En la mayoría de
las películas de acción la trama siempre impone la construcción de uno o varios
personajes a los cuales en algún momento les debe llegar la justicia o el
castigo. Esto conlleva la necesidad argumental de que el espectador desee
fervorosamente que así sea. ¿Qué debe suceder para que el que pasivamente
observa un film, tome partido y deje atrás la indiferencia o la neutralidad? Sin
dudas resulta una pregunta interesante, para buscar a partir de ella algunos de los elementos
que juegan decisivamente en la conformación del tomar posición. Si en las
películas esto resulta paradigmático y sujeto a cierta temporalidad, habría que
precisar que no son elementos tan distintos, los que están presentes en la
información, en los noticieros; y que tienen la capacidad de formar opinión
pública e incidir en las tomas de posiciones.
En lo referido a
los films si se hace una apreciación rápida se podría decir que todo gira en
torno a la identificación. El espectador puede encontrar en determinados
personajes a sus equivalentes, no sólo en lo que a él mismo atañe sino también
a personas de su círculo más cercano. Pero hablar nada más que de
identificación es caer en un circuito especular y restringido, sin ver el porqué
de la misma. Suponer que todo el mundo quiere que suceda un hecho justo y que
triunfen los buenos no son expectativas tan acordes a lo que cotidianamente se
vive. Tienen que haber otros elementos, para que se haga preponderante el deseo
de justicia. Un elemento recurrente que permite que el espectador tome partido,
es el de ser solidario con los que son víctimas de la crueldad humana. El dolor
y el sufrimiento nunca logran pasar desapercibidos. El que infringe dolor, se
pone al público en contra, casi como si fuera el victimario propio. Sin dudas
esto se produce a través de la identificación, tanto de las víctimas como de
los que vengarán el sufrimiento. No hay en este mecanismo nada de religioso ni
humanista como tal vez se podría suponer. Todo lo contrario. El victimario debe
ser ajusticiado y con rigor. Veamos un ejemplo.
En la película sueca
We are monsters (2015) del género
rape & revenge, es posible ver cómo se produce el secuestro de una joven
mujer australiana, por parte de dos hombres que, no lo hacen para pedir rescate,
sino para realizar con ella todos esos actos que les darán satisfacción a sus
más sádicas pasiones. Ningún espectador les ofrecería la otra mejilla a esos
personajes. Uno de ellos violará dos veces a la mujer en medio de llantos
desconsolados. Ella en un momento de la trama logra escapar y logra en el
intento que uno de sus perseguidores quede atrapado entre aspas metálicas que
le trituraron gran parte del cuerpo como si fuera un embutido. Habiendo visto
todo lo anterior a esa escena, ningún espectador podría espantarse, y mucho
menos cuando la mujer se toma venganza del otro hombre, quien fuera
precisamente quien la había violado. Ella logra atarlo a una silla, mientras él
desde ese lugar le dice que cuando se libere la irá a matar, y violar
nuevamente, aunque en ese caso sea el cadáver. Ella ya se predisponía a huir
del lugar cuando al escuchar lo anterior, decide con un martillo abollarle
completamente el miembro viril. Nadie podría solidarizarse con esos victimarios
convertidos en víctimas. Cuando los villanos no hacen uso indiscriminado de la
crueldad, es posible que se conviertan en personajes simpáticos, y que alguna
vez despierten el deseo del público de que puedan ganar. Muy probablemente los
villanos de Batman entren en esa categoría.
La presencia de
la crueldad afecta la economía del goce, por eso no resulta indiferente y lleva
a tomar posición. En política esto no debe descuidarse, aunque a veces se pretenda hacer pasar la crueldad
como revancha contra victimarios. El desarrollo y visibilización de las problemáticas de género, se dan en consonancia a esa imposible indiferencia.
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