2016/10/10

Una aproximación metodológica

En la actualidad, la confección de plataformas teóricas que le sirvan a los sectores populares para profundizar sus luchas enfrenta una diversidad de problemas que, si no son constatados en la práctica política cotidiana, corren el riesgo de ser elementos atomizadores y en muchos casos sólo servir como rellenos ornamentales para prácticas que en los hechos van por otros carriles. Qué deban ser verificadas en la práctica no exime que desde el terreno formal abstracto no haya que plantear ciertas objeciones de tipo epistemológico y propio de aquello que se ordena con relativa autonomía en relación a la acción concreta.

Hoy a diferencia de cuando el marxismo era la principal herramienta teórica para confrontar con la práctica, existe una proliferación de discursos y saberes que provienen de experiencias ajenas a la lucha popular. Es bueno que eso suceda y que permita romper con el doctrinarismo dogmático, pero también se debiera saber que la introducción de objetos teóricos correspondientes a otros saberes hace alusión a una realidad diferente. La utilización de conceptos propios del psicoanálisis, la lingüística, la semiótica o la física cuántica por ejemplo, sirven para modelar una experiencia ajena; y solamente tras un proceso prolongado de práctica teórica pueden convertirse en conceptos propios de la lucha popular. Bien vale subrayar al respecto que el discurso teórico no se confunde con el político. El marxismo es una herramienta científica que permite dar cuenta de la formación social, pero sólo a partir de un forzamiento se convirtió en ideología política.

Hoy se utilizan ciertas variantes del marxismo para enfrentar a otras sin contar que esas diferencias parten de un acuerdo previo. De éste último ya no se habla. En esos casos en lugar de trazar o esbozar los principales elementos conceptuales, se hace de ciertas caracterizaciones un fetiche en sí mismo que entra en competencia con otros. Lo que Gramsci denominó Revolución pasiva no es conceptualmente hablando algo diferente de lo que Lenin planteo para la Revolución de Octubre ni tampoco de lo que Mao esbozó como guerra popular prolongada.  Como señalara muy bien Ben Brewster de lo que se trata en las 3 concepciones es el problema del poder dual y no el método en sí mismo. Si bien es posible que los diferentes autores hayan utilizado diferentes nombres para nombrar algo similar, en lugar de realizar las equivalencias los autores actuales privilegian las diferencias sin siquiera esbozar la eventual ruptura entre un término y otro. La utilización de “sentido común” sin emparentarlo con “ideología” resulta paradigmática.  Qué Gramsci utilizara ese término no significa para nada que pueda emparentárselo con el desprecio foucaultiano al término ideología.  

También en relación a la concepción esbozada por Foucault en relación al poder, no se puede utilizarla indiscriminadamente en cualquier lugar donde se aluda al mismo significante. La preocupación foucaultiana nunca fue la política y por ese motivo ni siquiera  formuló la posibilidad misma de un sujeto. Que se puedan utilizar conceptos de ese autor en la práctica política no significa que, se pueda hacer de todo su armazón conceptual un todo unificado que tenga el derecho de interpelar a las diferentes prácticas en su conjunto. Qué el poder foucaultiano no se pueda tomar, no significa que el poder tal como se lo señala en política no sea accesible. De hecho los que plantean que el poder se ejerce o se construye también escapan a la lógica del filósofo francés. 

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