2015/03/31

El paro de hoy y la reflexión siempre presente sobre el sindicalismo

En los ’70 existía una discusión en la izquierda en cuanto a cómo caracterizar a la mayoría de las direcciones preeminentes en el arco sindical. Si bien si vivía un tiempo de revuelta y de clasismo, las principales conducciones  de los gremios eran un freno al avance de las luchas de ese entonces. No sólo estaban arregladas con las patronales, también con las fuerzas represivas del Estado para desactivar cualquier movilización. Se escuchaba entonces a los que hablaban de la burocracia sindical, pero también a los que decían que los Rucci, Kloosterman o Coria, más que ponerse por encima de los trabajadores, el rótulo de burócratas les quedaba corto y eran principalmente agentes de la burguesía en el seno de la clase obrera. Ese sector de la izquierda hablaba por entonces de los jerarcas sindicales. Los jerarcas habían dejado de ser obreros. Era un debate de aquella época que no prosiguió nunca más, y que al obviarlo las nuevas generaciones necesariamente se privan de conceptualizaciones que hoy serían importantes para analizar la realidad. Por ese entonces la Unión Soviética había ya dejado de ser socialista, pero los trotskistas locales afirmaban que seguía siendo un Estado Obrero (pero burocratizado). En ese entonces fui parte de un debate entre un militante de la Federación Juvenil Comunista y otro de la Juventud del PST. El primero defendía a rajatabla el rumbo de la URSS, mientras que el otro decía que en ese lugar había triunfado la burocracia obrera. Ni una cosa ni la otra –les dije-, en la URSS la burguesía había recuperado el poder. Menos de dos décadas después nadie podía ya volver a debatir los supuestos ni de los prosoviéticos ni los de los trotskistas. Aludir a este debate tiene que ver principalmente con la caracterización sobre las conducciones sindicales. Los Rucci, Coria o Kloosterman ya habían dejado de ser obreros, ni siquiera lo eran pasando por arriba a sus dirigidos. Se habían convertido en verdaderos socios de las patronales, y comenzaban así una acumulación originaria de recursos que los convertiría en burgueses de nuevo tipo.

Siempre fue importante mantener la unidad de los trabajadores en cuanto a sus representaciones gremiales, ya que un sindicalismo escindido o fragmentado se torna inoperante. En tal sentido siempre me pareció que era bueno mantener una única CGT. En el ’92 conocí al por ese entonces incipiente Congreso de los Trabajadores Argentinos (CTA) que algunos años después se conformaría en la central CTA. Y me pareció muy coherente la posición de sostener que la CGT se había convertido en un sindicalismo empresario, y que por ende no había que recuperarla sino conformar una nueva central. Son éstas algunas pequeñas sugerencias que se me vienen a la memoria tras escuchar a los jerarcas sindicales festejar el paro, acompañados por un Pablo Micheli, a mi entender extremadamente desacomodado, mientras muchos compañeros de la izquierda (con quienes tengo diferencias cruciales) le hacían el caldo gordo a los Gordos vandoristas, desplegando una combatividad obrera, más bien heterónoma.

Acá en Berisso los micros no pasaron, y algunos negocios cerraron por la tarde, más para extender los feriados de la semana que por temer a las brigadas obreras.

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