El macrismo está
llevando adelante una práctica política, que va marcando en su andar fuertes
estigmas ideológicos. Lejos de ser una acción neutra o emparentada con los viejos
paradigmas, la acción actual de gobierno, traza lineamientos muy precisos
contrastándolos fuertemente con los anteriores 12 años de gestión kirchnerista. "Lo que sucede hoy es culpa de lo anterior". De tal manera reactualiza viejos axiomas
de la derecha, en un contexto donde siendo las representaciones políticas sumamente
endebles, permiten que eso fluya y tenga mayor asidero en un sentido común que
en términos generales, rechaza las ideologizaciones.
El despido masivo
de empleados estatales, la represión a manifestaciones como las de Cresta Roja o
la municipalidad de La Plata, el encarcelamiento de dirigentes sociales como
Milagro Sala; lejos de ser enmarcados en lo que corresponde a un plan de ajuste,
son evaluados como el saneamiento de un Estado que gastaba en demasía en
mantener un aparato clientelar y corrupto. Por ese motivo los trabajadores
despedidos eran ñoquis o militantes, que no tienen ningún derecho al reclamo,
ya que el gobierno que los contrató perdió y se fue. Milagro Sala a la espera
de que se le encuentren pruebas diferentes a las por la que está detenida, es
acusada mediáticamente de corrupta, lo que permite estigmatizar a su vez todos
los dirigentes sociales.
El paradigma ideológico
que pareciera ir instalándose, es que no existen derechos colectivos. Los
ciudadanos no tienen ningún derecho a lo que venga del Estado, es decir a lo
que viene de la recaudación de los impuestos de la "gente decente". Lo que prima
para alcanzar una meta, es el esfuerzo individual.
Todo este
andamiaje ideológico fue construyéndose durante el gobierno anterior. Fueron
los principales medios los grandes artífices del contrarelato. Como una suerte
de condensación, confluyen en él la corrupción, el narcotráfico, la
inseguridad. Todas formas de dinero fácil propiciadas desde arriba, y que se
irían articulando transversalmente con las organizaciones sociales que reclaman
derechos. Todo esto es un pack muy fuerte que se articula en el imaginario
colectivo, y que no diferencia por ejemplo, a los que cortan la calle por un
reclamo, a los trapitos, o a los delincuentes que roban en una verdulería. No diferencian
al trabajador extranjero del narcotraficante, y los meten dentro de una misma
bolsa. Suponer que esta labor de deconstrucción puede realizarse nada más que
desde los medios, es pecar de ilusos. Esto debiera ser uno de los ejes de la
tarea militante, en el puesto de trabajo, en el barrio, en la escuela;
intentando demostrar en lo cotidiano las falacias que todos consumimos. Si eso
no fuera posible, la cosa seguirá marchando para otro lado.
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