
Promediando
el segundo quinquenio de los noventa surgió en la Argentina un movimiento de
trabajadores desocupados que llamó la atención en todo el activismo mundial, el
movimiento piquetero. No se puede entender al mismo sin saber que la larga
tradición obrera argentina de lucha y organización se había trasladado al
territorio donde vivían los desempleados. Militantes sociales de diferentes
países vinieron al país a aprender del movimiento piquetero para llevarlo como
un modelo a seguir en sus propios países en los que la desocupación también
había sido grande, pero en donde los trabajadores en similar condición no
tenían una iniciativa propia similar. Este hecho no es muy tenido en cuenta, e
inclusive no hay trabajos sistemáticos que hablen de ello, salvo numerosos
artículos de publicaciones alternativas o la propia voz de los protagonistas de
entonces.
Posteriormente
surgiría otro movimiento también autóctono, el de las empresas recuperadas. Los
trabajadores de pequeñas fábricas -que sus patrones hacían quebrar-, haciéndose
cargo de las mismas demostraban la viabilidad de unidades productivas que para el
burgués argentino resultaban imposibles.
Diciembre
de 2001 puso sobre la mesa el hecho de que la originalidad argentina seguía sin
resolverse. Sin 2001 el kirchnerismo como proyecto hubiera sido impensable.
Resultaba así una respuesta política a esa implosión. Inclusive se podría decir
que los diferentes gobiernos K agrandaron el abanico de demandas populares sin
poder darle una resolución estructural, aunque mejoraron considerablemente
ciertos daños estructurales ocasionados por las políticas neoliberales, sin
poder en muchos de los casos hacer que esos reajustes se tornen irreversibles.
Cuando desde un gobierno de tinte progresista se visualizan ciertas
dificultades para hacer avanzar sus reformas, ya sea por la gran oposición
corporativa o por la inercia de restos estructurales provenientes de coyunturas
anteriores lo que no se debiera descuidar es la base social que podría ser
factor determinante en un proceso de cambio, los sindicatos y los movimientos
sociales ya que en ellos habita esa originalidad señalada anteriormente.
El
gobierno de Mauricio Macri lleva adelante su gestión como si desconociera ese
núcleo irreductible, o en todo caso, actúa como si ya lo hubiera extirpado. Lo
cierto es que mientras no aparezcan en acción organizaciones sociales,
sindicales y políticas que demuestren que la originalidad sigue viva, el
Establishment irá ganando tiempo y terreno porque esa originalidad sólo es
factible constatarla cuando es orgánica y colectiva. Tampoco es eterna.
También
hay que tener en cuenta que si los principales golpes a la originalidad fueron
los propiciados por la dictadura y el menemismo, habría que ver si las
respuestas posteriores de los sectores populares no fueron más que los últimos
reflejos de algo que está muriendo. Esa respuesta la tiene que dar la
iniciativa popular.
Berisso-
17 de Octubre de 2016
*Periodista
Nota
bibliográfica:
-
Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero- Estudios sobre los Orígenes del peronismo.
1971
2016/10/18
Futurismo posapocalíptico
Los escenarios de futurismo posapocalíptico no muestran la
destrucción de la humanidad ni del planeta, pueden mostrar ciertas catástrofes
ecológicas o ciudades destruidas, pero en lo que más se insiste es en la
destrucción de la sociedad. Un futuro
distópico ya no representa una sociedad totalitaria o injusta, sino la ruptura de
lo social mismo. Hordas humanas enfrentadas y alguna de ellas con el poder de
esclavizar a las restantes. Ese es el sueño capitalista. Desentenderse de la
razón estatal y ocuparse nada más que de su propia acumulación de riquezas a
como fuere. La acumulación originaria en permanencia en una extensión desmedida
del belicismo.
