En la historia se
dan coyunturas específicas que no se pueden explicar a sí mismas a través de su
propia autoreferencia. Desde el peronismo siempre se hizo hincapié en la
denominada Unión Democrática, ese espectro entre oligárquico y pequeño burgués
que no soportaba los derechos alcanzados por los trabajadores, y que conspiró
permanentemente para propiciar el retorno de la oligarquía burguesa
terrateniente al poder en 1955 y propiciar un nuevo sesgo de la dependencia,
esta vez principalmente yanqui. Porque hay que precisar que las clases
dominantes en la Argentina siempre necesitaron del apoyo externo, o en todo
caso: los intereses externos necesitaron siempre de la obsecuencia local para
convalidar su predominio y hegemonía.
Esta historia
pareciera repetirse sin modificaciones, pero en la repetición siempre hay
diferencias. El peronismo caído en el ’55 supervivió en la resistencia, pero
una gran parte de esa fuerza se volvió cómplice de los amos. El sindicalismo
colaboracionista por ejemplo, con el Lobo Vandor a la cabeza, mientras caían
los Felipe Vallese y otros emblemas de la resistencia.
Tras las caídas
de los dictadores Onganía y Levingston, a partir de los Cordobazos del 69 y el
71, las clases dominantes cambiaron de táctica (no de estrategia) y el nuevo
dictador Alejandro Agustín Lanusse propuso el Gran Acuerdo Nacional (GAN). No sólo el
peronismo revolucionario sino también el conjunto de la izquierda clasista y
revolucionaria nucleada materialmente en los sindicatos de las automotrices cordobesas
(Sitrac y Sitram, y Smata) se opusieron a esa nueva Unión Democrática sino que además
la denunciaron y combatieron en las calles y en los puestos de trabajo. Entre el 69 (año del Cordobazo) y 1976 (golpe
genocida) pasaron muy poco años y el entusiasmo y revolucionarización de los
sectores juveniles obreros e intelectuales
cayó en saco roto. Ese balance aún no se hizo. Debiera hacerse para
proseguir una historia que si no queda incompleta, mucho más cuando hay 30 mil
compañeros caídos.
Los
acontecimientos que los argentinos vivimos hoy, después de 12 años de gobierno
kirchnerista, en los cuales muchos de esos estandartes perdidos parecieron
haber reflotado, no debieran caer en saco roto. Sin dudas la Revolución no se
produjo, pero ella no es más que una Larga Marcha, que no debiera retroceder.
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