2016/10/21

La originalidad argentina

En la sociedad argentina existe un componente propio de las clases populares que no es de fácil asimilación por parte de los diferentes gobiernos. El macrismo gobierna desconociéndolo o como si ya lo hubiera extirpado.

Por Osvaldo Drozd*

En la Argentina cualquier gobierno se enfrentará indefectiblemente a lo que se podría denominar la originalidad local. Un cierto núcleo irreductible, una realidad rebelde que no resulta de fácil abordaje. Aunque la misma no fuera completamente identificada o caracterizada con rigurosidad científica, hubo gobiernos que intentaron subsanarla y otros que la quisieron erradicar de cuajo. En eso no cupieron medias tintas ya que los que la abordaron tibiamente fracasaron rotundamente. Hasta ahora todo indica que no está resuelta y que tiene un final abierto. Cualquier estrategia orgánica de poder no puede descuidarla y debe plantear una resolución efectiva ya sea para un lado o para el otro.

Si bien este núcleo irreductible es parte constitutiva de la estructura, también es histórico por lo que está sujeto a transformaciones y corresponde a un período determinado. Es el resultado de la constitución específica de determinas clases y fracciones de clases sociales que a partir de la década del 30 fueron conformando específicos campos de interés y rediseñando la sociedad argentina. Las clases sociales como soportes concretos de la estructura económica cuentan además con una tradición, con una cultura, con una manera peculiar y particular de abordar sus propios problemas emanados de su lugar específico en la formación social. En ese entramado complejo (cultural, social, económico, político) se desarrolla esa originalidad que posee ciertas propiedades cualitativas que permanecen a pesar de las modificaciones cuantitativas propias del paso del tiempo.

En la Argentina el fenómeno masivo de la inmigración europea a principios del siglo pasado creó un sedimento cultural en las clases populares que se integraría con la cultura autóctona y sería decisivo en la conformación de una clase trabajadora con alta tradición de lucha y organización. Por su parte, la burguesía nativa nunca pudo colocarse más que en un lugar subordinado con respecto tanto a la oligarquía terrateniente como al imperialismo de turno. Esto creó disimetrías muy marcadas en relación a las contradicciones de clase propias a la estructura nacional, lo que para cierto dogmatismo marxista siempre resultó un obstáculo, un objeto opaco que no le permitió trazar líneas de acción apropiadas y mucho menos entender la emergencia de un emblemático movimiento como el peronismo. 

En la década del ‘30 se produjo en la Argentina un incipiente pero intenso proceso de industrialización por sustitución de importaciones, o tal como lo denominaron Murmis y Portantiero, una “industrialización sin revolución industrial” (1). Un proceso en el que el rol de la incipiente burguesía no era incompatible con el predominio económico de la oligarquía terrateniente pero que sí generaba un novedoso proletariado que podía esbozar en sus reclamos los basamentos para una nueva Argentina. Si la burguesía podía conciliar con los terratenientes, la incipiente clase obrera cuestionaba objetivamente su existencia. El surgimiento de nuevas fuerzas productivas contrastaría con la estructura agroexportadora y dependiente de la formación social argentina. 

La nueva clase obrera culturalmente representaba una interesante confluencia. Integraba las mejores tradiciones de los inmigrantes europeos en relación a vetas sindicales clasistas traídas del viejo continente en su acerbo cultural, con la irrupción de grandes contingentes de población semiagraria autóctona que emigraban del campo a la ciudad y se proletarizaban rápidamente. Ambos sectores intentaban huir de la pobreza y la injusticia tanto de la Europa sumida en guerras como del campo regido por terratenientes retrógrados. Esta fusión sería la base principal de la fuerza sindical que confluiría con un sector nacionalista del Ejército proclive a impulsar un desarrollo autónomo del país. Si bien la fuerza obrera se iría a conformar durante la década del 30, sus orígenes míticos provenían de mucho antes. De figuras como Simón Radowitzky, de legendarias organizaciones como la FORA y de luchas como la Semana Trágica y la Patagonia Rebelde. Todas esas tradiciones eran parte del acerbo cultural del sindicalismo que iría a cobrar fuerza en la Década Infame. Hasta fines de esa década los sindicalistas comunistas contarían con cierto prestigio. Fueron quienes condujeron las heroicas luchas de los obreros de la Construcción en el 36, pero fueron perdiendo peso en el movimiento sindical, mientras que dirigentes de tendencias sindicalistas y anarquistas tomaron mayor protagonismo para constituirse en la base principal del movimiento que confluiría en la gran movilización del 17 de Octubre, y que conformó posteriormente el Partido Laborista que llevó a Juan Domingo Perón al gobierno en las elecciones de 1946. En ese tiempo, con la excepción de los sindicatos comunistas y algunos pocos socialistas, todo el movimiento obrero argentino fue artífice de la nueva fuerza política emergente.

