Desde el año pasado,
el presidente ecuatoriano Rafael Correa nunca dejó de advertir que en
Latinoamérica se está produciendo un viraje hacia la derecha. Según el
mandatario se está produciendo una arremetida del Imperio, que se expresa bajo diferentes formas
de enfrentamiento, y que tiene como epicentro a Venezuela tras el fallecimiento
del líder bolivariano Hugo Chávez. Cuando existe realmente una oleada
desestabilizadora, es necesario estar muy alerta, e intentar contrarrestar el
mínimo signo de revuelta, para que no se generalice, para que no se prendan
falsas alarmas, y para que el pueblo realmente honesto no caiga en la seducción
de los poderosos de siempre. Indudablemente esto no es fácil ya que mal que nos
pese en nuestra región no se consolidaron gobiernos populares homogéneos, sino
que lo realmente existente es el resultado en muchas ocasiones de negociaciones
oscuras con sectores del poder real. Ese poder que no cambió a pesar de lo
nuevo que se fue desplegando en la primera década de este siglo. La coexistencia
de lo nuevo; con un empresariado principalmente retrógrado, con fuerzas de
seguridad creadas con fines de represión a los sectores populares, con aparatos
judiciales anticuados, con medios de información que manipulan constantemente
el sentido común; hacen que la construcción de una nueva hegemonía popular y
antiimperialista sea como fue siempre: un trabajo casi artesanal. Un desafío de activistas y militantes que se
desarrolla al margen de los beneficios que podría brindar cierto acercamiento a
las esferas del poder. Sin dudas, las transformaciones parten desde el llano,
pero en la primera década de este siglo fue posible ver en la región, experiencias
de gobiernos progresistas que se dieron en consonancia y retroalimentación con sectores
populares organizados. El nivel de incidencia de esas organizaciones en la
política de un gobierno es sin dudas una gran salvaguarda de los logros
alcanzados. Mucho más si eso genera en la población el efecto de sentir la
necesidad de autodefensa.
Como es sabido en
el inicio de esta semana el gobierno de los EEUU declaró que Venezuela es un
peligro para su propia seguridad. Si bien se escuchó la rápida respuesta de los
gobiernos de Ecuador, Bolivia y Cuba en solidaridad activa con el gobierno de
Nicolás Maduro, falta una respuesta de conjunto. La próxima semana se realizará
la cumbre de la Unasur, un organismo que habiendo nacido con gran entusiasmo
fue en una marcada recaída. Esto debiera evaluarse ya que Unasur no debiera ser
nada más que la apuesta de los gobiernos progresistas, debiera ser una
conciencia extendida en los pueblos. Porque lo que no podemos dudar es que EEUU
es el gran peligro para nuestra seguridad. La historia de las últimas décadas lo confirma
largamente.
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