En los ’70 existía
una discusión en la izquierda en cuanto a cómo caracterizar a la mayoría de las
direcciones preeminentes en el arco sindical. Si bien si vivía un tiempo de
revuelta y de clasismo, las principales conducciones de los gremios eran un freno al avance de las
luchas de ese entonces. No sólo estaban arregladas con las patronales, también
con las fuerzas represivas del Estado para desactivar cualquier movilización. Se
escuchaba entonces a los que hablaban de la burocracia sindical, pero también a
los que decían que los Rucci, Kloosterman o Coria, más que ponerse por encima
de los trabajadores, el rótulo de burócratas les quedaba corto y eran principalmente
agentes de la burguesía en el seno de la clase obrera. Ese sector de la izquierda
hablaba por entonces de los jerarcas sindicales. Los jerarcas habían dejado de
ser obreros. Era un debate de aquella época que no prosiguió nunca más, y que
al obviarlo las nuevas generaciones necesariamente se privan de
conceptualizaciones que hoy serían importantes para analizar la realidad. Por
ese entonces la Unión Soviética había ya dejado de ser socialista, pero los trotskistas
locales afirmaban que seguía siendo un Estado Obrero (pero burocratizado). En
ese entonces fui parte de un debate entre un militante de la Federación Juvenil
Comunista y otro de la Juventud del PST. El primero defendía a rajatabla el
rumbo de la URSS, mientras que el otro decía que en ese lugar había triunfado
la burocracia obrera. Ni una cosa ni la otra –les dije-, en la URSS la
burguesía había recuperado el poder. Menos de dos décadas después nadie podía
ya volver a debatir los supuestos ni de los prosoviéticos ni los de los trotskistas.
Aludir a este debate tiene que ver principalmente con la caracterización sobre
las conducciones sindicales. Los Rucci, Coria o Kloosterman ya habían dejado de
ser obreros, ni siquiera lo eran pasando por arriba a sus dirigidos. Se habían
convertido en verdaderos socios de las patronales, y comenzaban así una
acumulación originaria de recursos que los convertiría en burgueses de nuevo
tipo.
Siempre fue
importante mantener la unidad de los trabajadores en cuanto a sus
representaciones gremiales, ya que un sindicalismo escindido o fragmentado se
torna inoperante. En tal sentido siempre me pareció que era bueno mantener una
única CGT. En el ’92 conocí al por ese entonces incipiente Congreso de los
Trabajadores Argentinos (CTA) que algunos años después se conformaría en la
central CTA. Y me pareció muy coherente la posición de sostener que la CGT se
había convertido en un sindicalismo empresario, y que por ende no había que
recuperarla sino conformar una nueva central. Son éstas algunas
pequeñas sugerencias que se me vienen a la memoria tras escuchar a los jerarcas
sindicales festejar el paro, acompañados por un Pablo Micheli, a mi entender extremadamente desacomodado,
mientras muchos compañeros de la izquierda (con quienes tengo diferencias
cruciales) le hacían el caldo gordo a los Gordos vandoristas, desplegando una combatividad obrera, más bien heterónoma.
Acá en Berisso
los micros no pasaron, y algunos negocios cerraron por la tarde, más para
extender los feriados de la semana que por temer a las brigadas obreras.
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