![]() |
Intendentes Jorge Ferraresi (Avellaneda) y Mario Secco (Ensenada) |
Profundizar el trabajo
de base y darle contención a quienes no se sienten contenidos en una estructura
orgánica, deben ser tareas prioritarias para repolitizar la sociedad. La
resistencia a las políticas del macrismo no pide carnet de afiliación a ningún
partido específico, y sin embargo requiere la necesidad de unificación.
Las gestiones municipales acordes a los lineamientos progresistas pueden ser
hoy un insumo de gran valor para el planteamiento de una alternativa política.
Por Osvaldo Drozd
(para La Tecl@ Eñe)
El escenario político
que viene resulta algo imprevisible, entendiendo que cuando hagamos alusión a
lo político nos estemos refiriendo a lo estrictamente electoral, a lo
estrictamente institucional. Las masivas protestas que se llevaron adelante
contra el incremento de las tarifas de los servicios públicos, son un indicador
que muestra que al gobierno de Cambiemos no le resultará nada fácil sostener el
impulso ajustador que viene llevando adelante desde diciembre. Un cierto clima
de descontento social comienza a hacerse cada vez más perceptible, aunque
no aparezcan conducciones reales -ya sean sindicales o políticas- que se pongan
a la cabeza de dichos reclamos.
Una defensa en
abstracto de la supuesta gobernabilidad no hace otra cosa que dar legitimidad a
la correlación de fuerzas existentes. Hoy un rearme del peronismo para la
competición electoral, no significa necesariamente poner los intereses de los
sectores populares en lo más alto de la agenda política. Podría en todo caso
hasta servir para darle continuidad a lo que hoy acontece. Esto no es, sin
dudas, lo que está en la cabeza de miles de militantes que apoyaron por 12 años
a los gobiernos kirchneristas. La gran tarea del establishment hoy es
deskirchnerizar al peronismo, quitándole cualquier épica libertaria y
acondicionarlo al partidismo propio de un republicanismo abstracto, que no es
otra cosa que el vaciamiento de los partidos políticos para que funcionen como
agenciamientos gerenciales. La idea de la alternancia en las democracias
realmente existentes no es más que mantener una cierta distancia entre la
sociedad civil y la política, intentando que la primera no se inmiscuya en la
segunda. Ya ni siquiera se trata de la diferencia entre partidos de masas y de
cuadros, el republicanismo propugnado por el establishment necesita
partidos de técnicos y burócratas que se amolden a los principales lobbies y
que conviertan a la política en un área cada vez más restringida. En una nota
anterior publicada en La Tecl@ Eñe, “La política ejercida desde el mainstream”,
quien escribe planteaba la dificultad que tienen los sectores populares para
acceder a la esfera de la sociedad política. Dificultades de financiamiento, de
la escasa posibilidad de acceder a los grandes medios y por ende ser condenados
al desconocimiento. Si bien podría leerse cierto escepticismo en esas
argumentaciones, habría que esbozar lo posible y necesario en un escenario
adverso. Ningún planteo en tal sentido resultaría válido si se
prescindiera de profundizar el trabajo de base y el de consolidar amplias
coordinaciones con los sectores que resisten a las políticas del macrismo. Esto
conlleva plasmarlo territorialmente.
A modo de ejemplo
Cuando en octubre de
2013, el presidente de Bolivia Evo Morales lanzó -con un año de anticipación-
la campaña electoral para las presidenciales de 2014, les pidió a sus
seguidores que el triunfo debía ser por el 74% de los sufragios. En el plenario
ampliado nacional realizado en Cochabamba, Evo expresó en ese momento que esa
cifra implicaba aumentar en un 10% los resultados anteriores, desde su primer
triunfo electoral en 2005. Este último había sido por el 54%, mientras que en
2009 fue por el 64%. Cualquier observador desprevenido podría interpretar dicho
pedido como un mero resultadismo estadístico o electoralero, pero que en verdad
implicaba un gran desafío en la profundización de un proyecto político que
debía enraizarse mucho más en el seno de la sociedad, para cristalizar nuevas
relaciones de fuerza.
