Esta reflexión surge de
los acontecimientos posteriores a la trágica muerte del fiscal Nisman.
Los primeros días de
noviembre de 2011 en ocasión de la reunión de los Business 20, que agrupa a los
principales ejecutivos del G20, la presidenta Cristina Fernández, expresó una
fuerte crítica al anarcocapitalismo, proponiendo a su vez el desarrollo de un
capitalismo serio. "El mundo está a tiempo de cambiar la actual
situación, aunque para cambiar es necesario tocar intereses, pequeños pero
poderosos" sostuvo la mandataria argentina es esa oportunidad, ya que
"muchas veces es mejor enfrentar a esos poderosos intereses que más
adelante enfrentar la furia de la sociedad".
Si se entiende por anarcocapitalismo a ese
despliegue avasallador de los flujos financieros, y la actualización permanente
de lo que Marx denominaba “acumulación originaria”, es cuando uno se percata
que hay poco lugar en el mundo para otra clase de capitalismo. Es en esencia la
faz predominante del capitalismo tardío, y existe en todos lados, aunque
algunas veces haya que creer que no es así. El Estado como instrumento de dominación,
pero también como principal lugar de disputa por el poder, lleva en sus
entrañas las marcas del poder anarcocapitalista mundial. No se entenderían
grandes negocios globales como el tráfico de armas, el narcotráfico, la trata
de personas o el lavado de dinero; sin la presencia de dichas marcas.
No hay que confundir gobierno con poder. Éste
último condiciona a los primeros, les impone pautas, sabe que ellos (los
gobiernos) deben gerenciar lo mejor posible los intereses de los sectores de
poder; y no les permite rebelarse. La gran apuesta de los denominados gobiernos
progresistas en la región debe ser integrarse con las mayorías populares, para
reversar el poder.
Las principales fuerzas de seguridad, los servicios
de espionaje, y todo ese combo; nunca dejaron de ser parte de los Estados nacionales.
Que un gobierno, o que la política no puedan controlar pesadas herencias que vienen
desde las dictaduras más sanguinarias; debiera ser una exhortación pública. Así
lo hizo el gobierno de Bolivia en 2008 convocando al pueblo a derrotar a los
golpistas, financiados desde gobernaciones opositoras.
La trágica muerte del fiscal Nisman no puede ser
leída, de forma tan simplista, como se intenta que sea leída.
Sorprende además que los indignados por el
fallecimiento del letrado, se solidaricen con los caídos de Charlie Hebdo, por
considerar que fue un ataque contra “la libertad de expresión”, teniendo sobre
ese ataque una visión bastante sesgada. Los 43 de Ayotzinapa, los bombardeados
por los israelíes en Oriente Próximo, pareciera que no llegaran a ser humanos.
Mucho menos Mariano Ferreyra, Luciano Arruga o Darío Santillán. Las
indignaciones parciales muestran que las generalidades no existen, sólo las
adhesiones de clase.
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