2016/10/15
La venganza en lo social
En las actuales sociedades la venganza está prohibida, es antidemocrática. Sólo las fuerzas de seguridad y la Justicia pueden resarcir a las víctimas. A eso se le llama hacer Justicia. Pero la venganza opera en la sociedad de forma permanente. Sólo basta mirar cualquier film del estilo thriller, policial, gore e incluso ciencia ficción para ver que la matriz principal de cualquier trama es la realización de la venganza. Un film alcanza su clímax cuando es capaz de construir al malo. A ese personaje o suma de personajes que por sus actos realizados, cualquier espectador ya desea que caiga en la más profunda desdicha. Que muera y que sufra produciendo así la venganza de quien lo había padecido. Esto en el cine es frecuente mientras que en la realidad no está permitido. En lo social un conflicto debe ser resuelto por una instancia tercera, para que el contrato no se rompa. Pero cuando se asiste a una paulatina desintegración del tejido social y se percibe la ineficacia o ausencia estatal se hace presente la venganza como alternativa. Todos los hechos de justicia por mano propia tienen que ver con eso. Para el sistema eso no resulta un problema es integrable, forma parte de diversas pequeñas tácticas que conducen hacia una permanente destrucción del contrato social. El sistema actual tiene que demostrarles a los ciudadanos que, deben ir abandonando la idea de que una instancia tercera tiene la obligación de protegerlos, pero tampoco pueden hacerlo de forma muy transparente, ya que lo que el sistema no podría soportar es que se produzca la irrupción de colectivos sociales que busquen justicia por mano propia. Lo que en las revoluciones fue denominado justicia popular. Lo que es integrable es lo que no excede lo individual. Planteado así la venganza es una prohibición que la vuelve deseable.
2016/10/10
Una aproximación metodológica
En la actualidad, la confección de plataformas teóricas que
le sirvan a los sectores populares para profundizar sus luchas enfrenta una
diversidad de problemas que, si no son constatados en la práctica política
cotidiana, corren el riesgo de ser elementos atomizadores y en muchos casos
sólo servir como rellenos ornamentales para prácticas que en los hechos van por
otros carriles. Qué deban ser verificadas en la práctica no exime que desde el
terreno formal abstracto no haya que plantear ciertas objeciones de tipo
epistemológico y propio de aquello que se ordena con relativa autonomía en
relación a la acción concreta.
Hoy a diferencia de cuando el marxismo era la principal
herramienta teórica para confrontar con la práctica, existe una proliferación
de discursos y saberes que provienen de experiencias ajenas a la lucha popular.
Es bueno que eso suceda y que permita romper con el doctrinarismo dogmático,
pero también se debiera saber que la introducción de objetos teóricos
correspondientes a otros saberes hace alusión a una realidad diferente. La
utilización de conceptos propios del psicoanálisis, la lingüística, la
semiótica o la física cuántica por ejemplo, sirven para modelar una experiencia
ajena; y solamente tras un proceso prolongado de práctica teórica pueden
convertirse en conceptos propios de la lucha popular. Bien vale subrayar al
respecto que el discurso teórico no se confunde con el político. El marxismo es
una herramienta científica que permite dar cuenta de la formación social, pero
sólo a partir de un forzamiento se convirtió en ideología política.
Hoy se utilizan ciertas variantes del marxismo para
enfrentar a otras sin contar que esas diferencias parten de un acuerdo previo.
De éste último ya no se habla. En esos casos en lugar de trazar o esbozar los
principales elementos conceptuales, se hace de ciertas caracterizaciones un
fetiche en sí mismo que entra en competencia con otros. Lo que Gramsci denominó
Revolución pasiva no es conceptualmente hablando algo diferente de lo que Lenin
planteo para la Revolución de Octubre ni tampoco de lo que Mao esbozó como
guerra popular prolongada. Como señalara
muy bien Ben Brewster de lo que se trata en las 3 concepciones es el problema
del poder dual y no el método en sí mismo. Si bien es posible que los
diferentes autores hayan utilizado diferentes nombres para nombrar algo similar,
en lugar de realizar las equivalencias los autores actuales privilegian las
diferencias sin siquiera esbozar la eventual ruptura entre un término y otro.
