En la sociedad argentina existe
un componente propio de las clases populares que no es de fácil asimilación por
parte de los diferentes gobiernos. El macrismo gobierna desconociéndolo o como
si ya lo hubiera extirpado.
Por Osvaldo Drozd*
(para La Tecl@ Eñe)
En
la Argentina cualquier gobierno se enfrentará indefectiblemente a lo que se
podría denominar la originalidad local. Un cierto núcleo irreductible, una
realidad rebelde que no resulta de fácil abordaje. Aunque la misma no fuera
completamente identificada o caracterizada con rigurosidad científica, hubo
gobiernos que intentaron subsanarla y otros que la quisieron erradicar de
cuajo. En eso no cupieron medias tintas ya que los que la abordaron tibiamente
fracasaron rotundamente. Hasta ahora todo indica que no está resuelta y que
tiene un final abierto. Cualquier estrategia orgánica de poder no puede
descuidarla y debe plantear una resolución efectiva ya sea para un lado o para
el otro.
Si
bien este núcleo irreductible es parte constitutiva de la estructura, también
es histórico por lo que está sujeto a transformaciones y corresponde a un
período determinado. Es el resultado de la constitución específica de
determinas clases y fracciones de clases sociales que a partir de la década del
30 fueron conformando específicos campos de interés y rediseñando la sociedad
argentina. Las clases sociales como soportes concretos de la estructura
económica cuentan además con una tradición, con una cultura, con una manera
peculiar y particular de abordar sus propios problemas emanados de su lugar
específico en la formación social. En ese entramado complejo (cultural, social,
económico, político) se desarrolla esa originalidad que posee ciertas
propiedades cualitativas que permanecen a pesar de las modificaciones
cuantitativas propias del paso del tiempo.
En
la Argentina el fenómeno masivo de la inmigración europea a principios del
siglo pasado creó un sedimento cultural en las clases populares que se
integraría con la cultura autóctona y sería decisivo en la conformación de una
clase trabajadora con alta tradición de lucha y organización. Por su parte, la
burguesía nativa nunca pudo colocarse más que en un lugar subordinado con
respecto tanto a la oligarquía terrateniente como al imperialismo de turno. Esto
creó disimetrías muy marcadas en relación a las contradicciones de clase
propias a la estructura nacional, lo que para cierto dogmatismo marxista
siempre resultó un obstáculo, un objeto opaco que no le permitió trazar líneas
de acción apropiadas y mucho menos entender la emergencia de un emblemático
movimiento como el peronismo.
En
la década del ‘30 se produjo en la Argentina un incipiente pero intenso proceso
de industrialización por sustitución de importaciones, o tal como lo
denominaron Murmis y Portantiero, una “industrialización sin revolución
industrial” (1). Un proceso en el que el rol de la incipiente burguesía no era
incompatible con el predominio económico de la oligarquía terrateniente pero
que sí generaba un novedoso proletariado que podía esbozar en sus reclamos los
basamentos para una nueva Argentina. Si la burguesía podía conciliar con los
terratenientes, la incipiente clase obrera cuestionaba objetivamente su
existencia. El surgimiento de nuevas fuerzas productivas contrastaría con la estructura
agroexportadora y dependiente de la formación social argentina.
La
nueva clase obrera culturalmente representaba una interesante confluencia.
Integraba las mejores tradiciones de los inmigrantes europeos en relación a
vetas sindicales clasistas traídas del viejo continente en su acerbo cultural,
con la irrupción de grandes contingentes de población semiagraria autóctona que
emigraban del campo a la ciudad y se proletarizaban rápidamente. Ambos sectores
intentaban huir de la pobreza y la injusticia tanto de la Europa sumida en
guerras como del campo regido por terratenientes retrógrados. Esta fusión sería
la base principal de la fuerza sindical que confluiría con un sector
nacionalista del Ejército proclive a impulsar un desarrollo autónomo del país.
Si bien la fuerza obrera se iría a conformar durante la década del 30, sus
orígenes míticos provenían de mucho antes. De figuras como Simón Radowitzky, de
legendarias organizaciones como la FORA y de luchas como la Semana Trágica
y la Patagonia Rebelde. Todas esas tradiciones eran parte del acerbo cultural
del sindicalismo que iría a cobrar fuerza en la Década Infame. Hasta fines de
esa década los sindicalistas comunistas contarían con cierto prestigio. Fueron
quienes condujeron las heroicas luchas de los obreros de la Construcción en el
36, pero fueron perdiendo peso en el movimiento sindical, mientras que
dirigentes de tendencias sindicalistas y anarquistas tomaron mayor
protagonismo para constituirse en la base principal del movimiento que confluiría en la gran
movilización del 17 de Octubre, y que conformó posteriormente
el Partido Laborista que llevó a Juan Domingo Perón al gobierno en las
elecciones de 1946. En ese tiempo, con la excepción de los sindicatos
comunistas y algunos pocos socialistas, todo el movimiento obrero argentino fue
artífice de la nueva fuerza política emergente.
