A partir de saber
que en la Argentina se iba a producir el balotaje, se produjeron interesantes
debates políticos e ideológicos. No tanto en relación a las fuerzas implicadas
en el mismo, sino principalmente en el más amplio espectro de lo que se
denomina izquierda. Pero también, es oportuno señalar que una masa crítica nada
desdeñable de kirchneristas sin organización, o al menos, no pertenecientes a los
sectores con más aparato -como puede ser el Partido Justicialista- se fueron
dando cita en el espacio público para debatir con la ciudadanía sobre los
logros de la gestión que -tras 12 años- culmina el próximo 10 de diciembre.
Las redes sociales son el lugar privilegiado
para todos esos debates, pero bien vale señalar que hoy ese lugar, no puede
desdeñarse como lo vinieron haciendo muchos dirigentes políticos más bien
atados a una práctica, ya casi obsoleta. Si es verdad que “la gente” en las
elecciones apostó a “lo nuevo”, hay que entender que lo que sucede en las redes
sociales es parte de la novedad.
Entonces lo que
habría que delimitar con mayor precisión es cuáles son los límites que le
imponen las redes sociales, tanto a los debates como a la militancia práctica,
entendida en un sentido más tradicional. Esto conlleva una importancia
superlativa, cuando ese activismo virtual no se realiza desde esferas de poder,
ya sea éste político o económico. En términos cuasi informáticos se podría
aseverar que la acción virtual es una gran productora de software, pero tiene
como límite la propiedad del hardware. Las principales estructuras políticas, y
sus fuentes de financiamiento siguen estando atadas a propietarios
tradicionales, por más que se haga uso extensivo y repetitivo del sintagma “lo
nuevo”. Esto principalmente en cuanto a la incidencia real en las esferas
principales de la sociedad política y de las decisiones de importancia.
Desde el
conflicto con el campo, el kirchnerismo comenzó a sumar una masa bastante
importante de adherentes espontáneos, que nunca encontraron un lugar propicio
como para unirse orgánicamente. De tal forma esa masa fue desarrollándose inorgánicamente,
ya que los PJs comunales nunca lograron atraerlos. Tampoco representaban lo que
esa masa crítica buscaba. Lo que pudiera
suceder en lugares como la ciudad de Buenos Aires fue más propio de microclimas
que de una realidad efectiva.
En cuanto a los
debates conceptuales, principalmente en el seno de la izquierda, las redes
sociales no permiten que todo ello supere la declamación de principios. Y si
hoy aún asistimos a una crisis del pensamiento teórico, es posible que las
redes no hagan más que generar malos entendidos. Mucho más cuando toda la
ingeniería conceptual del Establishment, principalmente anclada en la esfera universitaria,
pero apuntalada desde organizaciones no gubernamentales, no hacen más que
promover modas intelectuales, que muchas veces aparecen como progresivas o
libertarias, pero que en la práctica no sirven más que para generar mayor dogmatismo ideológico.
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