El sentido común, eso que
Marx ubicó en una de las dos partes de la superestructura (Überbau) y a lo que se conoce también como ideología, no
es un pensamiento, al menos no en el sentido clásico de lo que así se denomina.
Es una secuencia de órdenes, de claves, de códigos de comportamiento y convivencia.
Pero no es una sistematización rigurosa de ideas y representaciones. Tal vez
bien vale emparentar esta idea esbozada con lo que Jaques Lacan denominaba el
Sujeto-Supuesto-Saber. El psicoanalista francés denominaba así al efecto que a
partir de la transferencia, se produce en análisis y hace que el sujeto en
análisis le suponga un saber al destinatario de su decir. Lacan ubicó la
escucha analítica en lo que él llamaba el lugar del Otro (Autre). Desde ese lugar el analista durante el transcurso del
análisis, a través de la escucha y la interpretación, produce esa “otra escena”
que lleva el nombre de inconsciente. El supuesto saber que irrumpe en análisis es
un efecto residual. Es la racionalización de todos esos elementos que fueron a parar
al basural de la lógica, a saber: el sueño, el chiste, el lapsus, el acto
fallido… El paciente puede descubrir elementos que le pasaban desapercibidos,
aprende a escucharse en esa otra escena, que el analista interpreta, y que él
mismo logrará decodificar a partir de la experiencia misma. Lacan en cierta
forma fue escéptico con respecto a las sorpresas que Freud tuvo en el lapso del
descubrimiento del inconsciente, y a eso que se elabora en análisis Lacan se
animó a no denominarlo “Saber” sino “Supuesto- Saber” . El gran Otro, el principal
destinatario de todos los mensajes de los sujetos hablantes, si bien históricamente
podía haber sido equiparado a Dios, y por ende haber sido un Otro completo y
sabio, para Lacan se transformó en Otro barrado, un sitio que si bien puede mostrar
cierta consistencia, ella no deja de ser una supuesta consistencia. El Otro lacaniano,
no deja de ser una totalidad paraconsistente, es decir una estructura
caracterizada por no alcanzar la completud. Todo este rodeo sobre Lacan sirve
para esbozar una primera aproximación hacia el sentido común, como uno de los
dos elementos de lo que Marx llamaba superestructura en la denominada metáfora
del edificio. El mismo estaba constituido por dos elementos, la infraestructura
y la ya mencionada superestructura. La primera era lo que Marx (y Engels)
denominaba como “determinante en última instancia”, mientras que la segunda
estaba compuesta de dos instancias diferenciadas. La ideología ya mencionada, y
la superestructura político jurídica. Tal vez si Marx no se hubiera formado en
sus primeros tiempos a través del
hegelianismo, es probable que hubiese realizado una estructura de tres
instancias, y no de dos. De todas formas esta suposición es parte de otras
elaboraciones. Por ahora seguiremos concentrados en esa parte de la superestructura
denominada ideología. La metáfora del edificio en el cual habitan varios
elementos, pero en la cual uno de los elementos es determinante en última
instancia, marca a las claras la autonomía relativa de las partes, y a su vez
la unidad diferenciada del Todo. Althusser lo señaló, pero está claro en la Ideología Alemana que lo que tanto Marx
como Engels llamaban ideología: “no tiene historia”. Toda la historia de despliega
a partir de lo que determina en última instancia. La historia de los modos de
producción, del desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de
producción. Pero si se entiende que el materialismo histórico no es parte de un
planteo dualista, sino integral, entonces valdría resaltar que la ideología
tiene la historia de lo que la determina (en última instancia), aunque no tenga
historia propia.
Es probable que lo que
corresponde en la Überbau a la ideología, tal vez tenga su correspondiente en
la infraestructura. Desarrollar este punto puede ser el aporte más importante que
podría hacer el psicoanálisis al marxismo. Hace más de tres décadas quien escribe
suponía algo así como una economía pulsional. En 1988 me sorprendió leer a Slavoj
Zizek hablar de una determinación del goce. Era una aproximación del mismo
estilo. De todas formas ése es un abordaje diferente o al menos diferenciado,
ya que lo que se está tratando de explicitar es la secuencia significante del
sentido común. Obviamente que si todo ello se despliega en una misma totalidad,
se mezclan, se confunden, forman parte de un mismo objeto.
Partíamos de la premisa
de que la ideología no es un pensamiento, sino más bien un supuesto
pensamiento; aunque ello no implique que no tenga consecuencias. Todo lo
contrario, impone una normativa, un menú de lo que hay que hacer, y ello bien
se articula con las satisfacciones pulsionales, las predetermina. Esas
satisfacciones son lo que se debe alcanzar. No debe preguntarse por qué. Eso es así. Es la eficacia de la
ideología. Ella se realiza siempre que se niegue a sí misma como eso, como
ideología.
El sentido común siempre
tuvo algún desarrollo en la filosofía. Lo que habría que precisar es que eso es
sólo posible en cierto estado de crisis. Tanto para acondicionar el sentido
común deslegitimado como para construir uno nuevo. La apuesta del pensamiento…
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