Si se afirma que la definición del Yo, es un tanto problemática debido a que viene a ser coincidente con términos como psique, alma o conciencia, lo que se debiera señalar es que siempre primó una visión dualista y metafísica que escinde el alma del cuerpo, la subjetividad de lo biológico.
Que las leyes que rigen estos dos últimos términos no sean
coincidentes en sus rasgos básicos, no implica que no existan en simultáneo en
un cuerpo no divisible. Sin biología no hay subjetividad, y esta última no deja
de afectar a la primera. Pareciera ésta una definición de Perogrullo, aunque el
discurso dominante reproduce siempre lo contrario: la escisión y la existencia
separada.
El mismo Freud -quien debe ser uno de los pilares del
establecimiento contemporáneo de una comprensión y diseño del funcionamiento
psíquico- siempre intentó no caer en una visión dualista. Así por ejemplo
cuando definió a la pulsión como concepto límite, entre lo psíquico y lo
biológico. El síntoma histérico de conversión, o la inhibición del obsesivo,
daban cuenta de cómo la lógica del significante inerva lo somático.
Desde el sentido común, el Yo es en definitiva ese humano
particular que no es los otros. El Yo como pronombre personal me distingue de
los demás que a la vez son parte de una misma especie, aunque hoy desde el
mismo sentido común no se acepte eso último como una obviedad.
Cuando Freud a lo largo de su enseñanza, intentó dar
cuenta del dispositivo analítico, presentó dos tópicas diferenciadas y a la vez
complementarias. Cada una -con tres elementos también diferenciados- que intentarán
dar cuenta de un único proceso, en el cual la mismísima presencia del analista
es inescindible. Los diferentes elementos de las tópicas no son aislables. En este punto vale señalar que en cualquier
formación en la que coexisten diversos elementos en juego de forma simultánea,
habrá algunos de mayor preponderancia que otros. Caracterizar cuáles son esos
puntos, nos puede conducir a experiencias distintas.
El problema es haber interpretado como aparato individual
al diseño freudiano del psiquismo. Ciertos obstáculos epistemológicos y
prejuicios de la época le impedían a Freud presentar a cada tópica como la
superestructura del dispositivo psicoanalítico.
Vale leer sólo la introducción a su Psicología
de las masas y análisis del Yo, para darse cuenta de que desconfiaba
seriamente de una psicología individual. Freud sabía que su teoría del
inconsciente estaba completamente condicionada por la intervención del analista
y que, si este último en caso de alejarse de las principales coordenadas de una
escucha singular y por ende de una interpretación que devenga en la asociación
libre del paciente, no habrá inconsciente. Éste es producido a partir de la
interpretación analítica. Podrá haber actos fallidos o sueños, pero si ese
material es descartable para el que escucha. nunca se dará la irrupción del
inconsciente como esa otra escena que habita entre analizante y analista bajo otro
concepto transindividual, la transferencia. El inconsciente freudiano no es
individual, tampoco colectivo. Habita en una superficie topológica como la de
la banda de Moebius. Por esto hay que explicitar que el inconsciente no es
igual al Ello. El primero se construye sobre el segundo. Por eso las dos
tópicas no se excluyen y son complementarias.
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