Hoy no resulta
fácil proponer un discurso político. El común pareciera haberle dado vuelta sus
retóricas y haberle mostrado el vacío. Siempre se suponen segundas intenciones,
además de no mostrar nunca la primera. Todo discurso tiene un destinatario. Hoy
las principales elaboraciones van dirigidas hacia los que ya son parte de un
alineamiento ideológico. Las mismas parecieran ser más elementos para cohesionar
y dar sentido que para proseguir con la construcción de un pensamiento
arraigado en la experiencia. Este último necesita no sólo ver los pros, sino
también los contras. Hoy eso no está dentro de ninguna agenda. El que mira las
contras corre el riesgo de ser catalogado de anti. En todo discurso priman las
vaguedades y las afirmaciones que colindan con su opuesto. La solución a esto
no puede ser más que teórica.
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