Para La Tecl@ Eñe
Que la derecha esté hoy en el gobierno, no debería asombrar,
ni tampoco que la fuerza gobernante, ni siquiera se caratule a sí misma como
derecha. Hoy asistimos a una realidad desideologizada en tanto se entienda a la
ideología como complemento narrativo de la política. Pero esa realidad también
es ideología, es más, es el resultado de una concepción ideológico política que
intenta alcanzar hegemonía. Vayamos por parte.
Definía Juan Carlos Portantiero en un artículo denominado “Clases
dominantes y crisis política actual” (1973) la diferencia conceptual entre
“predominio” y “hegemonía”. La primera alude en una formación social dada a las
fracciones de clase que tienen la supremacía sobre los resortes de la economía
que rigen a dicha sociedad. Por lo tanto, el predominio alude indefectiblemente
al poder económico. La hegemonía en cambio es el resultado de un proceso
político. Es la manera en que un determinado grupo social, logra imponer su
propia perspectiva al conjunto, y no por la fuerza sino porque desde su propia
condición es capaz de dar respuestas efectivas a las demandas de los demás
sectores de la sociedad. En un texto brillante como es “Las elecciones a la
Asamblea Constituyente y la Dictadura del Proletariado” (1919) Lenin daba
muestras y pistas acabadas de cómo construir hegemonía. De tal manera señalaba cómo
hizo el proletariado para ganarse inmediatamente a los campesinos. Era de vital
importancia quitarle a la burguesía la adhesión de ese sector. Para eso
debía ganarlos –señalaba Lenin- con un
“decreto sobre la tierra”, con el cual en pocas horas toda esa masa rural se
pasaría a las filas de la revolución. Señalaba que “los bolcheviques
victoriosos no pusieron ni una palabra
suya en ese ‘decreto sobre la tierra’, sino que lo copiaron palabra por palabra
de los mandatos campesinos” aclarando sí que “de los más revolucionarios, por
supuesto”.
Lo importante que señalara Portantiero en dicho artículo,
era que toda política orgánica de poder siempre tiende a hacer compatible la
hegemonía política con el predominio económico. En la Argentina de esos años,
la dictadura que estableciera Onganía en el ’66 tenía como objetivo hacer que
el predominio del capital monopolista, alcance una hegemonía acorde. En base a
esa premisa, vale decir que el actual gobierno de Cambiemos, no es más que la
llegada a la Rosada de los sectores que en la economía del país, vienen siendo
predominantes desde hace varias décadas. Nunca antes un gobierno que dice
representar la novedad, se encontró tan emparentado con la pata cívica de la
última dictadura (1976-83). El actual presidente argentino lleva en su apellido
uno de los principales significantes de
los principales beneficiarios privados de la estatización de la deuda externa,
realizada en 1982 por el entonces presidente del Banco Central, Domingo
Cavallo. Esa acción de la dictadura cívico- militar (1976-83) benefició
ostensiblemente a todo una fracción del empresariado argentino, transfiriendo
así sus propias deudas a la esfera del
Estado. Además del grupo Socma de la familia Macri, fueron beneficiados también
Celulosa Argentina, Acindar, Bridas, Alpargatas, Siderca, Sevel, Pérez Companc,
Fortabat, Bulgheroni, Autopistas Argentinas, Mercedes Benz entre algunos más.
Todo este sector minoritario de la sociedad argentina sumado a las principales
empresas de exportación, de servicios financieros y de medios; constituyen el
núcleo más poderoso y concentrado de la economía argentina. Una formación
social caracterizada por la dependencia, hace que todo ese sector esté
indefectiblemente enlazado a sociedades monopólicas internacionales. El
predominio de ellos, nunca pudo ser alterado. Pero nunca antes había llegado al
gobierno nacional de forma democrática una organización política que los
presente sin mediaciones. Los socios civiles de la última dictadura, tardaron muchos
años en lograr su pureza programática sin mezclarse con fuerzas heterónomas.
La pregunta que surge es cómo hicieron para ser considerados
electoralmente por una porción bastante significativa de la sociedad argentina como
una alternativa. Si bien el macrismo logró ganar sólo por poco más de 2 puntos
porcentuales en segunda vuelta, mientras que en la primera había obtenido poco
más del 34 %, es decir que aunque no haya ganado por paliza, puede afirmarse
que ello obedece a una tendencia social que se fue profundizando en el sentido
común, durante los últimos años.
Las ideologías sólo existen a condición de ocultar su
existencia. Los discursos ideológicos siempre se presentan como realidad, y ahí
radican sus eficacias. Para entender un poco qué ha sucedido con el universo de
la política, en las últimas décadas, principalmente desde el advenimiento del
neoliberalismo, hay que ver qué operaciones ideológicas se fueron realizando. Cuando
Marx pensaba la totalidad social como un edificio, en el segundo piso ubicaba a
la uberbau, la superestructura en la
cual ubicaba a su vez dos niveles diferenciados: la superestructura jurídico-
política por un lado y la ideología propiamente dicha por el otro. Es en esta
última donde se desarrollan las diferentes concepciones que rigen y organizan
la vida cotidiana. Los tradicionales aparatos ideológicos de Estado (Iglesia y
Escuela) descritos por Althusser fueron
perdiendo eficacia y en su lugar se fue desarrollando algo nuevo, que rompió o
intenta romper la solidaridad entre los dos niveles de la superestructura. Lo
nuevo intenta escindir mucho más lo jurídico- político de las concepciones de
la vida cotidiana, porque de hecho esa escisión es constitutiva. Lo político
siempre fue un aspecto escindido de lo social. Lo nuevo se propuso deslegitimar
lo político en el seno de la sociedad. Tiene razón la psicoanalista brasileña
Suely Rolnik cuando en una entrevista realizada por el Colectivo Situaciones
expresara que el mito del sistema actual
consiste en una promesa imposible de paraíso, que se convierte así en una
enfermedad, y que explica incluso la delincuencia. En esa entrevista ella
señalaba que “Mauricio Lazzaratto plantea muy bien en su libro Políticas
del Acontecimiento (Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2006) la idea de que
el capital financiero no fabrica mercancías como lo hace el capital industrial,
sino que fabrica mundos. ¿Qué mundos son esos? Mundos de signos a través de la
publicidad y la cultura de masas” por lo que “Hoy se sabe que más de la mitad
de los beneficios de las trasnacionales se dedican a la publicidad, actividad
que es anterior a la fabricación de productos y mercancías. En las campañas publicitarias
se crean imágenes de mundos con las que el consumidor se va a identificar y
luego va a desear”.
