En la actualidad, la confección de plataformas teóricas que
le sirvan a los sectores populares para profundizar sus luchas enfrenta una
diversidad de problemas que, si no son constatados en la práctica política
cotidiana, corren el riesgo de ser elementos atomizadores y en muchos casos
sólo servir como rellenos ornamentales para prácticas que en los hechos van por
otros carriles. Qué deban ser verificadas en la práctica no exime que desde el
terreno formal abstracto no haya que plantear ciertas objeciones de tipo
epistemológico y propio de aquello que se ordena con relativa autonomía en
relación a la acción concreta.
Hoy a diferencia de cuando el marxismo era la principal
herramienta teórica para confrontar con la práctica, existe una proliferación
de discursos y saberes que provienen de experiencias ajenas a la lucha popular.
Es bueno que eso suceda y que permita romper con el doctrinarismo dogmático,
pero también se debiera saber que la introducción de objetos teóricos
correspondientes a otros saberes hace alusión a una realidad diferente. La
utilización de conceptos propios del psicoanálisis, la lingüística, la
semiótica o la física cuántica por ejemplo, sirven para modelar una experiencia
ajena; y solamente tras un proceso prolongado de práctica teórica pueden
convertirse en conceptos propios de la lucha popular. Bien vale subrayar al
respecto que el discurso teórico no se confunde con el político. El marxismo es
una herramienta científica que permite dar cuenta de la formación social, pero
sólo a partir de un forzamiento se convirtió en ideología política.
Hoy se utilizan ciertas variantes del marxismo para
enfrentar a otras sin contar que esas diferencias parten de un acuerdo previo.
De éste último ya no se habla. En esos casos en lugar de trazar o esbozar los
principales elementos conceptuales, se hace de ciertas caracterizaciones un
fetiche en sí mismo que entra en competencia con otros. Lo que Gramsci denominó
Revolución pasiva no es conceptualmente hablando algo diferente de lo que Lenin
planteo para la Revolución de Octubre ni tampoco de lo que Mao esbozó como
guerra popular prolongada. Como señalara
muy bien Ben Brewster de lo que se trata en las 3 concepciones es el problema
del poder dual y no el método en sí mismo. Si bien es posible que los
diferentes autores hayan utilizado diferentes nombres para nombrar algo similar,
en lugar de realizar las equivalencias los autores actuales privilegian las
diferencias sin siquiera esbozar la eventual ruptura entre un término y otro.
La utilización de “sentido común” sin emparentarlo con “ideología” resulta
paradigmática. Qué Gramsci utilizara ese
término no significa para nada que pueda emparentárselo con el desprecio
foucaultiano al término ideología.
También en relación a la concepción esbozada por Foucault en
relación al poder, no se puede utilizarla indiscriminadamente en cualquier lugar
donde se aluda al mismo significante. La preocupación foucaultiana nunca fue la
política y por ese motivo ni siquiera formuló
la posibilidad misma de un sujeto. Que se puedan utilizar conceptos de ese
autor en la práctica política no significa que, se pueda hacer de todo su
armazón conceptual un todo unificado que tenga el derecho de interpelar a las diferentes
prácticas en su conjunto. Qué el poder foucaultiano no se pueda tomar, no
significa que el poder tal como se lo señala en política no sea accesible. De
hecho los que plantean que el poder se ejerce o se construye también escapan a
la lógica del filósofo francés.
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