(para La Tecl@ Eñe)
Mientras el gobierno
de Cambiemos celebra las buenas relaciones con los Estados Unidos como si eso
representara un avance civilizatorio y de posibilidades de desarrollo
económico, los principales ideólogos norteamericanos como Zwigniew Brzezinski
avizoran que la superpotencia está en un momento de declive y que sólo
necesitan al patio trasero para dirimir sus principales tensiones actuales.
Con la llegada de
Mauricio Macri al gobierno argentino el pasado diciembre, y el viraje que se
comenzó a producir en la región suramericana en cuanto a los alineamientos
globales, habría que señalar que la nueva configuración emergente aún no es
demasiado clara y que tampoco le resultará demasiado fácil acomodarse a un
tablero regional en el que no existen liderazgos definidos e inamovibles. La
existencia por más de una década de expresiones mayoritariamente enroladas en
una agenda con pretensión de autonomía resulta un indicador muy claro de ello.
Porque contrariamente a lo que se tiende a pensar, los diferentes gobiernos
progresistas no expresan (o expresaron) más que la punta de un iceberg que no
alcanzó demasiado desarrollo. Obviamente hay diferencias -a veces pronunciadas-
entre las diferentes expresiones y sería muy saludable que países como Bolivia
o Ecuador pudieran profundizar lo ya realizado a pesar de enfrentar un contexto
regional hoy bastante desfavorable.
En primer lugar hay
que señalar que lo acontecido en la región a partir del amanecer del nuevo
siglo no es ni el declive ni la culminación del capitalismo. Aunque parezca una
perogrullada decirlo, conviene aclararlo. Los gobiernos progresistas venían a
desarrollar –tal como alguna vez escuchó quien escribe - la revolución
inconclusa de 200 años antes. No se trata de realizar juicios de valor acerca
de si está bien o no alterar el régimen de propiedad de los medios de
producción sino solamente señalar que lo llevado adelante en primer lugar representó
(o representa) más que una socialización de la economía un intento por romper
con la estructura dependiente para lanzar un capitalismo autónomo. Que ello
produzca mejores condiciones sociales para los sectores populares y
principalmente para los trabajadores es harina de otro costal.
La estructura del
capitalismo a nivel global tiene un patrón de desarrollo que es desigual,
combinado y a saltos por lo que existen extensas zonas del planeta empobrecidas
aunque sean ellas las principales productoras de riquezas naturales,
contrastadas con regiones altamente industrializadas. Esto significa que un
país no se desarrolla porque quiere sino por encontrarse inscripto en una muy
rigurosa e injusta división internacional del trabajo.
La posibilidad de
saltar de una matriz productiva a otra sólo es posible a partir de los momentos
críticos del mundo desarrollado. Los períodos comprendidos durante las dos
grandes guerras mundiales, por ejemplo. Pero también fueron las revoluciones
socialistas las que alteraron ese patrón de expansión desigual por lo que
naciones de escaso desarrollo industrial, como lo eran tanto Rusia como China,
pudieron romper en sus límites con un patrón universal. Vale también señalar
que estos países abandonaron después de un tiempo la construcción socialista
para desarrollar un capitalismo que, bien vale decirlo, sin las revoluciones
acontecidas hubiera sido imposible poner en pie economías como las que hoy se
exhiben en el concierto mundial.
Esta característica
les permitió a esas dos grandes potencias de Eurasia convertirse en nuevos
actores globales de relevancia, y mucho más a partir de su accionar al interior
del emergente clúster geoeconómico denominado con el acrónimo BRICS. Consideremos que esta nueva realidad
internacional no es para nada ajena al intento de los progresismos
latinoamericanos, es verdaderamente constitutiva del mismo. No tenerlo en
cuenta podría producir equívocos en el diseño de lo que viene y sobre todo en
relación a la incidencia de los EEUU en la región.