La utilización de “sentido común” sin emparentarlo con “ideología” resulta
paradigmática. Qué Gramsci utilizara ese
término no significa para nada que pueda emparentárselo con el desprecio
foucaultiano al término ideología.
También en relación a la concepción esbozada por Foucault en
relación al poder, no se puede utilizarla indiscriminadamente en cualquier lugar
donde se aluda al mismo significante. La preocupación foucaultiana nunca fue la
política y por ese motivo ni siquiera formuló
la posibilidad misma de un sujeto. Que se puedan utilizar conceptos de ese
autor en la práctica política no significa que, se pueda hacer de todo su
armazón conceptual un todo unificado que tenga el derecho de interpelar a las diferentes
prácticas en su conjunto. Qué el poder foucaultiano no se pueda tomar, no
significa que el poder tal como se lo señala en política no sea accesible. De
hecho los que plantean que el poder se ejerce o se construye también escapan a
la lógica del filósofo francés.
2016/10/06
El “No” en Colombia es además una decisión geopolítica
Las
conversaciones por la Paz en Colombia iniciadas por el presidente Santos y la
guerrilla de las Farc a finales de 2012 en La
Habana representaron siempre una muy buena noticia para la región. El
conflicto armado que data de más de 50 años siempre le fue útil al Imperio para
inmiscuirse en temas soberanos y sabotear cualquier intento
emancipatorio. Hoy ante el viraje hacia la derecha que se está produciendo
en el continente el triunfo del No colombiano le resulta a los sectores
dominantes un dato invalorable.
Por
Osvaldo Drozd
(para
La Tecl@ Eñe)
El
triunfo del No en el plebiscito realizado el domingo en Colombia acerca de la
convalidación o el rechazo de los acuerdos de Paz firmados por el gobierno de
Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC en La Habana, cuenta con diversas
aristas por las que se lo pudiera abordar analíticamente. La legitimidad de un
acto eleccionario en el que el ausentismo fue de más del 62 % de los
posibles sufragantes y que la opción ganadora lo hiciera por escaso margen, es
un punto que no debiera descuidarse. El retorno de la figura del ex presidente
Álvaro Uribe Vélez como figura emblemática de la derecha más retrógrada no sólo
en Colombia sino en toda la región, tampoco es un dato a menospreciar. Mucho
menos teniendo en cuenta el viraje hacia la derecha que se está produciendo en
el continente ya sea por triunfos electorales o por movimientos destituyentes
de gran envergadura en los que prevalecen como principales actores los grandes
medios concentrados y las corporaciones judiciales. Convengamos de antemano que
el signo político del presidente Santos no se caracteriza precisamente por ser
el del progresismo y que su alineamiento principal es en la Alianza del
Pacífico. Sin embargo, Santos siempre fue proclive a respetar la integración
regional y valorar el juego que pueden producir bloques como son la Unasur o la
Celac. A partir de asumir su primera presidencia en 2010 restableció relaciones
diplomáticas primero con Venezuela y después con Ecuador que estaban seriamente
alteradas por el gobierno de Uribe.
Un
conflicto armado de larga data
Desde
el surgimiento de la insurgencia colombiana en 1964 –principalmente como
organismos de autodefensa campesina- se puede observar un despliegue en el
tiempo y el espacio de un conflicto en permanencia que se iría complejizando al
incorporar a múltiples actores y que en diferentes coyunturas aunque intentase
resolverse siempre sería por andariveles unilaterales, mientras los restantes
bregarían por su prosecución. Con el plebiscito del pasado domingo eso queda a
las claras. Hay un sector propio del conflicto que se niega a que el mismo
acabe. Y lo más interesante de todo esto es que la prosecución o no de este
largo proceso de enfrentamientos, si bien favorece a un sector dominante del
país neogranadino, también afecta a la región en su conjunto en cuanto a su
integración y por ende una parte sumamente interesada en ello -como lo es el
Imperio- no es indiferente.
