Cuando se necesita dar cuenta de la realidad, para tomar una
posición, para tomar partido, pareciera que la filosofía ya no es contada entre
las armas fundamentales que tienen la capacidad de aportar elementos para realizar
un diagnóstico certero. La posmodernidad desacreditó a la filosofía, la redujo
a la reflexión de pequeños fragmentos, o la convirtió en una simple doxa, sin la intención de búsqueda de la
episteme. De aquella máxima kantiana
de que la filosofía es Kampf (lucha)
y que por lo tanto “el filósofo es aquel que piensa contra sí mismo” esto
pareciera haberse convertido en el enunciado de argumentaciones complacientes y
muchas veces de autojustificación. La abundancia de palabras vacías, lugares
comunes, y razonamientos ambiguos lejos de aportar alguna pista para resolver
problemas concretos, la mayoría de las veces más que hacerlo, los enturbian. La
filosofía no es ciencia, pero tampoco el ejercicio de una práctica no sujeta a
rigurosidades propias, ni tampoco ajena a los vaivenes de la realidad histórico
material. La filosofía es una herramienta teórica que necesariamente debe
intervenir, en las construcciones del saber para delimitar todas aquellas concepciones
que se convierten en obstáculos para abordar lo real, impidiendo una acción
política transformadora. La práctica política se diferencia de la científica,
pero sin ella está condenada a sucumbir en el agujero negro de la inercia, y
por ende en el fracaso.
El idealismo filosófico siempre hizo un absoluto de la
subjetividad, mientras que un materialismo dogmático privilegió solamente la
objetividad, lo tangible, lo concreto. Esta divisoria de aguas es un problema netamente
filosófico, y si no se establece correctamente se corre el riesgo de confundir
deseos y sentimientos, con perspectivas inexorables. Esta pequeña introducción
es solamente un ayuda memoria para que el que escribe, se haga una pregunta netamente
política. Cómo se hace para ganar voluntades para una posición que implique la
transformación de la sociedad, en beneficio de las mayorías populares, y que a
su vez esa suma se convierta paulatinamente en una fuerza que sea la expresión
de una auténtica voluntad política.
En un texto de Lenin de 1919 que se denomina “La elección a
la Asamblea Constituyente y la dictadura del proletariado” asombra que el autor
afirme que los bolcheviques les hayan arrebatado los campesinos al partido de
los eseristas en muy pocas horas. Claro, sin ningún proceso de toma de
conciencia de larga data, solamente promulgando un “decreto sobre la tierra”.
Los campesinos no dudaron que quienes hasta ese momento los representaban,
estaban en desventaja con respecto a una fuerza que muy rápida de reflejos
interpretó cuáles eran sus necesidades. El ejemplo pareciera paradigmático y
también algo excesivo, pero bien vale para entender que los diferentes sectores
sociales, se mueven por intereses concretos. Supongamos que en ese tiempo
hubieran existido los grandes medios de comunicación que manipulan, mienten y
tergiversan. “Les dieron las tierras, pero en algunos meses se las sacarán”
podrían haber dicho y reproducirlo hasta el cansancio. Lo más probable es que
muchos hubieran entrado a dudar e incluso a preparase para cuando fueran a
perder lo que habían ganado, e incluso comenzar a generar odio contra los
bolcheviques.
La realidad, la que sirve de base para que la política sea
posible ni es simple manipulación, ni tampoco obtener nada más que beneficios materiales,
es mucho más compleja. Ahí se evidencia la falta de una filosofía.
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