Tras doce años de kirchnerismo, no son pocos los que intentan dar cuenta de quiénes fueron los principales sujetos sociales a los que el gobierno saliente pudo movilizar y conformar como base principal de apoyo. En primer lugar citaremos dos notas publicadas en la fecha.
En un artículo de La Izquierda Diario
denominado: Mauricio Macri: discurso poshegemónico y nuevo “cesarismo” escrito por Fernando Rosso y Juan del Maso,
los autores señalan que "El kirchnerismo fue, a su manera, ‘laclausiano’.
Frente a una ‘multitud’ que se había expresado en 2001 (bloque social
heterogéneo en un contexto de retroceso y debilidad estructural de la clase
obrera), buscó recomponer la autoridad del Estado, al mismo tiempo que moldear
un sujeto colectivo que a medida que se retiraba de las calles se identificaba
como el ‘pueblo’, en los marcos del acceso al consumo y de un discurso que
desde arriba se proponía como supuesto articulador de las demandas
insatisfechas" agregando luego que "El camino recorrido de la crisis
a la restauración se manifestó en el discurso político ideológico con la
construcción por el ‘populismo’ de un sujeto ‘pueblo’ (juventud y ‘pobres’)
cuya estrategia fue ‘desagregar’ a la clase obrera como posible eje de su
propia hegemonía".
Por su parte Luis Bruchstein en
un artículo para Página/12 que lleva como título Cristimacrimáticas, señala con
respecto al último acto de Cristina el pasado miércoles que "Fue un acto limpio, con poco aparato y
mucha gente que participó sin encuadramiento. El kirchnerismo aprendió de las
elecciones: la militancia no tiene que obturar la participación, sino
facilitarla. Se vieron pocas banderas de taller y muchos cartelitos caseros,
muchas parejas, muchas familias con chicos y muchos grupos de amigos o
compañeros de trabajo. Hubo algunos colectivos, pero mucho menos que en otros
actos. Y la respuesta de la gente fue impresionante por lo emotiva y por lo
masiva".
Vayamos por parte, los
autores del portal digital del PTS, sin decirlo, caen en conceptualizaciones de
clase no diferentes a lo que hoy pareciera ser el sentido común sociológico, a
saber: la existencia de la clase media, y de un sector mayoritario de excluidos.
La referencia explícita a la clase obrera en ese marco quedaría completamente
desdibujada. Por otra parte intentar definir al sujeto social K haciendo
referencia a Laclau, es quedarse a medio camino, y no entender que el
kirchnerismo no contó con una teorización homogénea y que ese rol tendría que
haber partido principalmente desde la izquierda marxista, no para competir en
el juego de la democracia liberal, sino para potenciar un movimiento de masas
que encare una transformación social efectiva.
Los autores de alguna forma lo percatan cuando dicen: “En este sentido, el pensamiento ‘poshegemónico’ (de izquierda o de derecha) tiene el problema de haberle creído a Laclau sin percatarse de su ‘picardía peronista’: cantaba loas al giro lingüístico y a Lacan para hacer el peronismo más digerible para los ambientes intelectuales europeos, pero sabía que la única verdad (o por lo menos una parte muy importante de ella) es la realidad de los aparatos y las fuerzas materiales: PJ, policía y sindicatos estatalizados y totalitarios”. Pero entran en contradicción cuando dicen que con la conformación de un sujeto constituido por jóvenes y pobres, la estrategia fue intentar desagregar a la clase obrera como posible eje de su hegemonía.
Si nos ubicamos en un bloque de fuerzas sociales en las cuales la clase obrera debe hegemonizar al conjunto, conviene señalar que eso no se logra con los “sindicatos estatalizados y totalitarios” sino con una organización política marxista leninista que pueda conducir a todos los otros sectores de la sociedad. Esa idea, no cuadra con el ideario trotskista que sólo pretende un frente de clase, ya que a lo otro lo considera frentepopulista (conciliación de clases). La conformación del FIT y el rechazo a expresiones progresivas latinoamericanas como la que lleva adelante Evo Morales en Bolivia dejan bien en claro que su política no es otra que el aislamiento. Vale señalar que no se trata de unirse a otras clases para ir a la cola de ellas, sino que los trabajadores deben conducir esos procesos. En esto el trotskismo no entiende el concepto gramsciano de hegemonía, y lo confunde con el bonapartismo. Tal vez en eso coincidan con el investigador canadiense John Beasley-Murray, a quien se refieren en la nota "La hegemonía no existe, ni nunca ha existido". El peronismo histórico no desagregó a la clase obrera, todo lo contrario, la incorporó como su columna vertebral. Si le hubiera temido a la hegemonía obrera no lo hubiera hecho, pero sí se predispuso a disputarles la conducción del movimiento a los sindicalistas como Cipriano Reyes. Es bueno señalar como lo hacía Julio Godio, que el peronismo no fue una fuerza populista sino nacional- laborista.