El
largo conflicto armado no sólo hizo que la guerrilla se propagara por
diferentes regiones del país, principalmente rurales, tanto de la selva como de
la montaña; sino que generó movimientos contrarios a ella como fueron las
diferentes organizaciones paramilitares. En una geografía resquebrajada estos
grupos armados se fueron combinando con diferentes carteles del narcotráfico
generando así un entramado complejo. Las organizaciones armadas de derecha
supuestamente se formaban para combatir a la guerrilla, pero en ese movimiento
se emparentaban con los narcos y además le servían a la oligarquía
terrateniente para desplazar campesinos y apropiarse de más tierras. Como
veremos Uribe es parte de ese sector de la sociedad que siempre recibió apoyo
logístico, militar y económico de los EEUU y que su principal interés objetivo
es mantener esa formación social retardataria y emparentada a la barbarie.
Santos,
Uribe y los intereses imperiales
En una
nota escrita para el portal Rebelión, el analista colombiano
Fernando Dorado sostenía que el conflicto entre Santos y Uribe responde a
diferentes intereses en tanto son parte de fracciones diferentes de las clases
dominantes colombianas. El actual presidente pertenece a la burguesía transnacionalizada
urbana, gran financiera, gran industrial y agroindustrial, que intenta mantener
su autonomía de las políticas más derechistas de la inteligencia estadounidense
planteándose la posibilidad de iniciar un nuevo camino frente al problema de
las drogas, como a su vez ser parte de “un bloque latinoamericano que les
permita utilizar las contradicciones y tensiones que se presentan en los
mercados globales”.
Dorado
señalaba en 2010 que “Uribe representa una parte del campesinado rico
antioqueño venido a más por su alianza con el narcotráfico” que desde finales
de los ’70 “se convirtieron en grandes latifundistas con un inmenso poder
territorial y económico en esa región de Colombia”, desplazando a campesinos e
indígenas. “La lucha contra la guerrilla los colocó a la cabeza de los
terratenientes de todo el país, especialmente de la Costa Caribe (Atlántica).
Así, un poder surgido a la sombra del narcotráfico organizó un ejército propio
–las Autodefensas Campesinas–, y mediante la estrategia paramilitar cooptó al
aparato estatal y puso a su servicio a las fuerzas armadas”.
En una
entrevista realizada por El País de España, el historiador
colombiano Marco Palacios expresó que “las raíces de la continuidad del
conflicto son la desigualdad básica que se expresa en el cierre social que
implica el latifundio en una sociedad que apenas empieza a urbanizarse”. Según
Palacios esto se expresa como “el fracaso de la consolidación del Estado
colombiano”. Una tarea inconclusa que el sector al cual Santos pertenece intenta
revertir mientras que el resquebrajamiento estatal le es funcional a la
oligarquía paisa a la cual Uribe pertenece. Por esto, no es casualidad que el
gobierno de Santos haya aceptado debatir el tema del “desarrollo rural” y el
problema de la tierra como primer punto en la agenda de debate con la guerrilla
iniciado a finales de 2012, y que en esa mesa –por primera vez– no estén
representados los grandes latifundistas y ganaderos colombianos.
En un
muy interesante artículo escrito por el analista brasileño José Luís Fiori que
lleva el título “EUA, América del Sur y Brasil: seis tópicos para una
discusión” publicado por el portal Amersur en septiembre de 2009, el autor
señalaba que es interesante recordar y reflexionar sobre los grandes principios
que orientaron la política externa de Estados Unidos con relación a América
Latina en la segunda mitad del siglo XX. Estos principios fueron formulados por
uno de los principales geoestrategas estadounidenses del siglo XX, el
holandés Nicholas Spykman, quien en los dos libros que escribió sobre política
externa norteamericana, America’s Strategy in World Politics, publicado en 1942 y The Geography of the Peace, publicado un año después de
su muerte, en 1944; delinearía en ellos la piedra angular del pensamiento estratégico
estadounidense de toda la segunda mitad del siglo XX y del inicio del siglo
XXI. Llama la atención según resalta Fiori, el gran espacio dedicado a la
discusión de América Latina y en particular, a la “lucha por América del Sur”.