Suponer que el
denominado “Regreso al Mundo” del que habla el gobierno argentino es idéntico a
lo que en los ’90 se llamaron las “relaciones carnales”, nos llevaría a cierto
equívoco. Porque el mundo ya no es el mismo e incluso el predominio global de
los EEUU hoy no implica algo que pueda garantizarse en el tiempo; pero
fundamentalmente porque el alineamiento a la potencia del Norte hoy conlleva
mucho mayor peligro que antes. Vayamos por parte.
En los ’90, tras el
derrumbe de la Unión Soviética, Zbigniew Brzezinski afirmaba en su libro “El gran tablero
mundial: la primacía americana y sus imperativos geoestratégicos” (1997) que
los EEUU coronaban su dominancia planetaria en tanto quien controlara a Eurasia
tenía asegurado el poder global. En ese caso un dominio externo a ese
prominente y gigantesco continente. Los últimos años parecen indicar que eso no
era así y el estratega geopolítico
parece haberlo advertido. Los pergaminos con los que cuenta Brzezinski en el ámbito
de la Seguridad de los EEUU son indudables. Este politólogo nacido en Polonia
en 1928, desde 1966 formó parte del Departamento de Estado y además de ser la
principal consulta del presidente Barack Obama en tema de geostrategia, fue siempre uno de los más encarnizados
diseñadores de la expansión imperial a lo largo y ancho del planeta.
Según expresara el
analista y periodista Mike Whitney especializado en temas geopolíticos,
Brzezinski “principal arquitecto del plan de Washington para dominar el mundo
ha abandonado el esquema y ha pedido la creación de vínculos con Rusia y
China”. Esto lo afirma el analista a partir de un artículo publicado en abril
de este año por el geoestratega polaco en el periódico The American
Interest y que lleva el nombre de Toward
a Global Realignment (Rumbo al realineamiento global).
Según Brzezinski, la
irrupción económica de Rusia y China en Eurasia sumada la expansión del
terrorismo en los países musulmanes, desbarató la pretendida hegemonía
estadounidense en toda esa región. “A medida que termina su era de dominación
global, los Estados Unidos tienen que tomar la iniciativa para reajustar la
arquitectura del poder global” dice en el artículo, agregando que “Cinco hechos
básicos relativos a la redistribución del poder político emergente global y al
despertar político violento en el Oriente Medio están mostrando el inicio de un
nuevo reajuste global. El primero de estos hechos es que los Estados Unidos
continúan siendo la potencia mundial política, económica y militarmente más
poderosa. No obstante, teniendo en cuenta las mudanzas geopolíticas complejas
en los equilibrios regionales, el país ya no es más el poder imperial global”.
La cautela que
expresa hoy Brzezinski, según Whitney -y que seguramente no será acompañada por
un virtual gobierno de Hillary Clinton- responde en primer lugar a que ante la
posibilidad concreta del surgimiento de un sistema bancario alternativo como
podría ser un Banco de los BRICS, ello haría que EEUU corra el riesgo cierto de
que se pierda un sistema financiero basado exclusivamente en el dólar.
Hoy la política
internacional de los EEUU se mueve en el seno de cierto eclipsamiento de su
poderío, lo que no la hace más accesible. Al contrario la vuelve mucho más
peligrosa.
La búsqueda de
realineamientos en la región que intenta hoy el imperio norteamericano es más
bien un apuntalamiento geoestratégico militar y financiero que impida estrechar
lazos con los nuevos actores globales. También la promoción de economías
sumergidas. El golpe institucional producido en Brasil responde, sin lugar a
dudas, a esa línea de acción. Debilitar al Mercosur impidiendo que Venezuela
asuma la presidencia pro témpore es otra muestra de ello, pero principalmente
imponiendo unilateralmente en nuestros países su agenda contra el terrorismo y
el narcotráfico que no hace más que entregar el control de las fuerzas de
seguridad a su completa tutela. Para decirlo de forma simple, a los EEUU no les
importa venir a invertir en producción sino venir a insertar a la DEA dentro de
las policías y controlar la agenda de Seguridad.
Berisso, 21 de
septiembre de 2016
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