La maquinaria de donde emerge la oferta realizada por el
marketing y la publicidad es quien tal vez se haya constituido hoy como el
principal aparato ideológico, y el mainstream
en la ideología dominante. Esto es lo que viene a interponerse entre los
ciudadanos y sus representantes. La política en sentido tradicional de esta
forma cae bajo toda una telaraña que la transforma en contracultural de baja estofa.
Por eso lo “correcto” será desde ese ideario, plantear la política sólo desde
el mainstream. Lo otro pasa a
convertirse en perimido, ya en desuso, desactualizado, o en el peor de los
casos criminalizado como se hace con los temas de corrupción. La “nueva
política” ya no interpela a los ciudadanos como tales, los interpela como
consumidores, como los receptores de una oferta que promete mercancías
intangibles, que serán el resultado de una gestión exitosa. Los logros van a depender exclusivamente de
la “confianza” y el “esfuerzo” de los receptores del mensaje, mientras que los
vendedores ya no podrán ofrecer ninguna garantía de lo ofrecido.
El viejo sistema de la política, las formas de
desarrollarla, de financiarla, de conseguir una personería, no cambia a pesar
del descrédito, porque para que la “nueva política” funcione lo viejo debe
permanecer intacto. Las burocracias
políticas necesitan de fuertes aportes monetarios, y eso no pude tocarse. Lo
que no se puede permitir es que el sistema político sea accesible a los
sectores populares, y que desde ahí se conformen nuevas organizaciones. La
falta de legitimidad de la política por parte de la ciudadanía, también se
sostiene en esa imposibilidad. Incontables veces, el kirchnerismo se preció de
haber repolitizado a un gran porcentaje de la población, especialmente a los
jóvenes. Lo que no pudo tocar fue al régimen político existente, y su peor
derrota no fue perder con Mauricio Macri en las elecciones del año pasado. La
peor derrota fue tener que llevar como candidato presidencial a una figura del mainstream.
Aunque nadie lo diga, hay que admitir que el desprestigio de
la política existe también dentro de las mismas organizaciones y movimientos,
principalmente entre las bases provenientes de los sectores más humildes. Las
promesas son para los que participan, no para los que se quedan en sus casas.
Dentro del peronismo existe una masa nada desdeñable de militantes y activistas
sociales, con ciertas capacidades, pero que saben que para hacer política es necesario
que alguien ponga la plata. La subordinación se torna indefectible. Los que
ponen la plata lo saben y hacen usufructo de ello. La paradoja es que los
vecinos del militante de base también lo saben, pero se niegan a participar
aunque algunos créditos le den a quien conocen desde siempre. Pero la
legitimidad así quedará carcomida.
Por eso no hay que echarle la culpa a la gente, como hacen
los más conscientes. Dentro de este encuadre es muy difícil cambiar las cosas y
siempre se termina jugando para vaya a saber quiénes. El mensaje de los medios
hegemónicos es precisamente ése. “Ellos se enriquecen y ustedes siguen ahí”. El
macrismo esto lo llevó a sus límites amparándose en que ellos no vienen a robar
porque ya tienen mucho dinero. Aunque convengamos que lo que el vecino de a
pie, mide no es lo que se pueden haber llevado Báez o López, sino lo que pueden
constatar porque lo tienen en su cercanía. Por eso una alternativa política que
no construya fuertes lazos en la cotidianeidad de sus municipios, por ejemplo,
tiende a disociarse.
Entonces, entre medio de los ciudadanos y el régimen
político se encuentra ubicada una ideología que tiende a disociarlos cada vez
más; y que intenta subsanarse con el marketing y con el intento de ocultar sus
verdaderos propósitos. Construir una alternativa política que privilegie los
derechos de los sectores populares, en estas condiciones pareciera partir más
de la buena voluntad de alguien preocupado por ellos, que de la iniciativa
misma de esos sectores. Lo que no se puede obviar en esta coyuntura es el hecho
de que se está produciendo un empeoramiento progresivo del conjunto social, y
que la paciencia del pueblo argentino no es igual a la que tienen otros
pueblos. Hay una tradición de rebeldías muy marcada, que puede rastrearse desde
la Semana Trágica hasta la actualidad, y que no es comparable a otros lugares
del mundo. En esto no influye el mainstream,
porque es justo ahí en donde la representación cae. Como reza el subtítulo de la nota esta es
nada más que una pequeña aproximación.
Berisso- 29 de junio de 2016
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