Spykman parte de una separación radical entre la América anglosajona y la
América de los latinos. En sus palabras, “las tierras situadas al sur del Río
Grande constituyen un mundo diferente a Canadá y Estados Unidos. Y es
desafortunado que las partes de habla inglesa y latina del continente se llamen
ambas América, evocando una similitud entre ellas que de hecho no existe”, para
rápidamente proponer dividir el “mundo latino” en dos Regiones, desde el punto
de vista de la estrategia norteamericana, en el subcontinente: una primera,
“mediterránea”, que incluiría a México, América Central y el Caribe, además de
Colombia y Venezuela; y una segunda, que incluiría a toda América del Sur al
sur de Colombia y Venezuela. Hecha esta separación geopolítica, Spykman define
a “América Mediterránea como una zona en la que la supremacía de Estados Unidos
no puede ser cuestionada. En cualquier circunstancia se trata de un mar cerrado
cuyas llaves pertenecen a Estados Unidos, lo que significa que México, Colombia
y Venezuela (por ser incapaces de transformarse en grandes potencias), estarán
siempre en una posición de absoluta dependencia de Estados Unidos”. En
consecuencia, cualquier amenaza a la hegemonía americana en América Latina
vendrá del sur, en particular de Argentina, Brasil y Chile, la “Región del
ABC”. En palabras del propio Spykman: “para nuestros vecinos al sur del Río
Grande, los norteamericanos seremos siempre el “Coloso del Norte”, lo que
significa un peligro, en el mundo del poder político. Por esto, los países
situados fuera de nuestra zona inmediata de supremacía, o sea, los grandes
Estados de América del Sur (Argentina, Brasil y Chile) pueden intentar
contrabalancear nuestro poder a través de una acción común o a través del uso
de influencias externas al hemisferio”. En este caso, concluye: “una amenaza a
la hegemonía americana en esta Región del hemisferio (la Región del ABC) tendrá
que ser contestada a través de la guerra”. Lo más interesante según Fiori “es
que si estos análisis, previsiones y advertencias no hubiesen sido hechos por
Nicholas Spykman, parecerían fanfarronadas de alguno de estos populistas
latinoamericanos que inventan enemigos externos y que se multiplican como
hongos, según la idiotez conservadora”.
Si las
previsiones de Spykman aún mantienen vigencia no resulta descabellado sostener,
como lo hiciera Hugo Chávez primero y hoy Nicolás Maduro, que el ex presidente
colombiano Álvaro Uribe es el principal conspirador contra el gobierno legítimo
de Venezuela en tanto la republica bolivariana hoy esté cuestionando la
existencia de esa zona de influencia preestablecida por Spykman. El acuerdo de
paz también lo afectaría, ya que Colombia se ha convertido durante las últimas
décadas en la puerta de entrada del Imperio a la región y la propuesta de
instalación de siete bases militares en dicho país no es ajena a ese objetivo.
Pero si no existiera en Colombia ni el narcotráfico ni la guerrilla, o como a
Uribe le gusta llamarlo el “narcoterrorismo castrochavista”, no habría ninguna
razón para intervenir logística y militarmente en ese territorio.
El
proceso de Paz iniciado en Colombia a finales de 2012 por el presidente Juan
Manuel Santos respondía principalmente a una nueva configuración regional en la
que primaban la integración y la relativa autonomía. No es casual que tras el
fallecimiento del primer secretario general de la Unasur, Néstor Kirchner, el
gobierno de Colombia haya designado primero a María Emma Mejía y hoy al ex
presidente Ernesto Samper al frente del bloque regional que por otra parte fue
siempre uno de los organismos más comprometidos con el acuerdo por la paz
colombiana.
Con el
viraje hacia la derecha que se está produciendo en Suramérica y por ende
proclive a la subordinación imperial, el No colombiano se encuadra a la
perfección.
Berisso
3 de octubre de 2016
2016/09/27
La proyección geopolítica del continente. ¿Hacia dónde?
