Los 30 años de Democracia ponen sobre la mesa, ciertos
debates que en primer lugar atañen a la política.
Y cuando de ella se trata, resulta a veces que, sus definiciones son tan
deficitarias, como engañosas. En el sentido expuesto, el que escribe es partidario,
de que los términos (a veces más empíricos que teóricos, por no decir
ideológicos) siempre están cargados de ciertas significaciones que habría que
poner entre paréntesis.
En una nota publicada ayer en la Revista Ñ, en la cual son
entrevistados Carlos Altamirano, Maristella Svampa, y Vera Carnovale, el editor
subraya que ellos “son tres intelectuales que entienden la política como
herramienta de cambio”. En las sociedades, en las cuales se impone como régimen
dominante la denominada democracia (pero también en las dictaduras), la
política es solamente un fragmento de una totalidad, que demarca en lo
conceptual, la diferencia entre lo estrictamente político, de los social y lo
cultural. Si bien hay todo un territorio que se puede considerar como político,
se impone que hay otro, que no lo es. La política entendida desde el paradigma
de las democracias liberales, separa un espacio representativo, de otro al que
dice representar, pero fijando muy bien los límites de qué cosa es
representable. Es válido señalar esto, para entender qué es lo que cae bajo el
conocido estigma de crisis de representatividad.
Si se entiende a la política como herramienta de cambio o de
transformación, la primera objeción que se debiera hacer, es que hay coyunturas
históricas, en las cuales la política dejaría de existir. ¿Pero es así? La
política en cambio, está presente siempre, e incluso en “lugares” a los cuales
no se los considera políticos. El que escribe diría contradictorios, y susceptibles
de toma de posición. Acaso la decisión de una élite cívico militar de aniquilar
a 30 mil cuerpos para imponer un modelo económico y social ¿No es política?
Decir que durante el auge del neoliberalismo y el ajuste, la economía estaba por
encima de la política, no es acaso un eslogan, que reniega de la decisión de
llevar adelante dicho programa.
Si se piensan los términos cambio o transformación, en
primer lugar se debiera definir qué es lo que se cambia, qué es lo que se
transforma, pero principalmente hacia dónde se lo hace, porque si no se cae en palabras
vacías. La política es la herramienta que diferentes sectores de la sociedad
tienen para dirimir las relaciones de fuerza existentes, para llevarlas hacia
un lugar u otro, acordar alianzas, definir enemigos, tácticas y estrategias, etc.
Si la política se mide desde los intereses del campo
popular, las crisis de representación sólo tienen importancia, cuando el pueblo
no construyó los elementos necesarios para pasar a la acción e imponer una
alternativa acorde. De otra forma no se podría leer al diciembre de 2001. Que
haya crisis de representatividad, a los primeros que perjudica es a los que a
través de la democracia delegada intentan conservar el poder, que la economía
les otorga en última instancia, y que ven peligrar así sus privilegios, en el
complicado y enmarañado tejido social.
30 años de Democracia debieran ser el punto de partida para
reflexionar acerca de si no habría que dar otra vuelta de tuerca a la realidad para
alcanzar la verdadera acepción del término: Gobierno del Pueblo. La reflexión
cobra aún más validez cuando lejos de lo que dice el marketing político, muchas
desigualdades siguen más vigentes que nunca. Vigentes para que una auténtica
política de liberación, sea un programa apodíctico, necesario.
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