Los autores de alguna forma lo percatan cuando dicen: “En este sentido, el pensamiento ‘poshegemónico’ (de izquierda o de derecha) tiene el problema de haberle creído a Laclau sin percatarse de su ‘picardía peronista’: cantaba loas al giro lingüístico y a Lacan para hacer el peronismo más digerible para los ambientes intelectuales europeos, pero sabía que la única verdad (o por lo menos una parte muy importante de ella) es la realidad de los aparatos y las fuerzas materiales: PJ, policía y sindicatos estatalizados y totalitarios”. Pero entran en contradicción cuando dicen que con la conformación de un sujeto constituido por jóvenes y pobres, la estrategia fue intentar desagregar a la clase obrera como posible eje de su hegemonía.
Si nos ubicamos en un bloque de fuerzas sociales en las cuales la clase obrera debe hegemonizar al conjunto, conviene señalar que eso no se logra con los “sindicatos estatalizados y totalitarios” sino con una organización política marxista leninista que pueda conducir a todos los otros sectores de la sociedad. Esa idea, no cuadra con el ideario trotskista que sólo pretende un frente de clase, ya que a lo otro lo considera frentepopulista (conciliación de clases). La conformación del FIT y el rechazo a expresiones progresivas latinoamericanas como la que lleva adelante Evo Morales en Bolivia dejan bien en claro que su política no es otra que el aislamiento. Vale señalar que no se trata de unirse a otras clases para ir a la cola de ellas, sino que los trabajadores deben conducir esos procesos. En esto el trotskismo no entiende el concepto gramsciano de hegemonía, y lo confunde con el bonapartismo. Tal vez en eso coincidan con el investigador canadiense John Beasley-Murray, a quien se refieren en la nota "La hegemonía no existe, ni nunca ha existido". El peronismo histórico no desagregó a la clase obrera, todo lo contrario, la incorporó como su columna vertebral. Si le hubiera temido a la hegemonía obrera no lo hubiera hecho, pero sí se predispuso a disputarles la conducción del movimiento a los sindicalistas como Cipriano Reyes. Es bueno señalar como lo hacía Julio Godio, que el peronismo no fue una fuerza populista sino nacional- laborista.
El problema actual es que la clase obrera no
está conformada ni socialmente ni políticamente en una fuerza que pueda
sostener un proceso de cambio, o que de forma homogénea pueda alinearse a
fuerzas heterónomas, como lo había hecho durante el primer peronismo; aunque
vale señalar que fue el propio kirchnerismo quien recompuso bastante la
estructura obrera de clase, no sólo por la creación de puestos de trabajo, sino
también por la política que llevó adelante desde el Ministerio de Trabajo,
restaurando las paritarias y los convenios colectivos.
Si los “jóvenes y los pobres”
aparecen como sectores proclives a constituirse en “sujeto populista” habría
que señalar que los sujetos sociales nunca son producidos artificialmente, sino
que son el resultado de la dinámica político- social, en la cual la economía es
determinante en última instancia. Los autores no tienen en cuenta que ambos
sectores son justamente parte de lo que se aglutina mediante aparatos, y que si
hay un actor relevante del kirchnerismo, es particularmente ese sector de “la clase
media” que como bien señala Bruchstein son los que fueron a la plaza en
familia, grupos de amigos o compañeros de trabajo. Si nos mantenemos en
definiciones como la de “clase media” no notaríamos que entre esos grupos hay
una masa crítica de trabajadores muy importante, no encuadrada ni sindicalmente
ni en estructuras partidarias. Eso es lo nuevo que generó el kirchnerismo, y
que si hay que hacerle algún reproche es no haberle dado contención orgánica.
Porque es verdad, lo que primaron fueron “los aparatos y las fuerzas materiales”.
De todas formas habría que
seguir desarrollando estos conceptos, ya que tal vez ese sector medio de la
sociedad no sea más que el cacerolero de 2001, que participaba de las asambleas
barriales, el de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”, y no el
desvirtuado cacerolero de derecha surgido recientemente. Además las
extracciones de clase de ambos difieren. También hay que considerar un nuevo
actor proletario que es el trabajador autogestionado, que cada vez tiene mayor
relevancia, y que esperamos pueda seguir desarrollándose.
2 comentarios:
Excelente Osvaldo. Deja mucha tela para cortar, para el debate y la reflexión... Disgresión: El FIT porta el "pecado trotskista", heredado de Robespierre. Si un por un milagro de la naturaleza, explosión solar, tsunami estelar o Götterdämmerung galáctico el trotskismo tomara el poder en dos países... se pelearían entre sí...
Lo publico
Dale, igual tengo que desarrollar el último párrafo, en otra nota.
Abrazo
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