(para La Tecl@ Eñe)
Mientras el gobierno
de Cambiemos celebra las buenas relaciones con los Estados Unidos como si eso
representara un avance civilizatorio y de posibilidades de desarrollo
económico, los principales ideólogos norteamericanos como Zwigniew Brzezinski
avizoran que la superpotencia está en un momento de declive y que sólo
necesitan al patio trasero para dirimir sus principales tensiones actuales.
Con la llegada de
Mauricio Macri al gobierno argentino el pasado diciembre, y el viraje que se
comenzó a producir en la región suramericana en cuanto a los alineamientos
globales, habría que señalar que la nueva configuración emergente aún no es
demasiado clara y que tampoco le resultará demasiado fácil acomodarse a un
tablero regional en el que no existen liderazgos definidos e inamovibles. La
existencia por más de una década de expresiones mayoritariamente enroladas en
una agenda con pretensión de autonomía resulta un indicador muy claro de ello.
Porque contrariamente a lo que se tiende a pensar, los diferentes gobiernos
progresistas no expresan (o expresaron) más que la punta de un iceberg que no
alcanzó demasiado desarrollo. Obviamente hay diferencias -a veces pronunciadas-
entre las diferentes expresiones y sería muy saludable que países como Bolivia
o Ecuador pudieran profundizar lo ya realizado a pesar de enfrentar un contexto
regional hoy bastante desfavorable.
En primer lugar hay
que señalar que lo acontecido en la región a partir del amanecer del nuevo
siglo no es ni el declive ni la culminación del capitalismo. Aunque parezca una
perogrullada decirlo, conviene aclararlo. Los gobiernos progresistas venían a
desarrollar –tal como alguna vez escuchó quien escribe - la revolución
inconclusa de 200 años antes. No se trata de realizar juicios de valor acerca
de si está bien o no alterar el régimen de propiedad de los medios de
producción sino solamente señalar que lo llevado adelante en primer lugar representó
(o representa) más que una socialización de la economía un intento por romper
con la estructura dependiente para lanzar un capitalismo autónomo. Que ello
produzca mejores condiciones sociales para los sectores populares y
principalmente para los trabajadores es harina de otro costal.
La estructura del
capitalismo a nivel global tiene un patrón de desarrollo que es desigual,
combinado y a saltos por lo que existen extensas zonas del planeta empobrecidas
aunque sean ellas las principales productoras de riquezas naturales,
contrastadas con regiones altamente industrializadas. Esto significa que un
país no se desarrolla porque quiere sino por encontrarse inscripto en una muy
rigurosa e injusta división internacional del trabajo.
La posibilidad de
saltar de una matriz productiva a otra sólo es posible a partir de los momentos
críticos del mundo desarrollado. Los períodos comprendidos durante las dos
grandes guerras mundiales, por ejemplo. Pero también fueron las revoluciones
socialistas las que alteraron ese patrón de expansión desigual por lo que
naciones de escaso desarrollo industrial, como lo eran tanto Rusia como China,
pudieron romper en sus límites con un patrón universal. Vale también señalar
que estos países abandonaron después de un tiempo la construcción socialista
para desarrollar un capitalismo que, bien vale decirlo, sin las revoluciones
acontecidas hubiera sido imposible poner en pie economías como las que hoy se
exhiben en el concierto mundial.
Esta característica
les permitió a esas dos grandes potencias de Eurasia convertirse en nuevos
actores globales de relevancia, y mucho más a partir de su accionar al interior
del emergente clúster geoeconómico denominado con el acrónimo BRICS. Consideremos que esta nueva realidad
internacional no es para nada ajena al intento de los progresismos
latinoamericanos, es verdaderamente constitutiva del mismo. No tenerlo en
cuenta podría producir equívocos en el diseño de lo que viene y sobre todo en
relación a la incidencia de los EEUU en la región.
