La elección del Cardenal Jorge Bergoglio como nuevo Papa, produjo reacciones diversas e incluso contradictorias. Muchos recordaron la labor de Juan Pablo II como esa cuña estratégica que permitió la caída de la ex Unión Soviética. En ese sentido se podría suponer que el nombramiento de Francisco, originario de Suramérica, podría tener una connotación geopolítica, en una supuesta concurrencia con los actuales líderes de la región. Un pensamiento más ombliguista fue el de suponer que esto era un mensaje directo para la presidenta de la Argentina.
Un Vaticano operando en una estrategia geopolítica no resulta descabellado, lo que sí resulta es no acorde a la actual coyuntura en la cual la Eurozona se encuentra en una crisis que no escapa a un microestado inserto en ese continente. Si bien el Vaticano no es parte de la Unión Europea, su moneda oficial es el Euro, y está sujeto a los vaivenes de esa economía.
La renuncia anticipada de Benedicto XVI, no muestra fortalezas sino debilidad. La tarea principal de Francisco será abordar esa crisis que implica no solamente a la economía del pequeño Estado, sino a cierta decadencia con la cual su antecesor no pudo. Si bien no se descarta una proyección geoestratégica del Vaticano, ésta es una tarea secundaria, subordinada a cómo se resuelvan, si es que se resuelven sus problemas internos.
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