2025/11/06

Del toro de Íris al toro de la multiplicidad sensorial


Notas para una topología de la percepción


El toro de Íris describe la estructura de la visión como sinapsis topológica: el punto donde el ojo y lo visible se pliegan en un mismo circuito.
Pero el campo sensible excede la mirada.
El presente texto introduce la noción de un toro de la multiplicidad sensorial, donde los distintos modos de percepción —visuales, auditivos, olfativos, táctiles y pulsionales— se anudan en una co-vitalidad común.
Se abren dos líneas futuras de desarrollo: la validez del toro de Íris para el análisis del cine y las pantallas, y la fragmentación sensorial moderna, en diálogo con Freud y Schreber.


1. El hombre, el perro y el paisaje

Un hombre y su perro se detienen ante un paisaje.
Comparten el espacio, pero no el mundo.
El hombre ve líneas, contornos, profundidades; el perro escucha y huele el aire.
Ambos perciben desde una torsión distinta del mismo campo vital.
La escena muestra que no hay un solo modo de presencia, sino varios pliegues sensoriales coexistiendo.

El toro de Íris —esa figura donde la mirada se curva sobre sí y la luz se devuelve— vale para el campo visual, especialmente en el dominio de la imagen técnica: el cine, las pantallas, el ordenador.
Allí, la mirada ya no pertenece al cuerpo: circula en un bucle lumínico cerrado.
El ojo, desprendido de su base orgánica, participa del circuito óptico del mundo.
Pero ese modelo, exacto para lo visual, resulta abstracto frente a la complejidad del sentir.


2. Hacia un toro de la multiplicidad sensorial

El hombre y el perro —juntos o separados— muestran que cada viviente habita un toro perceptivo propio, pero que todos pertenecen a una curvatura común del sentir.
La visión, el olfato, el oído, el tacto, el gusto, incluso la vibración o el estremecimiento, no son sentidos aislados sino vertientes de una misma sinapsis vital.
El toro de la multiplicidad sensorial nombra ese anudamiento:
una topología total donde los flujos perceptivos se cruzan y reconfiguran sin jerarquías.
Cada especie, cada órgano, es un fragmento local de ese continuo.


3. Fragmentación sensorial moderna

La modernidad rompió esa unidad.
El cuerpo occidental fue parcelado: se privilegió la visión, se empobreció el olfato, se tecnificó el tacto, se subordinó el oído.
La experiencia sensorial se volvió analítica, no topológica.
El cuerpo dejó de ser superficie viva de inscripción del mundo.

En este punto, Freud entrevió algo decisivo: el placer como redistribución de las energías sensoriales, las “zonas erógenas” como memoria fracturada del toro.
Schreber, con su idea de los “nervios de la voluptuosidad”, dio forma delirante a esa misma intuición: que la voluptuosidad es una red nerviosa, una totalidad que el lenguaje fragmenta.
El goce fálico, entonces, no sería un sentido entre otros, sino el resto topológico del toro originario, el punto donde la antigua continuidad sensorial se concentra como signo.


4. Cierre provisorio

El toro de Íris sigue siendo la figura privilegiada de la visión;
el toro de la multiplicidad sensorial, su expansión hacia la totalidad del sentir.
Ambos configuran la arquitectura del viviente: una superficie de torsión donde el mundo y los sentidos se co-determinan.
El desafío será volver a pensar la percepción como sinapsis integral, no como suma de órganos, sino como continuidad viva entre cuerpo, entorno y forma.

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