Suponer que el
denominado “Regreso al Mundo” del que habla el gobierno argentino es idéntico a
lo que en los ’90 se llamaron las “relaciones carnales”, nos llevaría a cierto
equívoco. Porque el mundo ya no es el mismo e incluso el predominio global de
los EEUU hoy no implica algo que pueda garantizarse en el tiempo; pero
fundamentalmente porque el alineamiento a la potencia del Norte hoy conlleva
mucho mayor peligro que antes. Vayamos por parte.
En los ’90, tras el
derrumbe de la Unión Soviética, Zbigniew Brzezinski afirmaba en su libro “El gran tablero
mundial: la primacía americana y sus imperativos geoestratégicos” (1997) que
los EEUU coronaban su dominancia planetaria en tanto quien controlara a Eurasia
tenía asegurado el poder global. En ese caso un dominio externo a ese
prominente y gigantesco continente. Los últimos años parecen indicar que eso no
era así y el estratega geopolítico
parece haberlo advertido. Los pergaminos con los que cuenta Brzezinski en el ámbito
de la Seguridad de los EEUU son indudables. Este politólogo nacido en Polonia
en 1928, desde 1966 formó parte del Departamento de Estado y además de ser la
principal consulta del presidente Barack Obama en tema de geostrategia, fue siempre uno de los más encarnizados
diseñadores de la expansión imperial a lo largo y ancho del planeta.
Según expresara el
analista y periodista Mike Whitney especializado en temas geopolíticos,
Brzezinski “principal arquitecto del plan de Washington para dominar el mundo
ha abandonado el esquema y ha pedido la creación de vínculos con Rusia y
China”. Esto lo afirma el analista a partir de un artículo publicado en abril
de este año por el geoestratega polaco en el periódico The American
Interest y que lleva el nombre de Toward
a Global Realignment (Rumbo al realineamiento global).
Según Brzezinski, la
irrupción económica de Rusia y China en Eurasia sumada la expansión del
terrorismo en los países musulmanes, desbarató la pretendida hegemonía
estadounidense en toda esa región. “A medida que termina su era de dominación
global, los Estados Unidos tienen que tomar la iniciativa para reajustar la
arquitectura del poder global” dice en el artículo, agregando que “Cinco hechos
básicos relativos a la redistribución del poder político emergente global y al
despertar político violento en el Oriente Medio están mostrando el inicio de un
nuevo reajuste global. El primero de estos hechos es que los Estados Unidos
continúan siendo la potencia mundial política, económica y militarmente más
poderosa. No obstante, teniendo en cuenta las mudanzas geopolíticas complejas
en los equilibrios regionales, el país ya no es más el poder imperial global”.
La cautela que
expresa hoy Brzezinski, según Whitney -y que seguramente no será acompañada por
un virtual gobierno de Hillary Clinton- responde en primer lugar a que ante la
posibilidad concreta del surgimiento de un sistema bancario alternativo como
podría ser un Banco de los BRICS, ello haría que EEUU corra el riesgo cierto de
que se pierda un sistema financiero basado exclusivamente en el dólar.
Hoy la política
internacional de los EEUU se mueve en el seno de cierto eclipsamiento de su
poderío, lo que no la hace más accesible. Al contrario la vuelve mucho más
peligrosa.
La búsqueda de
realineamientos en la región que intenta hoy el imperio norteamericano es más
bien un apuntalamiento geoestratégico militar y financiero que impida estrechar
lazos con los nuevos actores globales. También la promoción de economías
sumergidas. El golpe institucional producido en Brasil responde, sin lugar a
dudas, a esa línea de acción. Debilitar al Mercosur impidiendo que Venezuela
asuma la presidencia pro témpore es otra muestra de ello, pero principalmente
imponiendo unilateralmente en nuestros países su agenda contra el terrorismo y
el narcotráfico que no hace más que entregar el control de las fuerzas de
seguridad a su completa tutela. Para decirlo de forma simple, a los EEUU no les
importa venir a invertir en producción sino venir a insertar a la DEA dentro de
las policías y controlar la agenda de Seguridad.
Berisso, 21 de
septiembre de 2016
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