En la década del 40 se constituyó en el país el más grande y poderoso movimiento sindical de Latinoamérica. Una fuerza incomparable que sería la base principal de sustentación del peronismo. Tenía razón el sociólogo Julio Godio cuando sostenía que el peronismo no tenía nada de populista porque en verdad era un movimiento nacionalista y laborista, en el cual se producía la confluencia de un grupo de militares con la clase obrera. El peronismo en el gobierno generaría con sus reformas, un plafón de derechos que los trabajadores ya no se resignarían a perder incluso hasta cuando el depuesto Perón partiera hacia el exilio. La resistencia peronista, tras el golpe del 55 y la emergencia en los 60 de numerosas organizaciones revolucionarias tanto de la izquierda como del peronismo, daban acabadas muestras de que cuando algo se pone en pie ya es muy difícil detenerlo. Desde el Cordobazo del 69 al Viborazo del 71 se produjeron incontables puebladas que hicieron inviable al gobierno militar de entonces, e hicieron que las clases dominantes tuvieran la necesidad de frenar esa oleada permitiendo el regreso del General Perón al país. La avanzada revolucionaria de los 70 representó tal vez el escalón más alto en cuanto a la intención de cómo resolver la originalidad argentina a favor de los sectores populares. Su principal antecedente habían sido los primeros dos gobiernos peronistas.

La dictadura cívico militar (1976-83) con el exterminio masivo de activistas, y el menemismo (1989-99) con la desarticulación del aparato estatal y la extensión desmesurada del desempleo a partir de la destrucción masiva de puestos de trabajo, representaron los dos momentos más profundos de cómo resolver la originalidad a favor de los sectores dominantes. Eliminar a la vanguardia política de los sectores populares e intentar diezmar a la clase trabajadora como actor económico produciendo grandes índices de marginalidad, son dos momentos diferentes pero solidarios entre sí. A pesar de ello, de los desparecidos y de los despedidos no pudieron lograrlo. Había un núcleo irreductible al que no se podía extirpar tan fácilmente.

Promediando el segundo quinquenio de los noventa surgió en la Argentina un movimiento de trabajadores desocupados que llamó la atención en todo el activismo mundial, el movimiento piquetero. No se puede entender al mismo sin saber que la larga tradición obrera argentina de lucha y organización se había trasladado al territorio donde vivían los desempleados. Militantes sociales de diferentes países vinieron al país a aprender del movimiento piquetero para llevarlo como un modelo a seguir en sus propios países en los que la desocupación también había sido grande, pero en donde los trabajadores en similar condición no tenían una iniciativa propia similar. Este hecho no es muy tenido en cuenta, e inclusive no hay trabajos sistemáticos que hablen de ello, salvo numerosos artículos de publicaciones alternativas o la propia voz de los protagonistas de entonces.

Posteriormente surgiría otro movimiento también autóctono, el de las empresas recuperadas. Los trabajadores de pequeñas fábricas -que sus patrones hacían quebrar-, haciéndose cargo de las mismas demostraban la viabilidad de unidades productivas que para el burgués argentino resultaban imposibles.

Diciembre de 2001 puso sobre la mesa el hecho de que la originalidad argentina seguía sin resolverse. Sin 2001 el kirchnerismo como proyecto hubiera sido impensable. Resultaba así una respuesta política a esa implosión. Inclusive se podría decir que los diferentes gobiernos K agrandaron el abanico de demandas populares sin poder darle una resolución estructural, aunque mejoraron considerablemente ciertos daños estructurales ocasionados por las políticas neoliberales, sin poder en muchos de los casos hacer que esos reajustes se tornen irreversibles. Cuando desde un gobierno de tinte progresista se visualizan ciertas dificultades para hacer avanzar sus reformas, ya sea por la gran oposición corporativa o por la inercia de restos estructurales provenientes de coyunturas anteriores lo que no se debiera descuidar es la base social que podría ser factor determinante en un proceso de cambio, los sindicatos y los movimientos sociales ya que en ellos habita esa originalidad señalada anteriormente.

El gobierno de Mauricio Macri lleva adelante su gestión como si desconociera ese núcleo irreductible, o en todo caso, actúa como si ya lo hubiera extirpado. Lo cierto es que mientras no aparezcan en acción organizaciones sociales, sindicales y políticas que demuestren que la originalidad sigue viva, el Establishment irá ganando tiempo y terreno porque esa originalidad sólo es factible constatarla cuando es orgánica y colectiva. Tampoco es eterna.

También hay que tener en cuenta que si los principales golpes a la originalidad fueron los propiciados por la dictadura y el menemismo, habría que ver si las respuestas posteriores de los sectores populares no fueron más que los últimos reflejos de algo que está muriendo. Esa respuesta la tiene que dar la iniciativa popular.

Berisso- 17 de Octubre de 2016

*Periodista

Nota bibliográfica:

- Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero-  Estudios sobre los Orígenes del peronismo. 1971


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