En
la década del 40 se constituyó en el país el más grande y poderoso movimiento
sindical de Latinoamérica. Una fuerza incomparable que sería la base principal
de sustentación del peronismo. Tenía razón el sociólogo Julio Godio cuando
sostenía que el peronismo no tenía nada de populista porque en verdad era un
movimiento nacionalista y laborista, en el cual se producía la confluencia de
un grupo de militares con la clase obrera. El peronismo en el gobierno
generaría con sus reformas, un plafón de derechos que los trabajadores ya
no se resignarían a perder incluso hasta cuando el depuesto Perón partiera
hacia el exilio. La resistencia peronista, tras el golpe del 55 y la emergencia
en los 60 de numerosas organizaciones revolucionarias tanto de la izquierda
como del peronismo, daban acabadas muestras de que cuando algo se pone en pie
ya es muy difícil detenerlo. Desde el Cordobazo del 69 al Viborazo del 71 se produjeron
incontables puebladas que hicieron inviable al gobierno militar de entonces, e
hicieron que las clases dominantes tuvieran la necesidad de frenar esa oleada
permitiendo el regreso del General Perón al país. La avanzada revolucionaria de
los 70 representó tal vez el escalón más alto en cuanto a la intención de cómo
resolver la originalidad argentina a favor de los sectores populares. Su
principal antecedente habían sido los primeros dos gobiernos peronistas.
La
dictadura cívico militar (1976-83) con el exterminio masivo de activistas, y el
menemismo (1989-99) con la desarticulación del aparato estatal y la extensión
desmesurada del desempleo a partir de la destrucción masiva de puestos de
trabajo, representaron los dos momentos más profundos de cómo resolver la
originalidad a favor de los sectores dominantes. Eliminar a la vanguardia
política de los sectores populares e intentar diezmar a la clase trabajadora
como actor económico produciendo grandes índices de marginalidad, son dos
momentos diferentes pero solidarios entre sí. A pesar de ello, de los
desparecidos y de los despedidos no pudieron lograrlo. Había un núcleo
irreductible al que no se podía extirpar tan fácilmente.
Promediando
el segundo quinquenio de los noventa surgió en la Argentina un movimiento de
trabajadores desocupados que llamó la atención en todo el activismo mundial, el
movimiento piquetero. No se puede entender al mismo sin saber que la larga
tradición obrera argentina de lucha y organización se había trasladado al
territorio donde vivían los desempleados. Militantes sociales de diferentes
países vinieron al país a aprender del movimiento piquetero para llevarlo como
un modelo a seguir en sus propios países en los que la desocupación también
había sido grande, pero en donde los trabajadores en similar condición no
tenían una iniciativa propia similar. Este hecho no es muy tenido en cuenta, e
inclusive no hay trabajos sistemáticos que hablen de ello, salvo numerosos
artículos de publicaciones alternativas o la propia voz de los protagonistas de
entonces.
Posteriormente
surgiría otro movimiento también autóctono, el de las empresas recuperadas. Los
trabajadores de pequeñas fábricas -que sus patrones hacían quebrar-, haciéndose
cargo de las mismas demostraban la viabilidad de unidades productivas que para el
burgués argentino resultaban imposibles.
Diciembre
de 2001 puso sobre la mesa el hecho de que la originalidad argentina seguía sin
resolverse. Sin 2001 el kirchnerismo como proyecto hubiera sido impensable.
Resultaba así una respuesta política a esa implosión. Inclusive se podría decir
que los diferentes gobiernos K agrandaron el abanico de demandas populares sin
poder darle una resolución estructural, aunque mejoraron considerablemente
ciertos daños estructurales ocasionados por las políticas neoliberales, sin
poder en muchos de los casos hacer que esos reajustes se tornen irreversibles.
Cuando desde un gobierno de tinte progresista se visualizan ciertas
dificultades para hacer avanzar sus reformas, ya sea por la gran oposición
corporativa o por la inercia de restos estructurales provenientes de coyunturas
anteriores lo que no se debiera descuidar es la base social que podría ser
factor determinante en un proceso de cambio, los sindicatos y los movimientos
sociales ya que en ellos habita esa originalidad señalada anteriormente.
El
gobierno de Mauricio Macri lleva adelante su gestión como si desconociera ese
núcleo irreductible, o en todo caso, actúa como si ya lo hubiera extirpado. Lo
cierto es que mientras no aparezcan en acción organizaciones sociales,
sindicales y políticas que demuestren que la originalidad sigue viva, el
Establishment irá ganando tiempo y terreno porque esa originalidad sólo es
factible constatarla cuando es orgánica y colectiva. Tampoco es eterna.
También
hay que tener en cuenta que si los principales golpes a la originalidad fueron
los propiciados por la dictadura y el menemismo, habría que ver si las
respuestas posteriores de los sectores populares no fueron más que los últimos
reflejos de algo que está muriendo. Esa respuesta la tiene que dar la
iniciativa popular.
Berisso-
17 de Octubre de 2016
*Periodista
Nota
bibliográfica:
-
Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero- Estudios sobre los Orígenes del peronismo.
1971
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