No siempre los
porcentajes electorales se corresponden con la acumulación de fuerzas que un
proyecto puede contar a nivel social. Construir hegemonía implica de alguna
forma hacer compatible ambas acumulaciones, y esto sólo es factible cuando el
apoyo puede contabilizarse en la base misma de la sociedad. Porque sólo en la
base es comprobable esa “adhesión orgánica entre gobernantes y gobernados,
entre dirigentes y dirigidos” que al decir de Gramsci, promueve esa vida de
conjunto que constituirá el “bloque histórico” (1). En tal sentido, Evo Morales
cuando les proponía ese incremento del 10% a sus partidarios, les sugería a los
alcaldes y cuadros locales del Mas-Ipsp de toda Bolivia, que debían ser
precisamente ellos quienes debían lograr los sufragios necesarios para que esa
cifra sea alcanzada. Sólo en el contacto directo con los ciudadanos y en los
resultados concretos y tangibles de las gestiones locales, es posible unir los
logros del gobierno central con las particularidades que hacen a la
cotidianeidad, y profundizar así la acumulación política. Los locales no debían
esperar una marea de votos que desde arriba hacia abajo les traccionara la
buena imagen presidencial.
Adhesión parcial
En la Argentina, el
peronismo mantuvo por décadas una acumulación histórica en el seno de los
sectores populares, que comenzó a resquebrajarse durante el menemato y que
nunca volvió a tener la misma densidad, y no porque esa base fuera arrebatada
por otra fuerza sino por un creciente nivel de descreimiento e indiferencia
hacia las estructuras políticas. La fuerza sindical comenzó a perder peso en
los ’90 por el crecimiento del desempleo e incluso se produjo el nacimiento de
una nueva central, la CTA que si bien en sus principios fundacionales proponía
impulsar la conformación de una herramienta política de trabajadores, esta tarea
nunca la llevó adelante. El desempleo fragmentó y debilitó a la columna
vertebral histórica del peronismo, y su pata territorial, fundamentalmente en
el conurbano bonaerense, se transformó en un aparato punteril y clientelar.
Esta configuración fue seriamente alterada cuando irrumpieran en las barriadas
populares los diferentes movimientos piqueteros. Si bien estos últimos
mantuvieron un cierto componente asistencialista, al menos desmantelaban y les
disputaban la base a las formas burocráticas y verticalistas que contaban las
diferentes formaciones políticas institucionales. No era de extrañar que los
tradicionales punteros del Pj en esos momentos, se quejaran de que sus
conducciones no les dieran demasiadas cosas para contener a sus bases, y que
éstas se fueran con los piqueteros. Pero estos movimientos nunca pudieron
sobrepasar el nivel corporativo y reivindicativo, tanto por sostener posiciones
extremadamente basistas o estar regidas por alguna orgánica de la izquierda. A
diferencia del peronismo precedente, el kirchnerismo a partir de 2003, logró
sumar a un espectro nada despreciable de todos esos movimientos. Pero
éstos ya no tuvieron el protagonismo que los había caracterizado antes de 2003,
y en muchos casos quedaron subordinados en su labor política a intendentes que,
a pesar del cambio de época, seguían una cultura política de la vieja usanza.
Esto significa eliminar o neutralizar cualquier cosa que pueda hacerles sombra
y seguir sosteniendo sus propios privilegios. Los movimientos sociales pagaron
así su inexperiencia política en el plano institucional.
Si el kirchnerismo, al
decir de Julio Godio, implicaba una “Revolución desde arriba”, habría que
convenir que ese trazo grueso de la política, no se correspondía
automáticamente con los trazos finos que necesariamente debieran tener los
gobiernos provinciales y municipales para que se produzca esa “adhesión
orgánica” que suelde la diferencia entre representantes y representados, y
pueda subir un escalón más en la construcción del bloque histórico. Las
honrosas excepciones siempre existen y habría que subrayarlas porque pueden ser
ejemplos para las construcciones venideras. Por proximidad geográfica, quien
escribe nunca deja de resaltar la excelente gestión municipal del intendente de
Ensenada, Mario Secco (FpV), una gestión realmente alternativa llevada adelante
desde 2003 a la fecha y que logró modernizar una ciudad devastada por el
impacto de la desindustrialización neoliberal. De todas formas las gestiones
municipales acordes a los lineamientos progresistas podrían ser contadas con
los dedos de las manos, aunque esas experiencias pueden ser hoy un insumo de
gran valor para el planteamiento de una alternativa política.
Si bien es posible
demandarles a los gobernantes locales que hagan bien las cosas, como lo hiciera
Evo en 2013, estas son cuestiones que no se resuelven solamente desde arriba
hacia abajo, sino que necesitan simultáneamente del crecimiento subjetivo de la
organización popular en la base misma, para fortalecer en un proceso
dialéctico, al conjunto de la sociedad.
El problema es que
cuando ya nada queda arriba, no queda otra que comenzar de abajo.
Algún tiempo atrás, se
pensaba que si el kirchnerismo alguna vez llegara a ser oposición, la
gobernabilidad de una fuerza de otro signo, sería muy difícil de sostener
porque al previsible ajuste, la organización acumulada no lo dejaría pasar. Esa
profecía -a casi 8 meses de gobierno macrista-, aún no se produjo. Muchos de
los dirigentes supuestamente alineados al anterior gobierno, acordaron con el
nuevo. El kirchnerismo sólo podía ser derrotado en las urnas, con la condición
previa de encontrarse fragmentado; mientras que la gobernabilidad de otra
fuerza política podía estar mínimamente garantizada sólo si esa fragmentación
tuviera continuidad. Lo novedoso del kirchnerismo, principalmente después del
conflicto con el “campo”, fue concitar la adhesión de vastos sectores de la
clase media no contenidos en ninguna orgánica. Este fenómeno se puso
expresamente de manifiesto con las autoconvocatorias a las plazas y espacios
públicos durante los primeros meses del gobierno macrista. Estos sectores, más
allá de algunas excepciones muy puntuales, no se reconocían ni en los intendentes
de sus distritos, ni tampoco en los gobernadores. Esa base sólo se reconocía en
su líder. Es por esta misma razón que a los dirigentes del Pj que piensan en
subsistir sin ese liderazgo, esas bases no les interesan, pues también saben
que de ahí mismo podrían llegar muchos cuestionamientos. Además saben que si no
existe una organización que los nuclee eso se desbanda. De hecho está
sucediendo. Las organizaciones políticas de raigambre estrictamente
kirchnerista no pudieron suplir esas carencias de dirección, como tampoco
lograron gran incidencia en los distritos bonaerenses. El peligro es que toda
esa masa crítica termine apoyando a algún referente que, supuestamente alineado
al anterior gobierno, o embanderado al peronismo, no haga otra cosa que venir a
darle continuidad a lo iniciado por Macri.
Profundizar el trabajo
de base y darle contención a todos esos “sueltos” que nunca encontraron una
orgánica en la cual poder mostrar su potencial militante, debieran ser tareas
prioritarias. La resistencia a las políticas del macrismo no pide carnet de
afiliación a ningún partido específico, y sin embargo requieren la necesidad de
unificación. En el seno del campo popular nunca existen conducciones
preestablecidas, se logran poniéndolas a consideración de los que se pretende
representar, a riesgo de quedar en minoría. Plantear herramientas políticas que
sean capaces de acumular fuerzas desde la base misma, y que no queden ocultas
en un basismo extremo o en labores estrictamente sindicales, requieren que lo
acumulado se ponga a prueba en contiendas electorales, que hoy ante el
repliegue político, no tienen otro sitio más propicio que los municipios. Ahí
es donde también es posible que confluyan diferentes orgánicas de la izquierda
social. No se pone en duda la necesidad de plantear y poner en juego una
política central, pero sí la necesidad de abordar desde las particularidades
mismas, esos núcleos estructurantes que son propios de lo general. La política
es una herramienta para cambiar la vida colectiva, no en abstracto; tiene que
ser perceptible en la cotidianeidad misma. No hay otra forma de repolitizar lo
social. Porque desde lo más profundo de lo social también se percibe que a esos
lugares la política pareciera no llegar.
Nota:
Véase Antonio Gramsci
(1931) Pasaje
del saber al comprender, al sentir y viceversa, del sentir al comprender, al
saber.
Berisso, 17 de julio
de 2016.